Jean-Paul Clébert y Patrice Molinard
Seix Barral, 2011
351 pp.
Estamos ante un libro muy singular, una extraña joya. Eso que ahora se llama un libro ‘de culto’. Además estamos ante un libro que debiera llevar un breve folleto de instrucciones. Imprescindible avisar que hay que leerlo con el ordenador encendido o con la tableta a mano, con google maps abierto y el plano de París bien ampliado en pantalla.
Jean-Paul Clébert es el autor, el autor del texto. Un tipo marginal, bohemio, de aspecto miserable, voluntariamente rebajado a eso que la gente de bien llama pobres y holgazanes. Su foto ilustra la portada del libro. Un tipo interesante, duro, joven aún y de vestir desastrado. Irónico, sabe lo que quiere. “Mi aspecto –dice- me preserva por fortuna de la ofensiva denominación de intelectual o, lo que es peor, de existencialista”.
El París del que Clébert nos habla es el de inmediatamente después de la Guerra. ¿Y qué interés puede tener ese París que tanto ha cambiado después de cincuenta años? De entrada el de la capacidad narrativa del propio Clébert. Clébert es un prodigio de expresividad y lo es también de observación. Y lo es de atrevimiento por elegir el París al borde de la ruina como tema de su libro. París insólito. Podía haber elegido, como singularidad cualquier otro rasgo que no fuera el París más humilde y también el más débil. El primero que caería cuando la ciudad se levantara, curara las heridas del pasado -las de la guerra y otras que llevaba a cuestas- y lavara su aspecto para recuperar el puesto de capital opulenta y moderna comparable a las más ricas del mundo.
Clébert, que de chaval se escapa del colegio y que malvive escondido y fugitivo por las calles de París enrolado en la resistencia, no abandona ya las calles que lo atraen y en las que se siente como en casa. Recorre cada palmo de París, sin más objetivo que el de vagabundear. Con el propósito de no dejarse absorber por la sociedad trabajadora y ordenada que pone obligaciones y límites a la natural aspiración de ser cada cual dueño de sí mismo. Y toma apuntes sin parar, porque no es un hombre amigo de la disciplina, pero sí es un escritor.
“Tengo tantas notas tomadas en dos o tres años de vagabundeo –dice al empezar el libro- tantos rostros, diálogos, decorados de fondo, vistas de los barrios bajos donde la vida es animal, peligrosa, oculta….” Notas que alcanzan a París entero, barrio por barrio y que nunca se refieren a las grandes avenidas, a los edificios monumentales o al París ‘oficial’. Lo suyo son las calles estrechas, las tabernas, las casas de comida donde se reúne la gente y discurre la vida de una población de la que no habla nadie porque en el discurso de la riqueza y del progreso que anima a una sociedad entera, la miseria, la vieja y tan extendida miseria, tiene poco de ejemplar.
El París subterráneo del que habla Clébert está, en realidad bajo el sol. Está al lado del otro, del que brilla y del que se tiene noticias. Por ello es por lo que el lector conviene que vaya provisto de un buen mapa. Para poder seguir los pasos de su guía y saber en qué rincones se detiene, dónde está el bistrot del que da noticias, dónde paran esas mujeres de mejor o peor vida con las que es encuentra, o esos hombres que se entretienen con él jugando a cartas y charlando o que mira en la distancia con respeto y a veces con temor.
Está claro, como asegura Clébert que su libro está lejos de ser “un Baedeker para el turista”. Mucho más que las piedras, más que las casas le interesan, tal y como reconoce, “sus habitantes, tipos extravagantes, curiosos, insólitos e inesperados”. Tipos que para él no son la escoria. Son personajes que mueven su afecto y que reivindica como valiosos, depositarios de una sabiduría ancestral, virtuosos a su manera porque lo suyo es vivir y dar vida a un París que desaparece.
Clébert es un poeta, de pluma agilísima y de ‘estar’ generoso. Se siente un privilegiado en cada rincón de su ciudad y con el deseo de abrir los ojos a quienes pasan de largo de este mundo que conoce, incapaces de dejar de mirar a otro lado. “Los parisinos aman pero no conocen su ciudad. La verdadera vida de una ciudad está vedada al publico, reservada para los iniciados, para los contadísimos poetas, para los numerosísimos vagabundos…”.
Poeta, vagabundo, escritor –aunque nunca intelectual-, hombre amable y generoso Clébert se mueve por esta corte de los milagros que se entremezcla con la gran capital. Escribe su libro y para una segunda edición repite sus paseos del brazo de Patrice Molinard que prepara una soberbia colección de fotografías. Fotografías sin concesiones, lo mismo que el texto, en blanco y negro, tomadas al paso, de rincones desolados muchas veces y de la gente humilde que los frecuenta. Extraordinarias todas ellas, sintéticas. Económicas en su expresión pero tan sugerentes y llenas de contenido como el texto de Clébert.
Seix Barral edita ahora este libro que bien se merece el apelativo ‘de culto’, en una edición tan sobria, como cuidadosa. Nadie que busque en París la Ciudad de las Luces debe perderse en este magnífico libro. No es un Baedecker, como dice Clebért. Pero quien sienta admiración por esta capital enorme y con tantas vidas como es París disfrutará con la lectura lenta y extensa y con las imágenes sobre unas gentes y una vida que han quedado en el recuerdo y que forman también parte del mito de la ciudad.
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