martes, 4 de junio de 2013

Exposición de primavera

Exposición de primavera

György Spiró
Acantilado, 2013
288 pp.

No se podía elegir un comienzo más desolador: una sala en el sótano de un hospital de Budapest mientras en la calle silban las balas, pero el lector sabe que la cosa no va de tragedia y que Exposición de primavera le va a divertir más que preocupar...

György Spiró
Acantilado, 2013
288 pp.





No se podía elegir un comienzo más desolador: la sala provisional de enfermos en el sótano de un hospital de Budapest mientras en la calle silban las balas que reprimen la revolución de 1956. Pero como no hay situación que el humor no atempere, el lector sabe que la cosa no va de tragedia y se hace la composición de lugar de que la Exposición de primavera que está leyendo le va a divertir más que preocupar.

Estamos en la Hungría socialista, a la que los azares de la gran política pusieron en manos soviéticas. ¿Y Austria? Austria, lo mismo que Hungría fue liberada por los rusos, pero de ella los libertadores se marcharon sin objeción y de Hungría no. La arbitrariedad tiene esas cosas y el mundo de nuestro protagonista parece regido por esta suerte de azar que ridiculiza el ideal socialista de un trabajo meditado y riguroso para construir una sociedad eficaz y justa, además de armónica.

Nuestro héroe –así lo trata el autor en la novela, con evidente sorna- es un ingeniero que nunca pudo trabajar de ingeniero, un buen hombre pero fuera de los engranajes que conducen al éxito dentro del partido, y marido de una mujer malhumorada, aunque no está claro quién ha contagiado el malhumor a quién. Pero por primera vez la vida parece haberse puesto del lado de él y el doloroso trance de la operación de hemorroides que lo llevó al hospital le libra de cualquier sospecha de haber participado en la revuelta contra los rusos y resulta la garantía de un expediente limpio a ojos de las autoridades. Nuestro hombre es legal en un país donde los gatos son pardos y cualquiera puede caer en desgracia por un desafortunado desliz.

Como no podía ser de otra manera, la crítica a la aventura socialista es feroz y divertida al mismo tiempo. Desmonta todos los tópicos y desde la vida más cotidiana vierte toda clase de argumentos sobre su absurdo y su rematada ineficacia. Nuestro protagonista muestra algunos fogonazos de autismo en su atención a los detalles más nimios e innecesarios. Detalles propios de un desvarío que despiertan en el lector la sospecha de que algo no funciona bien en su cabeza y en la de todos, o lo que es lo mismo, en el país entero.

La vida en Budapest es el colmo de la grisura, puro aburrimiento envuelto en el problemático regreso a la normalidad tras la revuelta y al que pone color algo tan intrascendente como una exposición de artistas que se prepara para la primavera. Intrascendente en teoría o en cualquier otro país. Pero cargada de amenazas y de trampas porque las ‘fuerzas’ que se movilizan tras ella –los jerifaltes del partido, los censores, los jurados, el aparato entero, las envidias, las sospechas… - la convierten, al igual que todo lo demás, en un campo de minas donde se juega una oscura batalla por el poder y donde nadie está a salvo.

¿Nuestro héroe se veía en el bando de los inocentes debido a la afortunada intervención de una enfermedad? Pues ni con esas. También para él las cosas se complican porque la inseguridad y la dirección de los vientos que soplan lo mismo le favorecen a uno que lo ponen contra las cuerdas de un sistema donde cada cual trapichea y se busca la vida aprovechando la astucia o las rachas de suerte.

György Spiró convierte la tragedia en soterrada comedia y hace un retrato agudo de su país. Todo es desencanto, nada es lo que parece. Si con los nacionalistas de la época nazi todo iba mal, con el socialismo no ha ido mejor. No es que lo del comunismo fuera mala idea, todo lo contrario. El fervor estaba ahí, los ideales seguían lo mismo de inspiradores. Lo que pasaba es que los comunistas con puesto y con mando en plaza ‘eran también fascistas, aunque fueran rojos’. En resumen, todo era un camelo.

La Hungría de mitades del siglo XX y la que llegó hasta la caída del muro de Berlín emerge con la excusa de la exposición que se prepara en primavera. Quienes olvidaron como era o no llegaron a tiempo de conocerla tienen ahora la ocasión de hacerlo con una media sonrisa y con la sensación de incredulidad sobre cómo pudieron ser las cosas.

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