Vladimir Makanin
El Acantidado, 2011
261 pp.
Rusia, desde su frontera con Europa hasta su orilla oriental bañada por el Pacífico, es más que un país. Es un universo hecho de realidades tan distintas que no consigue, ninguna de ellas, abarcar una parte suficiente de la totalidad como para pensar que refleja al conjunto.
Y una muestra del abanico de realidades cubierto por este inmenso paraguas que es Rusia es lo que recoge El prisionero del Cáucaso.
Estamos ante cuatro relatos de vida cotidiana, pero no de vida ‘normal’. Se trata de situaciones marginales. Aunque hay que matizar la afirmación de que no corresponden a la vida normal. Vladimir Makanin, el autor, dispara en direcciones bien distintas para traernos imágenes que de alguna manera nos hablan de los restos de un naufragio.
En los relatos de Makanin, late la sombra de un fracaso que envuelve a Rusia y que seguramente recoge esa melancolía que ha sido un ingrediente histórico del alma rusa. Expresamente ha elegido Makanin temas oscuros, alejados de esa aurora que podía significar la salida del yugo comunista.
La Rusia que vemos en El prisionero del Cáucaso no es una recién nacida. No es el país libre que vio la luz tras la glasnost y tras la perestroika, sino la heredera del largo penar comunista y, más lejos aún, del oscuro tiempo de los zares. Pero no hay realidad que no sea contradictoria y por ello mismo, ese material de derribo que por todas partes aparece en el paisaje que dibuja Makanin deja espacio a la vida permite escapatorias a la desesperanza. Deja que el futuro abra ventanas y que el presente encuentre escapatorias que no son más que los infinitos recursos de la vida cotidiana para economizar el sufrimiento y encontrar en la vida satisfacción y calor.
La guerra en el Cáucaso abre la serie de cuatro relatos que componen el libro. Más que la guerra, habría que hablar de la costumbre de la guerra, de esa vida diaria que diluye el terror en la rutina y lo proyecta en forma de hechos corrientes en una cotidianidad donde todo pierde trascendencia. ¿Hechos corrientes? La muerte, la corrupción, el miedo, la dura supervivencia... Lo normal, cuando se está en una guerra.
Después, es la locura, callada pero tenaz, de la gente normal, sumisa durante demasiado tiempo pero harta e incapaz de contener su rebelión la que traza el camino del siguiente relato. Luego, Siberia es la que toma el relevo. La Siberia olvidada de un campo de trabajo de la época soviética. De un campo marginal cuya vida roza el surrealismo, poblada de personajes absurdos cuyos papeles -condenados, jefecillos, vigilantes, soldados, comisarios...- siempre desencajados, reflejan el disparate de la sociedad entera. Y finalmente una historia, teóricamente de amor, cierra el recorrido por esta especie de comedia humana apoyada en personajes que tuvieron que adaptarse a las convenciones de la sociedad comunista, primero, para abrirse camino y que han tenido, con diversa fortuna, que rehacer su itinerario a una edad en la que es difícil volver a empezar para hallar un hueco en la Rusia nueva donde -como también ocurría en la antigua- casi todo vale.
Excelente literatura, fuerza en el relato, cinismo y compasión también y una constante referencia a los viejos demonios que sobreviven en la Rusia de hoy es lo que encontramos en esta colección de cuatro relatos que encabeza El prisionero del Cáucaso y que nos lleva a una Rusia inquietante, llena de pequeñas tragedias y de heridas por las que se cuela la vida y un futuro denso, condicionado por el pasado, todavía por definir.
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