Théophile Gautier y Konstantinos Kavafis
Círculo de Tiza, 2016
475 pp.
Un nuevo dueto sale de las manos de Círculo de Tiza y llega a las librerías. Si antes se reunieron Kipling y Nitobe para hablar de Japón, o Darwin y Melville para hacerlo de las Galápagos, ahora son las voces de Théophile Gautier y Kavafis las que suenan y acompañan al lector a Estambul. O mejor a Constantinopla como reza el título del libro, cediendo a la idea romántica de la poderosa capital de Oriente, siempre misteriosa y desconocida.
Aunque esta vez el libro es menos simétrico en cuanto al contenido que aporta cada autor, sin que ello importe. Es más, enriqueciéndolo, porque al texto masivo de Théophile Gautier le acompaña Kavafis cuya participación en forma de leves pinceladas de poesía se convierte en un sutil aroma y en poderoso ejercicio de solidez en la expresión.
Kavafis es la concisión. Sus poemas son parcos en palabras y precisos. Nada sobra en ellos ni es excesivo. Y poco es el espacio que ocupa en las páginas del libro. Théophile Gautier, a su lado, ejerce de mago de los sentidos. Es el viajero que todos hubiéramos querido ser: culto, atento al detalle, abierto a la belleza, encantado en el encuentro con lo diverso y locuaz.
Lo suyo, lo que recoge esta Constantinopla de la que estamos hablando, fueron crónicas publicadas en periódicos para llevar a los lectores de una sociedad que aún no viajaba a mundos cargados de exotismo ahorrándoles penalidades y ofreciéndoles todos los elementos de disfrute que un espíritu curioso y ansioso por descubrir otros mundos era capaz de desvelar.
Descripciones exhaustivas de los cafés o de las calles y las casas o de los vestidos y del aspecto de las personas se abren paso en los relatos Théophile Gautier. Surgían de su gran capacidad para describir ambientes reparando en los toques sutiles de cada atmósfera o de la particularidad de los sonidos o de la coloración del humo que desprende una pipa. Detalles que permiten descubrir los matices de la cultura y de la vida las gentes de cada lugar y compararlos luego, para destacar el contraste, con los propios del occidente de la época. Un occidente que al lector hoy le parecerá casi tan exótico como le debió parecer oriente a Théophile Gautier cuando escribía sus crónicas.
La ausencia de cualquier señal que signifique prisa está presente en todo lo que Théophile Gautier cuenta y tiñe su relato. De ahí la importancia del detalle, la demora en cualquier tema para detenerse en él y descubrir sus esencias. Las boquillas que se ofrecen a los fumadores en las tiendas del bazar o las tiendas mismas y los comerciantes que las atienden son objeto de una mirada meticulosa que sabe poco de urgencias. La mirada de quien se convierte en un conversador exquisito o en un autor capaz de cautivar a sus lectores con sus finas y bien traídas observaciones.
Pero hay más, porque en este caso, en lugar de dueto, sería más propio hablar de trío para referirnos a las voces que se dirigen al lector. Voces cuya expresión comprende también las ilustraciones, abundantes y afortunadas todas ellas, que han sido cuidadosamente elegidas para dar vida al libro.
Como en otros títulos de la misma colección, en esta ocasión la edición ha sido igualmente meticulosa con los detalles. Ha consistido en un trabajo exquisito y atento a destacar lo mejor de cada una de las páginas del libro. Y ha resultado una labor de la que disfrutará el lector no sólo leyendo sino también teniendo entre las manos un objeto bello con el que entretenerse hojeando las páginas sin prisas y gozando con la mirada tal como hubieran querido, sin duda, sus autores.
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