Federico De Roberto
Acantilado, 2008
725 pp.
No es este un libro para lectores apresurados. Requiere atención y tiempo porque la acción transcurre tanto –o exactamente menos- en el plano superficial y físico como en el que se deja adivinar a través de las intenciones, de los comentarios dichos de pasada, de las insinuaciones, indirectas y sobreentendidos con los que juega el sinnúmero de personajes que pueblan la ficción.
Catania, segunda mitad del siglo XIX. Llega al palacio la noticia de la muerte de la princesa y, con la noticia, un torbellino de actividad y de personajes envueltos todos en las inquietudes, las intrigas y ambiciones que suscita el futuro de la casa y del linaje principesco.
Estamos ante una novela –una gran novela- decimonónica. Voluntariamente lenta y detallosa para no precipitar los acontecimientos y llevar el suspense de las situaciones con la calma que exige ese entorno nobiliario, mediterráneo y calmoso en el que discurre la escena.
Complejas son las relaciones entre la familia en cuyos entresijos se mezclan personajes de generaciones distintas, en situaciones y con sensibilidades diversas, de caracteres opuestos y, todos a su manera, calculadores en medio del juego de intereses que les afectan y en el que se ven zarandeados por efecto de los demás.
Una nobleza antigua, en un decorado palaciego y con los ecos callejeros de la revolución podría llevarnos a pensar en El Gatopardo. Pero no hay aquí el oropel viscontiniano que tiñe de romanticismo la acción, ni tampoco el brillo seductor de un protagonista con hondura intelectual y espíritu cultivado.
En Los Virreyes es una constelación de personajes la que arma la historia y la que va definiendo el lento acontecer por el que se desarrollan los hechos.
El detalle con el que De Roberto va encajando los personajes, las palabras con las que estos se expresan y se definen, las situaciones en las que se mueven dibujan la imagen de una Sicilia señorial, necesariamente endogámica y única. A través de la ficción aparece esta Sicilia que rebosa cultura y tradición y que contrasta con la yerma aridez de los pedregales que asolan tantos de sus paisajes: la Sicilia que fascina al viajero y que le remueve con el misterio que se oculta tras las fachadas barrocas de las grandes iglesias y en la penumbra de los ventanales, siempre con las persianas echadas, de los palacios que aquí y allá salpican calles y plazas.
Tiempo para disfrutar del intencionado encaje de bolillos sobre el que se asienta la trama es lo que reclama Los Virreyes al lector. Tiempo para la lectura cuidadosa y para gozar de una novela sobresaliente que transporta a otro tiempo y a un lugar lleno de historia y de historias apasionantes.
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