miércoles, 20 de abril de 2016

Tirana blues

Tirana blues

Fatos Kongoli
Siruela, 2015
206 pp.

Con 'Tirana Blues', Fatos Kongoli rompe el silencio que mantiene a Albania en la sombra y nos acerca a algunas escenas actuales ambientadas en su capital.


Fatos Kongoli
Siruela, 2015
206 pp.





Hay países de los que parece que no se puede hablar. Países que existen y están en el mapa, pero ocultos tras un persistente muro de silencio. Albania es uno de ellos. A orillas del Mediterráneo, parece no estar. Parece no emitir ninguna señal que se reciba fuera de sus fronteras. Parece no formar parte de esos países balcánicos, de carácter abrupto, encajados entre montañas, pero que se han abierto al exterior y han afirmado en Europa su existencia.

¿Será que a Albania le falta una guerra que la ponga en el mapa, tal como ahora se dice?¿Será que su socialismo radical que la mantuvo aislada, bajo el férreo gobierno del viejo presidente Hoscka, no era un capricho de la historia sino el reflejo de un ADN que el país llevaba en los genes?

Fatos Kongali rompe el silencio. Tirana Blues, su última novela publicada en español, se ambienta en la capital de Albania y habla del presente. Nada de regresar al pasado con los viejos fantasmas de un socialismo que quedó superado y del que nadie quiere saber ya nada. Tirana blues dibuja una imagen de hoy. Pero Albania sigue estando ausente. Hay que leer entre líneas para componer una imagen del país. Lo que Fatos Kongali nos muestra es un microcosmos compuesto por personajes marginales o directamente estrambóticos que al lector le sirven de metáfora para deducir, por su cuenta, una realidad más amplia. Para imaginar, a partir del relato que nos hace, una parte de la Albania real.

El paisaje que sirve de escenario a Tirana blues es contradictorio porque en su relato se mezclan, al menos, dos historias que componen una especie de curioso esperpento. Gente 'guapa', desamores, funcionarios en el papel de policías, un cadáver, delincuentes…

El panorama que nos muestra resulta en buena parte estremecedor. Estremecedor, más que por dramático, por lóbrego y desesperanzado. Parte del relato se sitúa en un espacio marginal de la capital albana. Un espacio donde el desorden urbano predomina, donde las casas han ido arañando una periferia aún no habitada y donde la fealdad es la ley que rige el entorno. Chechenia es como conocen los vecinos a este barrio desquerido donde, sin embargo, se desarrolla la vida como en cualquier otro y donde las reglas del juego se alimentan de la miseria y de la brutalidad que exige el echar adelante.

El otro entorno que sostiene la novela es más 'burgués', más profesional y exitoso, pero igualmente fracasado, envuelto en el reproche y en una cotidianidad perversa, construida a base de desamores y de cuentas pendientes.

¿Es la vida con horizontes tan poco estimulantes el mejor retrato que se puede hacer de Albania?¿Lo es la precariedad que se debate entre vivir fuera de la ley -y por consiguiente fuera de la senda del progreso- o miserablemente dentro de ella lo que pone en riesgo el presente y el futuro del país? No cabe duda de que Albania es mucho más que estos guetos que Kongoli dibuja: uno el del país moderno y otro el de una esquina de la capital, donde transcurre la acción de la novela. Pero tampoco cabe duda de que esta Chechenia urbana es un reflejo del país y que con ella el autor ha querido lanzar un mensaje de largo alcance.

Con estos mimbres, el lector podría esperar un relato de corte dramático. Tirana blues, sin embargo, evita la dureza de la situación. La evita como la evita la vida misma cuando los personajes tienen que enfrentarla todos los días. La evita con el cinismo del que debe echar mano quien tiene que nadar en aguas revueltas para no ahogarse en ellas y con un tono burlón que la inteligencia ofrece a quien busca una salida a una realidad tan desastrada.

Uno de los personajes de la novela, un chaval llegado de algún pueblo al barrio, con más aspiraciones que medios para alcanzarlas, es otro más de esa legión de supervivientes, apaleados y afortunados a partes iguales, que tratan de hacer frente a la adversidad para no ahogarse en ella. Otros son personajes urbanos, exitosos a su manera pero insatisfechos y se podría pensar que contaminados por un ambiente tóxico apto para el cultivo de cualquier cosa menos la felicidad.

Tirana blues, que replica el título del famoso Tokio blues de Murakami, tiene la indudable melancolía de una vida donde no parece haber estímulos, donde la cotidianidad no tiene más objetivo que el ir consumiendo los días. Pero tiene la chispa que le dan cada uno de los personajes, condenados a buscarse horizontes por donde ver la luz y abrir un cauce para la vida. ¿Es eso la Albania de hoy?¿Con tan poco puede el lector componer el rompecabezas de un país entero? Nada como pasar un buen rato leyendo el libro para salir de dudas y en todo caso para tener noticia de algo tan esquivo como resulta Albania.

