viernes, 27 de marzo de 2009

Taxi


Khaled al Khamissi 
Almuzara, 2009
215 pp.







Una idea tan simple como resultona sostiene el libro de Khaled al Khamissi de la primera a la última página. Khaled al Khamissi, licenciado en ciencias políticas, y a buen seguro de natural curioso acerca de la sociedad que lo rodea, decidió sacar provecho de su inclinación por el uso del taxi y de la costumbre, parece que universal, de los taxistas de enhebrar conversación con sus clientes.

El resultado, un libro que arranca con un jugoso prólogo del propio autor y sigue con casi sesenta historias, todas ellas muy cortas, que recogen relatos episódicos cogidos poco menos que al dictado en el curso de los desplazamientos por las atestadas calles de El Cairo.

El universo de los taxistas –de los de El Cairo- como el de los socios del Real Madrid o del Barcelona no alcanza a cubrir a la sociedad entera. Ni mucho menos. Pero según se mire, puede uno llegar a pensar que se le aproxima bastante. Reúne a un colectivo numeroso, de perfil, condición y procedencia diversa. No hay en El Cairo, por supuesto, mujeres taxistas. Pero desde licenciados universitarios hasta campesinos llegados de la lejana Nubia, el autor ha encontrado a personajes para situar en cualquier punto intermedio de la escala entre ambos extremos.

Ochenta mil taxis son muchos taxis. Madrid no alcanza los veinte mil. Y la profesión de taxista se convirtió para El Cairo en refugio para una población en busca de trabajo sin más requisito que el de ser capaz de conducir un automóvil y de aguantar al volante una agotadora jornada.

Las anécdotas y relatos que dan vida a Taxi expresan el sentimiento de una sociedad modesta. Son la voz de los trabajadores hablando de sus vidas y de la de sus familias. Y en esta extraña relación de confianza que se establece en el taxi, tratan de los más diversos temas que surgen con espontaneidad y con expresión sincera. No es todo Egipto el que habla, pero es una importante capa de la población que con seguridad comparte, más alla del propio gremio, con otras gentes igualmente humildes opiniones e inquietudes.

La precariedad de la economía familiar está presente en muchos de los relatos. La corrupción de las instituciones también lo mismo que el escaso aprecio hacia la política,  los políticos, los funcionarios y el gobierno. La religión, la guerra de Irak, los americanos, el vestido… se deslizan en la conversación de manera accidental o en forma de un chiste, envuelto todo en el lío en que se han convertido las calles de la ciudad de El Cairo. 

Khaled al Khamissi, además de darlos a conocer, enmarca los relatos. Los pone en contexto, dibuja, para el lector una breve semblanza del taxista y de las circunstancias –el escenario- que acompañan a la conversación. En definitiva, muestra una imagen de El Cairo viva y fresca que surge de sus gentes y llega al lector sin más intermediarios que el del personaje del autor en el papel de pasajero del taxi. 

Taxi ha sido un éxito editorial en su país de origen, seguramente es excesivo asegurar que traza una “imagen realista y precisa sobre la sociedad árabe actual”. Pero que se aproxima a una visión tan cierta como parcial de la sociedad egipcia y que lo hace de un modo ágil y entretenido es un hecho. Como lo es también que la lectura no  defraudará a quienes deseen acercarse con los pies en la tierra a las pequeñas historias que componen la vida de las gentes de la calle.

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viernes, 20 de marzo de 2009

Nieve de primavera

Yukio Mishima
Alianza, 2008
465 pp.








Publicado por María Castellanos

Un cambio radical y, para algunos traumático, es el que se produce en el Japón del siglo XIX con la era meiji. El país, encerrado como ninguno en sólidas tradiciones, abre la puerta a occidente y empieza a asimilar sus costumbres.

Botchan –ver en este mismo blog- constituye un relato jocoso de la vida en Japón cuando se está abriendo a la modernidad. Su autor no es agrio con los nuevos tiempos. Pero ha vivido en Inglaterra y recuerda su estancia entre los ingleses como los peores años de su vida.

