Ringu Tulku Rimpotché
Ediciones Invisibles 2012
282 pp.
¿Desde cuándo debe estar uno al corriente de las religiones de los demás? Para el viajero la respuesta es fácil: desde el momento en que le cuesta mucho entender un país o una sociedad donde la religión está muy presente y representa un muro para su comprensión.
Viajar al Tíbet, a Birmania, a Sri Lanka o a la misma India pone a la mayor parte de los viajeros frente a los límites de su capacidad de interpretar lo que ve cuando la religión anda por medio, que es muchas veces. Por ello no viene mal hacer una excursión con un poco de profundidad por los fundamentos de una de estas religiones, en este caso del budismo, que profesan millones de personas y que impregnan una cultura entera, por no decir una civilización.
Vaya por delante que El budismo explicado a los occidentales no es una explicación hecha desde la mentalidad de los occidentales. No es el libro que escribiría un profesor o un buen conocedor del budismo. Quien se expresa en él es un conocido budista. Es, por consiguiente, el libro de un budista que trata de explicarse ante quienes no lo son, de un budista consciente de la distancia conceptual entre oriente y occidente y que busca los matices y los ángulos desde los que mostrar las complicadísimas sutilezas del universo conceptual en el que se mueve.
Puede chocar la lectura del libro a quienes buscan una aproximación más racional que religiosa. Pero hay que reconocer que la voz de un creyente permite a quien la escucha conocer la perspectiva del devoto y así sumergirse en su mundo con una inmediatez que no sería posible si el discurso viniera de quien podríamos llamar un experto.
Como aviso, advierto que quien firma esta reseña es agnóstico y que, habiendo vivido la mayor parte del tiempo en el siglo XX, se siente más próximo al siglo XXI que al siglo XII. Y digo esto, porque sin entrar en los fundamentos de la religión o de la devoción, la primera impresión recibida de la lectura de libro es de desconcierto.
Desconcierto y distancia es lo que seguramente percibirán los lectores -como no puede ser de otra manera- ante una concepción del mundo que se halla en las antípodas de la nuestra. Para empezar, sorprende la autoridad que tiene el pasado y la poca presencia que tiene el presente en el discurso religioso de Ringu Tulku Rimpotché. Los grandes maestros, los argumentos que certifican las verdades, las referencias a las que se acude se buscan en textos del siglo XII que a la vez se refieren a personas o a ideas muchos siglos anteriores. Ninguna verdad parece que se sustente en el presente.
El fundamento de la verdad, es para los budistas muy antiguo. Y se sostiene hasta llegar a hoy porque la tarea del budista, su comportamiento, su misión en el mundo son tan complejos que para realizarlos hay que acudir a la experiencia acumulada desde tiempos antiquísimos. Una experiencia que acumularon los maestros más iluminados y que el tiempo, lejos de apagar, ha convertido en un tesoro.
Siglos y siglos dándole vueltas a las sutilezas de la vida, de la santidad, del bien y del mal, del engaño de los sentidos... producen un discurso sorprendente que se basa en distinciones y clasificaciones de todo. Las cualidades que ayudan a salir de la rueda de reencarnaciones para alcanzar una vida de iluminación son seis, los estados que condicionan la existencia humana y restringen las libertades son ocho, las riquezas personales son cinco y las riquezas exteriores otras cinco, las categorías de personas son tres y las cualidades del guía espiritual ocho. No hay casi nada que no esté numerado y tipificado según una lógica en la que cuesta entrar.
Pero junto a esta 'farragosa' herencia del pasado, convertida para el lector no experto en una pesada escolástica, emerge una filosofía de vida mucho más cálida y con la que el occidental conecta mejor.
Ringu Tulku Rimpotché nos cuenta la bondad radical que debe profesar el budista, su comprensión hacia los demás, la generosidad y el desprendimiento, el pacifismo que emana de forma natural en quien observa los mandatos de la religión. Pero lo atractivo y a la vez desconcertante de su discurso viene del objetivo de fundamentar estas muestras de 'bondad' en las enseñanzas de los maestros, en los grandes conceptos.
No es que la generosidad sea buena por ella misma. Es que la 'impermanencia' es decir, la vacuidad de todo lo que percibimos por los sentidos y de todo lo que construimos con la mente nos deben llevar a abandonar el deseo de posesión y nos deben llevar al deseo natural de desprendimiento.
No es que la actitud pacifista sea buena de natural. Es que la futilidad del mundo que nos parece real lleva por lógica a no desearlo. ¿Quién haría una guerra por ganar algo que acabará por perderse? Se pierde la vida, se pierde la salud, se pierden los imperios y la riqueza... La historia muestra esta verdad incontestable que el budista entiende porque está en la esencia del mundo que los maestros le han desvelado y que le lleva a no emprender ninguna lucha por un objetivo tan efímero y tan condenado en acabar perdiéndose.
El budismo explicado a los occidentales es una inmersión intensa y muy ilustrativa. Por supuesto, no abarca el budismo entero. Se centra en la corriente mahayana, la conocida como 'del gran vehículo', asentada en el Tíbet además de otros países, y que propone una vía de salvación universal y basada en el desprendimiento y el mérito, a diferencia de la corriente teravada, arraigada en Birmania, más inclinada a la salvación individual, y de la corriente tántrica donde el desprendimiento se observa con un rigor distinto.
Quien sienta interés por aproximarse al budismo y por hacerlo llevado de la mano de un monje budista, hallará en El budismo explicado a los occidentales una magnífica ocasión que le llevará más allá de las explicaciones superficiales para acercarlo al corazón de la doctrina y hacerle entrever -sólo entrever porque el asunto es extremadamente complejo- los múltiples recovecos de este universo bajo el que viven países enteros y millones de personas.
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