John Carlin
Seix Barral, 2004
412 pp.
Cuando vuelven a llegar noticias de guerra desde la regiones de África próximas a los Grandes Lagos, cobra nueva actualidad Heroica tierra cruel, de John Carlin.
Carlin es un escritor polífacético con raíces de periodista. Su punto fuerte es África, que conoce bien y donde ha vivido largo tiempo. El prólogo, cortísimo, de Nelson Mandela al libro pone de relieve el afecto que el político sudafricano profesa a Carlin y avisa a los lectores de que deben prestar atención a lo que se dice en el libro.
Heroica tierra cruel tiene dos partes, ambas impresionantes. La primera hace referencia a Sudáfrica en el momento en que inicia –con la liberación de Mandela- su transición desde un régimen de apartheid a un régimen democrático. La segunda que hace referencia Ruanda, a la terrible guerra que vivió con la operación de exterminio más sangrienta que el mundo ha conocido desde la Segunda Guerra Mundial, y a los años posteriores de regreso a la normalidad y a la convivencia de las partes enfrentadas.
¿Qué es lo que impresiona de Carlin? Para mi, la eficacia de su discurso y su visión. Me explico. Leo en los periódicos el desastre en el este del Congo, leo sobre el descalabro en Zimbabwe, leo sobre muertos por asuntos de religión en Nigeria, leo sobre Darfur, Somalia, Chad… Pues bien, ante un panorama tan desolador, Carlin aporta la mirada positiva de quien analiza la situación con más elementos que los que juegan exclusivamente a favor de la catástrofe y abre la perspectiva de que otra solución es posible.
La realidad es que Carlin no está solo. Su voz forma parte de una estela más amplia –Jeffrey Sachs, por ejemplo- que parece hoy utópica frente a la contundencia de los acontecimientos que refleja la prensa. En los periódicos se habla poco de la construcción de la paz porque la noticia necesita del aspecto escandaloso de los hechos de guerra.
¿Y cuál sería el motor que trabaja a favor de la paz según Carlin? El título del libro no es casual y encierra la respuesta a esta pregunta: el heroísmo y la dignidad de una enorme población dispuesta a recomponer los horrores de la guerra.
De Sudáfrica el papel de Mandela, su fina inteligencia, su olfato y su absoluto rechazo al rencor y a la revancha explican esa transición que necesitó también que muchos otros actores confluyeran hacia el mismo proyecto y con la misma actitud y, desde posiciones opuestas, en situaciones muy difíciles, alcanzaran acuerdos, comprendieran que tenían grandes intereses en común y abrieran un espacio a la colaboración para construir juntos el futuro.
De Ruanda vuelve Carlin a poner de relieve el mismo proceso basado en la disposición de los dirigentes a mirar hacia el futuro y a cerrar heridas por crueles que hubieran sido, con generosidad.
Las élites –Mandela, Kagame en el caso de Ruanda- han sido providenciales, pero el heroísmo al que hace referencia Carlin, por supuesto, no se refiera solamente a ellas. Habla de la población entera. Destaca la capacidad de millones de personas dispuestas a reconocer lo que pasó, a perdonar y a mirar hacia el futuro. Destaca, sorprendido y admirado, después de tratar con una población maltratada, perseguida y sufriente, su dignidad y su apuesta decidida por la reconciliación.
¿Será que África, con su cultura oral y no escrita, es menos rehén de la historia de lo que son los pueblos de otros lugares donde se guarda la memoria en libros? ¿Será el éxito de Sudáfrica y de Ruanda un espejismo o el resultado parcial de un partido que está lejos de concluir?
Todo es posible. Pero el caso es que el libro de Carlin ilumina sobre aspectos de la realidad poco conocidos, los ilumina con una claridad y precisión muy poco habituales y desvela la posibilidad de un final feliz en medio de ese panorama cruel que parece haber condenado sin remedio a África al fracaso y a la desesperación.
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