La adaptación a los aires que soplan desde occidente no es fácil. Y no es que resulte para muchos incómoda. Es que representa la pérdida de la propia identidad. Es la descomposición de los cimientos sobre los que se sostiene el alma del país y, por consiguiente, se vive como una herida irreparable.

Nieve de Primavera es la novela que da comienzo a la tetralogía El mar de la fertilidad y a la que siguen Caballos desbocados, El Templo del Alba y La corrupción de un Ángel. Este conjunto de cuatro libros es considerado el testamento literario de Yukio Mishima y una fuerte crítica hacia un Japón que a sus ojos decaía y perdía la pureza, al dejar a un lado las costumbres que le eran propias y rendirse a las llegadas de Occidente.

Mishima es el gran referente de la novela japonesa. Lento en el fluir y minuciosamente descriptivo proyecta en su escritura la pausada sutileza que acompaña a toda expresión de cultura según la tradición del país. Tanta sensibilidad y discreción no debe desanimar al lector, que poco a poco cae, él mismo, cautivado por un relato que se sostiene en un mundo de metáforas y referencias simbólicas. Este Japón en vías de extinción se revela en una romántica y poética historia donde el amor se funde con la fatalidad del destino.

La novela se sitúa en el Tokio de 1912, en un medio próximo a la corte nipona donde el joven Kiyoakai, miembro de la noble familia de los Matsugae, vive su adolescencia y ve despertar turbulentos sentimientos hacia la bella Satoko. Sin embargo, Satoko, hija del Conde Ayakura, no parece compartir las inquietudes de su amigo de la infancia. Ante esta situación Kiyoaki se esfuerza por alejarse de la muchacha que continuamente le confunde y perturba, sembrando en él la desconfianza acerca de sus verdaderas intenciones. Cuando, en un arrebato de orgullo, Kiyoaki le hace llegar una carta comunicándole su deseo de no volver a verla, la joven recibe al mismo tiempo, de un destacado miembro de la familia imperial, una propuesta de matrimonio. Kiyoaki, a pesar de sus propósitos, no puede extinguir su amor por Satoko y todos sus esfuerzos se dirigirán a recuperarlo, aún a sabiendas de que su empeño conducirá a ambos hacia la destrucción.

Una corte de personajes acompaña a los dos protagonistas para componer la novela. Junto a ellos encontramos a Honda, el amigo fiel y testigo privilegiado de los acontecimientos de la vida de Kiyoakai, que trata de intervenir para ayudar a los jóvenes pero que pese a sus esfuerzos no logra evitar la destrucción del joven Kiyoakai. Honda finalmente no puede más que convertirse en un observador y es a través de su mirada cómo se vislumbran los hechos.

Aparece también en la novela un nutrido elenco de criados de turbio pasado, familias imperiales con obligaciones políticas, amigos fieles, santuarios y ritos, paseos en carruajes orientales, todo tipo de referencias al destino y sutiles metáforas y figuras simbólicas extraídas de la naturaleza (cerezos, nubes, insectos, alondras…).

La nieve y la primavera, presentes en toda la novela, salpican el relato y forman parte de este universo de símbolos con el que Mishima alude a la decadencia de su país: la nieve como representante de la pureza que sólo puede ser alcanzada a través del primer amor, de un amor adolescente que nace como la primavera, frágil y fugaz y por ello mismo irrepetible.

Nieve de Primavera traza el camino que conduce de la vida a la muerte. Una muerte por amor que preceden y que preparan los cambios del espíritu. El rapidísimo salto que da Japón para convertirse en el paradigma de la modernidad tiene en Nieve de Primavera la lectura dramática de quien contempla todo lo que se deja atrás y no siente pasión alguna por lo que viene. De quien se aferra a la riquísima cultura que desde tiempos ancestrales ha presidido todos los órdenes de la vida con tanta intensidad y que la venera con devoción y deleite.

Mishima llora el Japón que declina, pero el Japón de hoy sigue recibiendo de sus viejas tradiciones muchos de los rasgos que conforman su carácter. Por eso Nieve de primavera no sólo atraerá a los amantes de la novela sino a todos cuantos deseen acercarse al complejo país que es el Japón actual, tan opaco e incompresible al extranjero cuando desconoce sus profundas raíces.

