Paul Theroux
Zeta Bolsillo, 2009
608 pp.
Publicado por Oscar Guinea
Dos libros de ficción, Kowloon Tong y La costa de los mosquitos, fueron mi primer contacto con Paul Theroux a pesar de mi declarada afición a la literatura de viajes. Ambas me dejaron tan buen sabor de boca que me animaron a hincarle el diente a uno de sus relatos más conocidos en el género viajero.
A mediados de los 80, Paul Theroux recorrió durante un año China. Inició su periplo en Londres y no lo terminó hasta llegar al Tibet. A lo largo de este dilatado itinerario se desplazó únicamente por ferrocarril. En el Gallo de Hierro (que toma el nombre de un conocido tren chino) narra las experiencias de este singular viaje.
Theroux, como buen viajero, se mueve guiado por la máxima de que para conocer un país hay que mezclarse con sus gentes. Por este motivo, tanto su modo de viajar como los lugares que visita, donde come o duerme están en las antípodas de lo que suele ser habitual en los turistas. Theroux se sumerge, además, en el medio con la soltura que da conocer el idioma. ¿Lo conoce? La verdad es que no queda nada claro, pero el lector se lleva la impresión de que sí ante su habilidad en obtener información y en averiguar particularidades y detalles de cuanto le rodea. Entre la gente, se entera de sus costumbres, de la relación entre éstas y los sentimientos estéticos, de los gustos arquitectónicos y así, discurriendo sobre elementos culturales diversos, consigue ir desvelando espacios de realidad para ayudar a entender un país tan complejo como es China.
En la época en la que está escrito el libro China era un país sólidamente socialista. No es que no lo sea ahora, es que entonces estaba en el inicio de este abrirse a Occidente que la ha convertido en una potencia hoy. No hacía todavía mucho de la muerte Mao Tse-tung, que estuvo al frente del poder desde 1949 hasta su desaparición en 1976. El partido comunista dirigía sin fisuras los medios de comunicación y la imagen de China resultaba una construcción artificial que poco tenía que ver con la realidad.
Theroux, familiarizado con el pensamiento de Mao, quiere saber de primera mano las consecuencias de la dictadura y busca en el relato de los chinos con quienes habla opiniones directas sobre la situación. La imagen de la Revolución cultural, con sus penalidades extremas sigue proyectando sus sombras y resuena en las entrevistas a las personas que la vivieron directamente -a trabajadores o a los estudiantes de la época- para hacer un retrato de la realidad del país con el que se encuentra.
El estilo de Theroux es ameno, irónico y honesto. Su forma de escribir, muy periodística, transcribiendo conversaciones de gentes con las que se encuentra, amenudo con un toque de humor, le permite desarrollar sus propias opiniones y ofrecerlas al lector de manera ágil. Theroux no quiere pontificar. Es consciente de la parcialidad que todo autor introduce en su relato:
"El libro de viajes es una autobiografía en tono menor…" o " Todo libro de viajes revela más sobre el viajero que sobre el país recorrido"
Pero el reconocimiento de que la objetividad es no es una meta alcanzable tampoco le impide expresar su opinión con fuerza. Una cosa es ser comprensivo y otra callar lo que uno ve. Y no todo lo que ve le parece digno de elogio.
"La arquitectura china es tan fea que no hay mayor absurdo que pedir a un arquitecto chino que diseñe un edificio, (un imposible) comparable al de pedir a un americano que sea humilde."
"Los chinos muestran una lamentable tendencia a tomarse a si mismos y a sus proyectos demasiado en serio."
Theroux juzga las costumbres de los chinos y los comportamientos derivados de la situación del momento (la arquitectura, la planificación de las ciudades, la ineficacia del funcionariado y de la burocracia) con una dureza que da la sensación de que padece más de lo que disfruta de su viaje. Pero también –y sin olvidar su habitual tono irónico- muestra admiración por la solidaridad, perseverancia y la honestidad de las gentes que encuentra.
