Robert Byron
Confluencias, 2013
296 pp.
Resulta una curiosa experiencia la de enfrentarse a la escritura fresca de un joven de veinte años que decide, con un par de amigos, emprender un gran viaje por Europa. Estamos en la Inglaterra del primer cuarto del siglo XX, cuando lo de viajar era cosa todavía de pocos, pero era una costumbre entre los jóvenes adinerados. Jóvenes para quienes conocer el mundo formaba parte de las asignaturas que acreditaban una buena formación.
Nuestro joven no es en realidad un miembro de ese selecto club de hijos de familias ricas que corona la élite inglesa. Pero es su amigo porque es brillante y ha crecido como ellos educándose primero en Eton y luego en la universidad de Oxford. Es Robert Byron, en este momento un personaje anónimo todavía pero que iba a convertirse con Viaje a Oxiana, sobre todo, y también con sus escritos sobre Rusia, la India, Grecia y el mundo bizantino, en uno de los más célebres escritores de viajes del siglo XX.
En Europa en el parabrisas Byron muestra ya las maneras de un maestro del género. Empieza el libro con la preparación del viaje y con la presentación de los viajeros porque la narración del periplo es tanto un relato de los países y los lugares que se visitan como de los personajes y las particulares maneras de todos ellos en el curso del recorrido. Difícilmente podía haberse escrito un libro más ‘inglés’, Como corresponde a unos jóvenes salidos de lo más granado de la sociedad de lo que todavía era el imperio británico, tan relevante resultaba dar noticia de los lugares que se visitaban como de los ánimos y ocurrencias de los viajeros. El viaje lleva a Inglaterra en el espíritu e irradia seguridad y poderío en esa aventura de chavales destinados a heredar en algún momento el título de un lord.
Pero para el lector tanta prepotencia, más que hiriente, resulta una curiosidad y añade al viaje por Alemania, Suiza, Italia y Grecia, que es de lo que va el libro, otro viaje, esta vez a una Inglaterra, a punto de desaparecer. Los tres viajeros de los que habla Byron incluyéndose a sí mismo, son un espectáculo porque representan la aristocracia de la cultura, el refinamiento y el dinero frente a una Europa destruida por la guerra –acaba de terminar la Primera Guerra Mundial- pero sobre todo envuelta en el atraso. Malas carreteras, funcionarios inútiles, malos hoteles rodean y forman parte de la aventura del grupo de jóvenes que viajan -en aquella época- en coche propio, se hospedan, cuando los hay, en los mejores hoteles y acuden a la ópera o al teatro en todas las ciudades cuando el espectáculo merece la pena.
Italia, Grecia… son para los ingleses las raíces de la propia cultura y los jóvenes mejor educados –o educados simplemente, recuérdese que el joven Lívingstone, salido de una familia misérrima leía latín- tenían en estos países las referencias sobre las que se habían construido los palacios y grandes edificios que abarrotaban Londres y las mejores mansiones que adornaban la campiña inglesa. Byron forma parte de esta juventud atraída por los clásicos pero con opiniones propias, desplegadas con frecuencia bajo un manto de ironía, que suenan a provocación y también a esa imprudente seguridad que nace la juventud y de la superioridad que se desprende de haber nacido inglés y de pertenecer al club de los mejores.
Europa en el parabrisas es un libro distinto, un libro de viajes y un libro ‘de época’ que se lee con todo el interés y que entretendrá al lector. Es un libro fresco y vital de un autor, casi adolescente todavía, que mereció los mejores elogios de otros de los grandes de la literatura de viajes como Bruce Chatwin o Patrick Leigh Fermor.
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