lunes, 26 de abril de 2010

Hijos del ancho mundo


Hijos del ancho mundo
Abraham Verghese
Salamandra, 2009
636 pp.

Muy poco hay en español escrito sobre Etiopía y menos aún si se deja a un lado lo referido a historia, cultura o religión. Por eso es tan llamativa la aparición de "Hijos del ancho mundo"...


Abraham Verghese
Salamandra, 2009
636 pp.






Muy poco hay en español escrito sobre Etiopía y menos aún si se deja a un lado lo referido a historia, cultura o religión. Por eso es tan llamativa la aparición de Hijos del ancho mundo, un texto de ficción, una novela, centrada en el país africano y que no puedo dejar de recomendar.

La escribe Abraham Verghese , un médico de raíces indias, criado en Etiopía, instalado en los Estados Unidos y dedicado, además de a su oficio de médico, con éxito a la literatura.

He dicho que el libro se refiere a Etiopía y eso es lo que pone en la contraportada. Pero quizás hay que aclararlo. Hijos del ancho mundo es sobre todo una gran novela. Una novela al estilo clásico, con un extenso desarrollo en el espacio, en el tiempo y en los personajes. Etiopía está presente pero tarda en llegar, a cobrar peso en la acción porque el inicio de la narración se dedica al cultivo de los personajes: a hacerlos crecer y a darles entidad.

La contraportada del libro, a la que me he referido, seguramente se deja llevar por el marketing y destaca lo que más puede llamar la atención del lector: Etiopía y el origen, entre increíble y escandaloso, del personaje protagonista, un niño que junto a su hermano gemelo nace en un hospital de Addis Abeba de una madre que, además de enfermera es monja y que muere en el parto. El gusanillo para empezar la lectura está ahí, pero el libro es, por supuesto, mucho más y aprovecha con inteligencia y habilidad el brillo de estos que podemos llamar ‘efectos especiales’.

La narración sigue, en primera persona, la vida de uno de estos niños y presta, al principio, la atención a la más temprana infancia y a la vida de los padres. Poco hay todavía del país que centra la novela y mucho de vida familiar, del entorno que ilumina una mirada infantil y de los azares que llevan a unos y a otros a una tierra como la etíope. Porque si bien el protagonista nace en el país africano, su familia es de origen indio y su entorno no deja de ser el de la colonia de extranjeros, por más que estén asentados en Etiopía de manera firme.

Seguramente, esta posición excéntrica es la que da riqueza al relato en lo que se refiere a comprender el país y a mostrarlo desde la distancia con que lo ve quien llega de fuera. Personajes muy diversos desarrollan su vida cerca del protagonista que a medida que crece va abriendo ventanas al país donde ha nacido y en el que se siente arraigado a pesar de haber nacido en una familia extranjera. Los sirvientes, niños amigos del entorno familiar o del colegio, escenas de la ciudad o los primeros enamoramientos dibujan el paisaje cotidiano en Addis Abeba. Pero mucho más que todo ello es la medicina la que deja entrar a raudales la realidad en casa porque los padres –padres adoptivos- son médicos y trabajan ambos en un hospital de carácter benéfico.

El sufrimiento a través de la enfermedad y la lucha por remediarlo es el modo como Etiopía empieza a cobrar cuerpo en la novela. Y de nuevo el sufrimiento esta vez llevado por la política es lo que acaba por dar vida al país y por desvelar los elementos mucho más complejos que lo sostienen y que lo mueven.

Los campesinos, la gente de la ciudad, los militares, la religión, el emperador, la colonización italiana, los distintos pueblos y lenguas que dividen a la población, los pasos emprendidos hacia la modernidad, los movimientos revolucionarios… son piezas que se van colocando a lo largo de la novela y que componen un escenario rico sobre el que se recrea una realidad de la que hemos tenido pocas noticias.

Mucho de la novela, repito, una novela sólida, de las que cuesta dejar de leer una vez se ha empezado, parece seguir la experiencia del propio autor. Lo mismo que en su propia vida, el protagonista se convierte en médico y deja la Etiopía natal empujado por los horrores de la política para trasladarse a los Estados Unidos donde conserva sus raíces y donde sigue en contacto con la difícil realidad del país que ve ahora desde la lejanía.

Hijos del ancho mundo no es una novela cualquiera. Estuvo en el número uno durante varias semanas en la lista de libros del New York Times. La calificaron como la mejor novela del año en el Financial Times. Ha sido de sobras celebrada en todo el mundo. Y aunque los periódicos suelen dejarse llevar por el exceso a la hora de animar a los lectores a leer, no hay duda de que se trata de una novela excelente, humana, inteligente y bien escrita, que hará disfrutar a quien la lea y lo acercará a un mundo poco o nada conocido.

