Ruth Benedict
Alanza, 2011
384 pp.
El crisantemo y la espada se publicó por primera vez en 1946. Es un estudio de corte antropológico para entender Japón, su cultura y la mentalidad de sus gentes. Y después del tiempo transcurrido la pregunta que surge en primer término es si el Japón del que habla el libro tiene que ver con el Japón actual, si los japoneses no han cambiado tanto desde entonces que poco de lo que en el momento de publicarse el libro era cierto lo es en el momento presente.
Empecemos contando la historia del libro porque tiene su interés. En el curso de la Guerra del Pacífico, durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano se plantea cómo interpretar el comportamiento de los japoneses en la contienda, su empecinada resistencia a pesar de su inevitable derrota y sobre todo qué hacer cuando gane la guerra y deba gestionar su victoria. ¿Cómo son los japoneses, cómo tratarlos y qué hacer con el país?
Para afrontar tantas preguntas se dirigen a una de las antropólogas de mayor prestigio en el momento y le encargan el estudio de cómo son los japoneses: cómo son en realidad, más allá de las apariencias. Porque a pesar de que hay mucha literatura escrita sobre ellos, lo que se desprende de lo que han dicho quienes los conocen es, no sólo confuso, sino radicalmente contradictorio. Los japoneses son de una cortesía extrema pero también de una brutalidad extraordinaria. Son de una fidelidad sin fisuras a quienes los mandan pero también rebeldes e insumisos en la misma medida. Son sutiles en sus gustos y sensibles hasta el último matiz, pero son igualmente rudos y descuidados en lo que afecta al cultivo y a la apreciación de la belleza. La ferocidad y el carácter primario del samurái convive con la espiritualidad que emana de la cultura japonesa y ambas, ferocidad y espiritualidad, se entienden hermanadas y formando parte de la misma cosa.
El crisantemo y la espada, un título que refleja la contradicción a la que se enfrenta el estudio, sigue siendo un libro extraordinario. Hay que leerlo con atención porque es un estudio profundo y con más contenido del que pudiera parecer a primera vista. No es el resultado de un análisis periodístico. Va mucho más allá, y paso a paso va abriendo temas con el fino bisturí de conceptos bien asentados para poner orden a esas contradicciones que aparecen una y otra vez y que requieren ajustes muy finos para su interpretación.
Ruth Benedict pone de relieve que Occidente ha estado mirando a Japón desde una cultura, desde una lógica y empleando un sentido común totalmente extraños a la cultura japonesa. Y es justamente un cambio de perspectiva, construyendo nuevos conceptos, lo que se precisa para empezar a comprender el alma japonesa y los principios que la guían.
Un montón de dichos conceptos es lo que nos desvela Ruth Benedict y desmiga para hacérnoslos digeribles a fin de ayudarnos a comprender las líneas maestras que orientan el comportamiento y el punto de vista de los japoneses. On, giri, chu, gimu, haji, jicho… definen auténticas corrientes subterráneas que condicionan la vida de millones de personas sin que occidente haya sido capaz de percibirlas o de analizarlas en profundidad. Sin que haya podido conjugarlas para entender cómo juegan todas ellas al mismo tiempo y muchas veces en conflicto unas con otras, con resultados aparentemente inexplicables.
Entrando, además, en asuntos tan variados como la historia, la educación de los niños o la religión, el mundo japonés se revela en El crisantemo y la espada como un mundo extremadamente complejo. Pero hay que volver a la pregunta formulada al principio de si la situación al término de la segunda guerra mundial, la que sostiene el análisis que efectúa la autora, tiene todavía vigencia y si los japoneses, más orientados hoy al manga, el anime y la cultura pop, tienen algo que ver con los kamikazes que encomendándose al emperador se sacrificaban precipitándose sobre los barcos norteamericanos.
La respuesta no es evidente y quien visite Tokio o lea a Murakami sentirá la tentación de decir que hablamos de ‘japones’ distintos. Japones que han roto la línea de continuidad que los unía y que no se reconocen siquiera como de la misma familia. Pero no es tan sencillo llegar a esta conclusión que, además, seguramente no es la correcta.
Japón sigue siendo un país opaco. Es un país nuevo en muchas de sus formas de vivir y en el aspecto de sus ciudades que se han occidentalizado de manera evidente. Es un país decididamente moderno. Pero nada de ello impide que las mismas corrientes subterráneas que actuaban cuando la autora emprendió su investigación sigan haciéndolo ahora sobre un tablero de juego actualizado y más orientado al futuro que al pasado.
Carlos Rubio escribió su interesántisimo ‘El Japón de Murakami’ estimulado por la misma pregunta de si el Japón actual guarda o no relación con el mundo y con la cultura de los que procede. Y su respuesta es que si, aunque hubiera podido parecer que no a primera vista.
A pesar de que el encargo que recibió Ruth Benedict sea hoy cosa del pasado, El crisantemo y la espada sigue siendo un libro plenamente vigente, un libro complejo y sin embargo de lectura muy fácil. Quizás demasiado fácil porque invita a disfrutar de él leyendo de corrido cuando tal vez habría que tener papel y lápiz al alcance de la mano para ir apuntando conceptos e ideas que nos van a sonar a nuevos. Un libro que va a abrir nuestros ojos a una realidad que nos es desconocida y que no vendrá nada mal leer antes de visitar Japón o simplemente si se siente curiosidad por conocer mejor el país.
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