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sábado, 14 de marzo de 2009

Si un árbol cae. Conversaciones en torno a la guerra de los Balcanes


Isabel Núñez
Alba, 2009
365 pp.






La paz es la continuación de la guerra por otros medios.

Me gustaría dejar un amplio espacio de silencio tras esta frase que aparece en las primeras páginas de Si un árbol cae pronunciada por un bosnio.

Viajé a Croacia en la primavera de 2002, muy pocos años después de finalizar la guerra. Y encontré un país agradable, lleno de energía donde los testimonios materiales de la destrucción y de la violencia pasadas habían casi desaparecido. La ‘normalidad’ había aflorado de nuevo y el destino trágico de los Balcanes se apagaba después de un dramático período de inflamación.

¿Por qué hablar aquí y ahora de la guerra en los Balcanes, a la que hace referencia Si un árbol cae? Seguramente porque a esta interpretación que da por definitivamente cerrada una etapa marcada por la guerra, se le puede oponer otra que vendría a decir que las furias desatadas en el conflicto de los Balcanes volvieron, como el genio, a la botella de la que no debieron salir, pero siguen ahí, latentes, y contagiando la realidad de hoy con su veneno.

Estamos ante un libro sobresaliente que no hace solamente historia del pasado. La hace del día de hoy. Nos habla de las personas, mayores y jóvenes, que viven en Croacia, en Bosnia o en Serbia a quienes la contaminación de la guerra persigue y afecta de modo irremediable en su vida cotidiana, en sus recuerdos, en sus relaciones, en su manera de estar en su propio país y de verse a sí mismos y a sus vecinos. Para el viajero, sería ésta una guía subterránea de lo que los ojos no pueden ver.

Isabel Núñez quiere entender qué ocurrió realmente. Quiere conocer los porqués de esta guerra enmarañada entre conciudadanos que se tenían por europeos, educados y cultos, de costumbres modernas, admiradores de Lou Reed, cosmopolitas y tolerantes. Quiere saber cómo la vivieron quienes tuvieron que soportar su horror. Y se interesa también por la huella que dejó en las personas y que las ha marcado a fuego hasta hoy.

La guerra de los Balcanes fue una guerra culta. A la cabeza de tanto horror había médicos, profesionales liberales, intelectuales… Hubo escritores. Y a escritores es a quienes la autora se dirige para que le cuenten. Toma notas, les graba la voz y los filma. Y su relato, el relato de su experiencia personal, de cómo lo vieron entonces y cómo lo ven ahora es lo que da contenido al libro.

Un libro duro. No por trágico, que no lo es. Duro por denso. Nada es liviano. Se habla en él de lo fundamental. Da la impresión de ser un libro de sustantivos, de unos sustantivos tanto más sólidos cuanto son temas fundamentales –la vida y la muerte, la convivencia, la esperanza, el odio, el respeto..- los que lo nutren.

Hay en Si un árbol cae materia muy enjundiosa para reflexionar sobre los nacionalismos. La hay también sobre lo que supuso en los Balcanes el abandono del socialismo. La hay –y resulta desesperanzador- sobre el impacto de la corrupción que asola a los países que surgieron de la antigua Yugoslavia una vez terminó la guerra.

Y sorprende al lector la llaga que dejó el conflicto en las generaciones jóvenes. Parece que las generaciones próximas a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, las que se batieron el cobre apoyando a Tito o resistiéndosele estaban mejor preparadas para salir indemnes de tanto horror. Pero los jóvenes no tenían experiencias desde las que articular una defensa con que soportar la barbarie.

Terminado el conflicto, al menos en términos militares, la degradación se impuso. Se ha impuesto, si hay que ser fieles a quienes prestan su voz al libro. La corrupción, el victimismo, la pérdida de los mejores valores de modernidad y de progreso de la sociedad balcánica forman la herencia de quienes sobrevivieron y de la que les va a costar desprenderse al fin.

Conmociona oír el relato de los que ven con nostalgia los momentos más dramáticos de la guerra, de esos meses negros en que Sarajevo estuvo en el punto de mira de los ejércitos que la cercaban. Entonces salió lo mejor de las personas, todo era real, la vida era un ejercicio de voluntad soportado minuto a minuto con conciencia plena y con extraordinaria dignidad. En aquellos momentos, para muchos la voluntad de vivir desplazaba al odio.

