Colin Thubron
Península, 2014
429 pp.
Voy a empezar diciendo una obviedad y es que Thubron es uno de los grandes de la literatura de viajes y afirmando también que en esta Sombra de la Ruta de la Seda lo confirma con creces al ofrecer al lector un interesantísimo relato sobre el presente y el pasado de una parte del mundo que cobró y que cobra todavía un protagonismo singular.
Hablamos de China, Pakistán, Irán, Turquía... Creo que el libro no va a defraudar a nadie y que quien lo empiece terminará sus más de cuatrocientas páginas sin darse cuenta, llevado de la mano de un viajero con una cultura extensa, con una curiosidad enorme y una sensibilidad llamativamente fina a la hora de atravesar desiertos, de enfrentarse a dificultades o de relacionarse con personas extraordinariamente diferentes y todas ellas interesantes porque el autor sabe extraer de ellas conocimientos y sentimientos profundos que se hubieran perdido sin esa, al mismo tiempo, aguda y sosegada mirada que hace de Thubron un viajero excepcional.
Nada como el título del libro ‘La sombra de la Ruta de la Seda’ podía describir mejor el propósito de Thubron de proponer el diálogo entre el presente y el pasado a lo largo de este corredor histórico que sigue siendo, lo mismo que hace siglos, un importante foco de atención, un área en ebullición donde convergen pueblos y culturas muy diversas y por donde transitan una corriente de relaciones y de intereses que le dan hoy una renovada vitalidad.
Insisto en que, a pesar de las evocaciones míticas del título, el libro es actual, o casi actual. Se publicó en inglés en 2006, de modo que habla de un escenario que desde esta fecha hasta hoy ha variado poco, que se ha mantenido intacto hasta el presente.
Seguramente, por el hecho de ser occidentales, los autores que se han referido a la Ruta de la Seda han contado su periplo, del mismo modo que lo recorrió Marco Polo, viajando de occidente a oriente. Pero la Ruta de la Seda que nos cuenta Thubron discurre en sentido contrario. Y ese discurrir es significativo en sí mismo, porque pone el énfasis en una dirección que hoy quiere recuperar a la que fue históricamente y que reconoce la primacía de oriente en un flujo de intercambios, sorprendente para todos, basado en la fabulosa contribución de China difundiendo hacia occidente su sofisticada riqueza y su exquisita cultura.
Thubron empieza su relato en Xian, en esa capital que para tantos es el final de la famosa ruta y que le sirve para introducirnos en la China de hoy. Bloques de cemento, modernidades sin cuento, energía a raudales, cambio y más cambio. “El futuro apenas puede esperar. La ciudad entera está en obras. De cada dos solares, uno exhibe una gigantesca imagen informática de lo que allí se construirá...” nos dice.
Esa China volcada en si misma, rodeada de una muralla que Thubron se pregunta si fue hecha para prevenir el asalto de los extranjeros o para poner puertas al deseo de los propios chinos de salir al exterior, se ha dislocado. En lugar de una población acomodada a sus tradiciones y a su forma de vida, los jóvenes de las ciudades como Xian ahora sienten la angustiosa necesidad de prosperar. Una angustia inimaginable hace solamente una generación porque la ambición de subir cada vez más alto les obliga a buscarse la vida como sea. Pone en suspenso la vieja moral, el respeto a los consejos de los padres y justifica cualquier cosa con tal de que conduzca al éxito.
Pero este viaje pegado a la tierra que emprende Thubron le lleva –y lleva al lector- primero a reencontrarse con las huellas del pasado y segundo a descubrir otros ‘presentes’ que sin desmentir nada de lo que representa Xian muestran también que el mundo es mucho más complejo y tiene fracturas que disuelven su uniformidad.
El pasado aparece por todas partes como no podía ser de otro modo en un área del mundo tan cargada de historia. Y aparece desde una óptica que en lugar de presentarlo como distante nos lo acerca ofreciéndonoslo como lo que es: un pasado nuestro y no ajeno, como pudiera parecer dada la distancia geográfica que nos separa de él. La descripción casi poética de los famosos guerreros de terracota hace sentir humana la tarea inhumana y cruel de construir un imperio y tiende hasta nosotros, los europeos, un hilo que nos hace también herederos de la sabiduría china y de los grandes inventos que sin darnos cuenta cambiaron nuestra historia.
Y el presente se hace, a medida que avanza la lectura, cada vez más rico porque salir de la ciudad y avanzar hacia occidente cambia poco a poco los decorados y los personajes y abre al lector mundos diferentes y tan reales como el de Xian. Seguramente, parte del atractivo de cuanto escribe Thubron se debe a que habla mandarín y puede relacionarse con personas que hubieran resultado opacas de no haber habido modo de comunicarse con ellas. Cada encuentro es un nuevo matiz, es una capa añadida a esa cebolla que recubre con el tiempo a lugares y a gentes y se convierte en eso tan complejo que para entendernos llamamos cultura.
He hablado de lenguaje poético para esa capacidad de conmover que tiene Thubron. Dejémoslo en un lenguaje evocador que es el que requiere la historia profunda para hacerse inteligible, que es lo mismo que decir para hacerse humana y para hacer sentir al lector que se está hablando de algo que le concierne, que no ha perdido continuidad desde el pasado hasta hoy, que es la raíz cuya sabia alimenta sin que nos demos cuenta el presente.
La Ruta de la Seda no representa toda la historia de la humanidad, pero sí, constituye una parte importante de ella. “Desde China se difundieron hacia el oeste la naranja y el albaricoque, la mora, el melocotón y el ruibarbo junto con las primeras rosas, camelias, peonías, azaleas y crisantemos. Desde Persia y Asia Central, viajando en sentido contrario, la vid, y la higuera echaron sus raíces en China, junto con el lino, las granadas, los dátiles....”
De esta larga ruta, que termina en el Mediterráneo nos habla Thubron en un constante diálogo que se refiere al pasado y al presente. Se trata de un viaje apasionante que La sombra de la Ruta de la Seda pone en nuestras manos. Lo mejor será emprender el camino y participar en él. Seguro que la experiencia resultará apasionante. Leer más…