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martes, 20 de abril de 2010

El faro de los libros


El faro de los libros
Aravind Adiga
Miscelánea, 2010
350 pp.

El faro de los libros vuelve a ser, en algunos aspectos, un libro divertido, ocurrente y transgresor. De nuevo Arabind Adiga se muestra aquí tan atrevido como en Tigre blanco y tan ingenioso a la hora de idear situaciones y personajes....


Aravind Adiga
Miscelánea, 2010
350 pp.





La India resulta una mezcla en la que todo es posible. Seguramente contribuye a ello esta insólita religión milenaria que no fue fundada por un enviado de Dios o por profeta alguno, que a falta de una autoridad que dicte la ortodoxia ha estallado en tantos matices, prácticas y devociones como practicantes tiene y que acaba por ver a Dios en todas partes y a todo –lo mejor y lo peor- como expresión de la divinidad suprema y como una pieza insustituible y respetable entre todas las que conforman el universo.

Anticipo esto para introducir El faro de los libros, la segunda entrega de Aravind Adiga que nos regaló con un buen número de sonrisas y a veces carcajadas con la lectura de Tigre blanco.

El faro de los libros refleja el microcosmos de una pequeña ciudad del sur de la India, a orillas del mar Arábigo, donde arraigaron los cristianos, algunos dicen que convertidos por el mismísimo Santo Tomás primero y por los portugueses después, convivieron con los hindúes y con los musulmanes y dieron lugar a una mezcla que explica muchas de las particularidades de esta región de la India y, por extensión, del país entero.

El faro de los libros vuelve a ser, en algunos aspectos, un libro divertido, ocurrente y transgresor. De nuevo Aravind Adiga se muestra aquí tan atrevido como en Tigre blanco y tan ingenioso a la hora de idear situaciones y personajes. Pero a medida que avanza la lectura, se hace patente el desánimo y la desesperanza de una inmensa población a cuyas espaldas recae el peso de la miseria, de la falta de futuro y de la desesperanza.

Los disparates se mezclan ahora con las diversas expresiones de la desgracia y las barbaridades se matizan por la necesidad de sobrevivir a la contrariedad y de sacar fuerzas de flaqueza un día tras otro.

Ahora no hay sólo chanza en el tono de Aravind Adiga, hay también compasión. Hay un tono benevolente que tiene que ver con el sentimiento de hermandad y con la tolerancia que está en las raíces místicas de la India y que el autor manifiesta en la comprensión con que son tratados los personajes, buenos –algunos- y menos buenos –muchos más- , la justicia –poca- y la injusticia –generalizada-, las virtudes y los defectos. Todos son parte del mismo universo, opresivo y sin salidas para los desheredados, y todos, de la casta, de la religión o de la condición que sea, componen el entramado complejo de esta pequeña ciudad donde nadie es del todo inocente.

Tolerancia, compasión y humor, sobre todo, en la primera parte del libro. Humor que entona la visión de esa pequeña ciudad, que bien podría representar toda la India, que relativiza las cosas y que coloca al descreído autor del libro en situación de hacer incursiones por cuantos disparates se le ocurren: los funcionarios corruptos, el ridículo de la escuela de los jesuitas, los borrachos musulmanes, los hijos de familias pudientes, los bandidos hindúes, los charlatanes …

Todos transitan por un libro de apariencia inocente, que incluso en la forma se desmarca de la narración habitual. Aparentando a instalarse en la máxima objetividad, recurre al juego teatral del construir con detalle el escenario donde se desarrolla la historia, describiendo con minuciosidad los barrios de la ciudad –por supuesto, ficticia-, las calles, los monumentos y las situaciones que envuelven a los distintos episodios, del mismo modo que lo haría un guionista o un dramaturgo antes de sacar a escena los personajes de su obra. Y sobre este despliegue de decorados propone, a modo de cuentos, una sucesión de historias en cuyo final predomina el sabor amargo y resuena en los oídos del lector ese mensaje, propio también de mucha de la novela picaresca, que afirma que la bondad se ve siempre y sistemáticamente defraudada.

La India del sur, con sus particularidades, nos llega a modo de caricatura de la mano Aravind Adiga con El faro de los libros. Quien quiera conocerla –aunque no sea una India del todo real- y pasar sin duda un buen rato de sabores agridulces no debiera perderse su lectura.

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lunes, 12 de abril de 2010

Cosas que he callado


Cosas que he callado
Azar Nafisi
Duomo, 2010
406 pp.

