David Grossman
Debolsillo, 2012
381 pp.
Es tal el peso de la política, del conflicto en que vive, de la violencia sobre la que se ha instalado, que es difícil pensar sosegadamente sobre Israel. Pensar sin que asome y sin que domine el horizonte la particular situación que a los ojos del de fuera hace del país una especie de infierno.
Por ello es relevante lo que en cualquier otro lugar no lo sería. Es importante mostrar el lado humano, un Israel humano donde nada habla de la tensión que enfrenta al país con sus vecinos, ni de la crueldad que acompaña al estado judio.
En Chico zigzag Grossman presenta a Israel como sería cualquier país del mundo, como si fuera otro país. Y eso es justamente la noticia y el punto principal para quien quiere acercarse a Israel tanto como seguir la trama de una narración imaginativa, entrañable y con puntos de gran carga emotiva.
El centro del relato es un niño. Él es quien cuenta la historia, tan poco real que el lector se pregunta si no será un sueño. No lo es. Empieza el libro como una aventura. Nono, el personaje principal, debe ir de Jerusalén a Haifa en vísperas de su Bar-Mitsvá, la gran celebración judía que a los trece años da la bienvenida a los chicos al mundo de los adultos y convierte a los chicos en hombres responsables. El viaje es en tren y todo aparece en contra de los deseos de Nono.
Decir que Nono es hiperactivo es decir poco. Es insoportable para sí mismo, lo siente y lo explicita al lector a través de sus ocurrencias y reflexiones de manera magistral. Pero el viaje se tuerce y despega hacia una aventura alocada en la que nada parece encajar con la realidad. Un personaje sorprendente, un anciano, se entromete en el curso del viaje y con él arrancan una sucesión de sorpresas que empiezan pareciendo juegos atrevidos para la diversión de un chaval predispuesto a cualquier travesura y siguen por vericuetos mucho más profundos que ni el niño ni el lector imaginan.
La vida de Nono, cambia con el encuentro con tan singular personaje. No es la celebración judía la que hace de él un adulto. Es todo lo que va conociendo de su propia vida en una enfebrecida huída hacia delante lo que abre el espíritu de Nono y le hace reconocerse distinto y mucho más rico humanamente de cómo se veía antes.
Chico zigzag no es un libro ‘edificante’ ni dulzonamente moral. Es un libro duro como la vida, además de divertido y sorprendente. Es un homenaje a Nono, insoportable y con una vida que no ha sido fácil, pero agudo, reflexivo, sensible y consciente desde su curiosa marginalidad. Y es un ejercicio literario –uno más- de Grossman que consigue con unos insólitos elementos de ficción armar un relato intrigante y emotivo.
Israel no aparece en el libro. O sí. Aparece tan calladamente, con tanta normalidad, envuelta en aventuras tan humanas y tan ficticias que parece un país distinto del que conocemos por las noticias. Esa es la novedad de Chico zigzag y esa puede ser la excusa para dejarnos llevar a un mundo de aventuras que sin duda nos entretendrá a lo largo de todas las páginas del libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario