Juan Gabriel Vásquez
Alfaguara, 2011
261 pp.
Desde el principio hasta el final, Antonio le cuenta al lector. Le habla directamente. Es el personaje principal de la novela. Joven, profesor en la universidad, preocupado o despreocupado como suelen ser los jóvenes que han encontrado ya un trabajo, a los que la vida no les pesa todavía con sus obligaciones y que disponen de ella con comodidad.
Su voz, en primera persona, acompaña al relato. Refiere al lector la vida allá en Bogotá. Un Bogotá de hoy, que actúa como telón de fondo en apariencia, pero que es mucho más que parte del escenario. Porque Bogotá –Colombia, al fin y al cabo- están atravesados por los finos hilos de una violencia que marca a las personas y lastra el peso de los días. Unos hilos que ni se ven porque la cotidianidad disuelve el escandaloso exabrupto de la muerte y de los atentados que se mezclan con la vida diaria y los convierte en un elemento más del paisaje.
Pero no es cierto que la vida de Antonio sea tan liviana como aparenta en las primeras páginas de la novela. La complica un incidente violento y la obsesión por seguir el rastro a un casi desconocido del que necesita saber, desvelar su misterio, conocerlo todo hasta el final.
Un enigma envuelve trama de la novela como envuelve también a esta Colombia de personajes y realidades impredecibles. Una Colombia entendible y otra confusa y oscura. En el mapa de Bogotá Antonio distingue espacios diferentes que reflejan ese juego de sombras de la novela. “Aquí –dice del barrio de la Candelaria- la realidad se ajustaba –como no suele hacerlo a menudo- a la memoria que tenemos de ella”. Pero hay otros lugares que resultan ajenos, que no se reconocen ya porque un velo opaco impide comprender los cambios que pudieron haber sufrido.
Algunos indicios son un preludio de esta oscuridad: la difícil comunicación con el pueblo llano, con el campesino, con gentes acostumbradas a entenderse con una botella de alcohol en las manos. El ambiente mediatizado por la intervención americana en el contexto de la llamada lucha contra la insurgencia en Latinoamérica. Viejos y nuevos accidentes de avión, confusos y llenos de muertos.
Pero estas pinceladas de inquietud no son más que un acompañamiento al problema de fondo que acaba por aparecer. La poderosa mano del narcotráfico emerge en la novela casi de forma natural. Con las anécdotas extravagantes de la ostentosa vida de Escobar y con la noticia de un tiro para ajustar cuentas en plena calle. Y con esa obsesión de Antonio por penetrar en la historia de su desconocido amigo, por la que asoman también los flecos que van tomando cuerpo de ese negocio que marcaría la vida del país entero.
El ruido de las cosas al caer recibió el Premio Alfaguara de Novela de 2011. La contraportada indica que “es la historia de una amistad frustrada. Pero también es una doble historia de amor en tiempos poco propicios, y también una radiografía de una generación atrapada en el miedo, y también una investigación llena de suspense en el pasado de un hombre y de un país”. Muchas cosas, y todas ellas ciertas, para pasar de largo sobre este libro, que entra en la categoría de los que atrapa al lector y le obligan a terminarlo casi de un tirón.
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