En "Cosas que he callado" quien habla de Irán no es un viajero que se sorprenda por el enorme peso que tienen la cultura, la historia, las tradiciones, el arte y tantas otras cosas relacionadas con Irán....


Azar Nafisi
Duomo, 2010
406 pp.





En Cosas que he callado quien habla de Irán no es un viajero ni nadie que con ojos de extranjero se sorprenda o se deje seducir por el enorme peso que tienen la cultura, la historia, las tradiciones, el arte y tantas otras cosas relacionadas con Irán.

Azar Nafisi, la autora, es iraní y habla de su país a partir de su familia. O si se quiere, y más exactamente, habla de su familia y de ella misma, de su infancia, de su juventud y de su vida adulta y al hacerlo emerge necesariamente Irán, a veces de forma más desdibujada y a veces como claro protagonista del relato.

Azar Nafisi, no es una persona cualquiera. Se hizo conocida entre nosotros por otro libro anterior: Leer Lolita en Teherán. Pero para lo que en el libro que ahora nos ocupa importa, es sobre todo la hija de una familia muy relevante en época de shah.

La familia del padre, menos presente en el libro, pertenece a una minoría religiosa dentro del Islam especialmente rigurosa en lo doctrinal pero afable. La familia de la madre pretende estar emparentada con antiguos reyes y forma parte de la alta sociedad de Teherán. El padre ha forjado su carrera a base de esfuerzo y ha escalado los más altos puestos en la política. Llega a alcalde de Teherán, lo que supone tener relación directa con el shah, después de haber ocupado puestos de relieve en la administración del país.

Con este "decorado", a través de su libro, Azar Afisi nos deja entrar en su familia y en la forma de vida que lleva y que la envuelve. Hay, por supuesto, mucho margen para hablar de las relaciones con los padres y con el resto de familiares. Relaciones que están siempre presentes y entre las que brillan la presencia de una madre insufrible y de un padre de efectos balsámicos, afectuoso, muy culto y liberal. ¿Liberal y próximo al gobierno del shah y al shah mismo? Pues sí, porque una vez más la política y las personas se muestran contradictorias y con todas las matizaciones y las descalificaciones que se quiera, es cierto que el padre del último shah fue quien trató de poner en cintura a los clérigos para que se apartaran de la política y fue quien prohibió el velo y trató de sacar a la mujer de la condición inferior que tenía respecto al hombre. Y el propio sha Reza Palehvi fue quien sostuvo un denodado esfuerzo por modernizar el país –bien es verdad que a su manera- luchando con cuantos veían en la tradición y en la religión un patrimonio intocable.

Las reuniones en casa de los padres, con personajes relevantes y con temas de alta política, los chismes que acompañan a la conversación de las mujeres en un ambiente cerrado de la alta sociedad, la relación de la madre con las amigas o con la peluquera y los tenderos … todo va discurriendo a los ojos del lector que, desde una tribuna asiste a lo que ocurre en casa. Pero aparecen también junto a los hechos de textura más familiar otros elementos de trascendencia mayor. Los actos de pederastia que afectan a religiosos, que hubieran debido ser ejemplares en lo que a moral se refiere, hablan de una religión estricta pero corrupta. El recuerdo de Mosadeq, el primer ministro que se enfrentó a las potencias occidentales para recuperar el petróleo cuyos beneficios iban a manos de las compañias extranjeras, resitúa la historia de Irán para reflexionar sobre el papel de shah y de la revolución islámica.

Y finalmente, los años de la revolución, de la guerra con Irak, los incidentes y luchas por el poder que los precedieron y lo que sucedió a continuación nos llevan hasta el presente. No es desvelar nada del libro el decir que Azar Nafisi censura con las más duras palabras el régimen de los ayatolas. Ella misma, profesora de universidad, mujer moderna, educada en el extranjero representante de una generación moderna, tiene que salir del país porque no hay sitio para ella ni para ningún género de disidencia. La reacción sanguinaria del nuevo régimen, la dictadura de la tradición islámica más rígida, el peso de los instrumentos de represión y el lastre de la corrupción que todo ello comporta, van ocupando su lugar a medida que la autora los va descubriendo y los sufre sobre su propia piel y sobre la de los demás.

"Deseo relatar la historia de una familia que se revela en el trasfondo de una época turbulenta en la historia política y cultural de Irán" declara Azar Nafisi en el principio del libro. Y eso es lo que hace, en un texto repleto de interés y con el apoyo -hay que decirlo- de una pequeña pero valiosa colección de fotografías que salpican las páginas del libro y que dan realidad a escenas y a personajes para ayudar al lector a verlos con sus propios ojos.

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