Miljenko Jergovic
Siruela, 2012
168 pp.
Aún sin gran experiencia en la literatura de la región, el inicio de la lectura de Freelander hace pensar que estamos ante una segunda generación de esctritores balcánicos contemporáneos. En tono muy informal, en un lenguaje muy joven, Miljenko Jergovic habla de un viejo profesor, aburrido, deprimido sin duda, alejado del mundo que lo rodea, encerrado en su apartamento, envuelto en recuerdos... ¿Y dónde está la guerra, se preguntará el lector, que sabe que es la invitada permanente en cualquier narración de los escritores balcánicos de los años recientes? La respuesta es que no está. No está en las primeras páginas y no está en forma explícita en la mayor parte de la novela.
Es más, el ensimismamiento del protagonista hace pensar que la narración va a derivar en un relato íntimo donde incluso el entorno -Croacia, en este caso- queda desdibujado como un irrelevante telón de fondo. Pero no. No van por ahí los tiros, porque Miljenko Jergovic es hábil y atrevido y coloca en Sarajevo el punto de fuga de una historia que, en forma de viaje, arranca en Zagreb de forma inesperada y se convierte en una experiencia real y vital de mucho calado.
Nuestro viejo profesor se pone en ruta para efectuar este viaje, al mismo tiempo que pone en marcha la máquina de los recuerdos. Y los recuerdos en los Balcanes no pueden ser otra cosa distinta que una sucesión de miedos y de conflictos oscuros, poco edificantes y, al final, absurdos.
El absurdo, sabiamente manejado por Miljenko Jergovic es la sal de la novela que no es negra en ningún momento porque el humor la salva y genera en el lector más de una carcajada. Sin decirlo, Miljenko Jergovic necesita del absurdo para hablar de Croacia, de Bosnia, de la antigua Yugoslavia y se vale para ello del profesor jubilado, de su Volvo pasado de moda que es para él el bien más preciado y de una pistola sin la cual no se atreve a salir de su mundo.
El camino entre Zagreb y Sarajevo es para nuestro protagonista el camino a lo largo de la vida porque cualquier incidente, cualquier paisaje o encuentro le suscita recuerdos de esta tierra maldita en la que los alemanes de Hitler se marcharon derrotados, los italianos de Musolini desaparecieron con más pena que gloria, los revolucionarios y los comunistas tampoco salieron bien parados y la mezcla de cristianos, musulmanes, serbios, croatas, bosnios, herzegovinos y demás pueblos resolvieron su difícil convivencia en medio de sospechas, conflictos y toda clase de malas artes.
El temor al otro, el desprecio, el ánimo de revancha o la convicción en la propia superioridad guía el comportamiento de todos de forma tan dramática como jocosa. El relato de un partido de fútbol entre un equipo de fuera y el equipo local compuesto por una impresentable plantilla de brasileños y con una hinchada dispuesta a prender fuego al mundo en caso de derrota lo utiliza Miljenko Jergovic como metáfora de los demonios balcánicos divertida en extremo y brillante como relato de humor.
En la contraportada del libro se avisa de que Claudio Magris ha dicho de la novela que 'se trata de un relato magistral de la desesperanza y vitalidad desbordante de los Balcanes, aderezado con grandes dosis de humor negro'. La frase resume el libro sin exageración alguna. Quien desee tener una visión moderna, aguda y poco convencional de los países balcánicos hará bien en leer Freelander y en dejarse llevar por los retazos de historia y de presente con los que juega, que le sonarán sin duda y le harán pasar ratos de lo más divertidos.
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