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viernes, 8 de abril de 2016

El último tren a la zona verde

El último tren a la zona verde

Paul Theroux
Alfaguara, 2015
360 pp.

Con 'El último tren a la zona verde' Paul Theroux vuelve a seducirnos. Es su último libro de viajes. Último, porque es el de publicación más reciente, y último porque como él mismo deja entrever en el título resulta un punto final en su larga carrera como viajero.


Paul Theroux
Alfaguara, 2015
360 pp.






Paul Theroux vuelve a seducirnos con su último libro de viajes. Último, porque es el de publicación más reciente, y último porque como él mismo deja entrever en el título resulta un punto final en su larga carrera como viajero.

El último tren a la zona verde relata el viaje del autor por tierras sudafricanas y por esa África pegada al Atlántico que componen Namibia y Angola. Un libro de viajes, aunque no uno más porque está lleno de conocimiento, de sensibilidad y de experiencia.  Y porque en sus raíces hay un deje de humildad que le da al relato un tono especialmente humano.

Paul Theroux, el gran viajero y exitoso escritor, se ha hecho mayor para seguir andando por estos mundos. La edad le pesa y la energía no es la misma que la de años atrás. No soy yo quien lo dice. Es él. Es el hombre que quiere mostrar que el tiempo pasa y que su sensibilidad es quizás otra: más trascendental, de perspectiva más larga y más profunda de lo que fue antes, y seguramente más desesperanzada.

Dos preocupaciones sobrevuelan el libro y de alguna manera le dan un sabor especial. No es que estas preocupaciones sean un lastre para el viaje desde Ciudad del Cabo hacia el norte siguiendo el perfil occidental de África. Pero sí que articulan su mirada y las reflexiones que hace llegar al lector.

Una de ellas es personal e íntima. Es la que tiene que ver con la vejez y con los miedos que con ella se generan.  No es un ataque de melancolía de quien descubre que ya no es joven. Es un ejercicio de realidad, una especie de balance que resulta interesante por la personalidad de Theroux y por la perspectiva que aporta quien ha sido un viajero impenitente desde su juventud.
La otra preocupación que revela el libro tiene un carácter más social o más político. En definitiva más actual y que revela el gran dilema que plantea África: tras los últimos cincuenta años, y una vez hemos llegado al presente. ¿Cuál es el resultado de este balance?¿el continente avanza o ha retrocedido? No es fácil contestar a estas preguntas porque son muchos los elementos que intervienen en el juicio. Pero muchas son las informaciones que nos llevan a concluir que estamos ante una catástrofe.

'Mi bisabuelo, el difunto jefe Kabazembi, nunca fue a la escuela pero tenía veinticinco mil cabezas de ganado en 1903, antes de que nos conquistaran. Yo tengo un título universitario pero no soy dueño ni de una gallina' figura en la declaración de un miembro de la etnia herero ante una comisión de la ONU en Dar es Salam.
El viaje que emprende Paul Theroux persigue, entre otros asuntos, ver en qué han quedado las tribus bosquímanas que habitan el África meridional. Unas tribus que han tenido un valor incalculable para la antropología porque resultaban el eslabón humano más próximo a la vida en la edad de piedra. Se trataba de comunidades enraizadas en un mundo que había desaparecido ya del resto del mundo pero que seguía vivo y sostenía a una comunidad humana culta estructurada y autosuficiente.

El mundo de los bosquímanos es solo un ejemplo de un proceso de exterminio y de expolio que ha afectado al continente entero con resultados devastadores. Y que es una pérdida para el conjunto de la humanidad. Theroux es lector tanto como escritor. Conoce la historia y el trabajo de los antropólogos. Sabe lo que encontraron los primeros que se adentraron en el continente y lo estudiaron en el siglo XIX y conoce lo que sucesivamente han escrito los que vinieron detrás.

Los encuentros con personas son el empedrado sobre el que discurren los libros de viajes. Pero en este caso, dichos encuentros encuentran a un testigo informado, atento a lo que escribieron otros y a lo que sus ojos ven, y sin las urgencias de un escritor joven por destacar, jugando con los hechos o las penalidades del viaje.

La miseria que acompaña a estos pueblos 'primitivos' que resultan auténticos monumentos del patrimonio humano, la dureza del clima y las penalidades que pesan sobre los lugares más perdidos pesan también sobre aquellos donde la modernidad supuestamente ha triunfado. A Theroux le puede la curiosidad y las ganas de salir del camino trillado. Por ello las ciudades aparentemente exitosas le descubren -y descubren al lector- sus enormes deficiencias. Se diría que de la mano de Theroux nada es lo que parece.

Pero no tema el lector. El último tren a la zona verde no es para nada un libro apesadumbrado. Y menos aún un panfleto de denuncia. Es un libro ponderado, que huye de los aspavientos, pero que plantea una realidad que invita a una profunda y grave reflexión y que contribuye de manera muy positiva a tomar posición sobre muchos de los problemas que padece África.

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