Pero el tiempo y la normalidad que siguió a los acuerdos de paz contribuyeron a degradar a las personas y a las relaciones. Y el peso de la culpabilidad también. Los Balcanes dieron un paso atrás. Imposible distinguir entre amigos y enemigos. Imposible despejar el resentimiento. Imposible regresar a la sociedad cosmopolita y mezclada de etnias, religiones e ideologías distintas que se proyectaba en familias, barrios o pueblos y componía un rico espacio de convivencia desprovisto de conflicto. El futuro deberá ser el terreno donde jugar la larga partida de recomponer laboriosamente todo lo destruido en el curso de la guerra.

Quienes hablan de Serbia, Croacia, Eslovenia, Kosovo, Bosnia, Montenegro… son testigos singulares del presente en estos lugares y de su pasado reciente. Su oficio de escritores les hace articular un discurso sólido y meditado que no esconde las dudas, la incomprensión, la sorpresa y la amargura. Entre todos componen el relato de una guerra y de una paz, y con el concurso hábil, incisivo y lúcido de Isabel Núñez dan vida a un libro soberbio que no habría que dejar de leer.

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viernes, 6 de marzo de 2009

Asante África


Témoris Grecko
National Geographic / RBA, 2009
139 pp.





Me acerqué al libro y después de husmear en la contraportada tuve una sensación de desinterés. Un desinterés que hube de reconocer que nacía de un prejuicio. El libro venía avalado por haber recibido un premio concedido por una cadena hotelera.

Nada peor que guiarse por los prejuicios, porque Asante África resulta ser profundo, ameno, bien informado, de muy fácil lectura y en muchos momentos divertido. El secreto está en el autor, un mexicano, periodista, ingenioso y de espíritu aventurero. Y está también en los temas que trata -resultado de un viaje de meses por África- y en el modo de aproximarse a ellos.

Dos partes dividen claramente el libro. La primera trata de Sudáfrica. Témoris Grecko ha viajado solo. Y su viaje consiste en los encuentros con la gente. Gente normal, aunque no necesariamente parecida. Gente con quienes consigue una relación casi siempre cordial y familiar y de quienes extrae puntos de vista y experiencias que añade a su propio discurso y le ayudan a explicar lo que ve.

Hay en Témoris Grecko una posición tomada de antemano. No es un mero observador: exhibe su criterio. Y hay que decir que lo hace de forma equilibrada y cuidadosa. Porque los temas en los que se fija -la desigualdad, el racismo, la pobreza, la enfermedad, la sumisión, el nacionalismo, la convivencia de las culturas, los gobiernos...- son complejos y requieren sensibilidad para tratar de ellos con mesura.

Sudáfrica es la excepción esperanzadora del continente. La irrupción -que el mismo autor entiende que roza el absurdo- de un mexicano en medio de personas con intereses, culturas, ideologías y aspiraciones tan radicalmente distintas sirve para humanizar el relato y para expresarlo desde el lenguaje de la sinceridad y, a menudo, de la complicidad. El sida y el modo cómo afrontarlo, el pasado bóer, la nueva élite negra y por contraposición la gran mayoría a la que tanto cuesta prosperar, y la figura inmensa de Mandela se mezclan para componer un panorama, desde luego incompleto, pero muy interesante y aleccionador.

La segunda parte del libro dirige la mirada a Kenya y Tanzania. También allí Témoris Grecko nos introduce, jugando con las anécdotas propias del viaje y a través de sus encuentros fortuitos, en la realidad con la que tropieza. La atención que presta a las personas y a las situaciones que viven lo anclan a tierra y dan solidez a un relato que hubiera podido quedar en simple aventura.

En ningún momento el libro pierde fluidez y simpatía, ni tampoco conexión razonada con la realidad. Los premios casi siempre tienen un fundamento. En este caso ha sido bien merecido y hay que reconocer el buen tino de la cadena hotelera que tanto me desconcertó en mi lectura de la contraportada.

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