Han pasado más de veinte años desde que Theroux emprendió su viaje a una China poco menos que desconocida en occidente. Desde entonces el país ha dado saltos de gigante. El texto de Theroux, sin embargo, sigue siendo una referencia y una ocasión excelente para disfrutar de un clásico de la literatura de viajes, repleto de anécdotas, rico en situaciones y lleno de interés a lo largo de todas sus páginas.
lunes, 26 de julio de 2010
En el Gallo de Hierro
lunes, 19 de julio de 2010
Lejos de Toledo
Lejos de Toledo
Ángel Wagenstein
Libros del Asteroide, 2010
328 pp.
Un puente que une las orillas del Drina es, en la magnífica novela de Ivo Andric, el testigo del paso de los años y de la convivencia, amable muchas veces, de judíos, cristianos, musulmanes...
Ángel Wagenstein
Libros del Asteroide, 2010
328 pp.
Un puente que une las orillas del Drina es, en la magnífica novela de Ivo Andric, el testigo del paso de los años y de la convivencia, amable muchas veces, de judíos, cristianos, musulmanes y también de ateos en las agitadas tierras de los Balcanes.
No puedo resistir el impulso de recordar que Felipe González dijo del libro que explicaba más sobre la historia de esta tierra que la mayoría de informes redactados por expertos para orientación de los políticos. Y tampoco puedo resistirme a señalar que acaba (2010) de salir una edición del libro, basada en una nueva y excelente traducción que lo pone otra vez de actualidad.
El relato que contiene Un puente sobre el Drina arranca, y lo digo de memoria, del siglo XVI, en los albores de la andadura del imperio otomano sobre Europa. Comparada con la célebre novela de Andric, Lejos de Toledo planta sus raíces mucho más cerca, a mediados del siglo pasado. Pero pone también un elemento vivo de la ciudad, el barrio de Ortà Mezàr en Plóvdiv, Bulgaria, como testigo y a la vez escenario, lo mismo que el puente, de la convivencia entre antiguos pueblos, culturas y religiones, que se va modificando a medida que el mundo de alrededor cambia y desborda los frágiles equilibrios que sostienen la vida y las relaciones de unos vecinos con otros.
Lejos de Toledo es un libro extraordinario. Lo es en buena parte por la emoción que desprende y por el cuidado con que la narración de Wagenstein introduce al lector en un mundo extraño, pero que no le es ajeno.
La historia que cuenta el libro se resume –lo explica la contraportada- en el regreso de un profesor emigrado hace tiempo, a su ciudad de origen, Plóvdiv, casi irreconocible por los cambios que los últimos años del siglo XX han propiciado y que han puesto fin no sólo a la imagen vetusta de la ciudad sino a toda una época.
La vieja Plóvdiv, aparece desde la memoria del narrador con los ojos de un niño judío y con los de su abuelo, ateo, vividor, aunque modesto, tolerante, amigo del rabino, del pope y del mulá. Un mundo que conecta sin rupturas con el pasado y que no ha olvidado en el caso y en la casa de este abuelo el pasado sefardí, en las canciones que todavía canta y en ese ladino que sigue siendo la lengua familiar conservada como parte indisociable de la vida.
Los recuerdos de la infancia, cálidos y entrañables se unen a la experiencia del regreso hoy. Una experiencia con la amargura de la melancolía, pero también cálida, porque los años –a lo mejor los muchos años transcurridos desde el descalabro de la expulsión de Toledo- han hecho de nuestro niño casi un anciano cargado de experiencia, de recuerdos y de profundidad en la mirada que encaja bien con la dignidad de profesor que le rodea y que a los ojos del lector lo convierte en un hombre sabio.
Se mezclan en esta mirada del profesor los aromas de otros tiempos con la aridez del presente. Por un lado, está la fascinación –una contenida devoción, mejor- por el pasado que suscitan los viejos rincones, los antiguos monumentos o la atmósfera de los monasterios, familiar y acogedora, y, por otro, la aspereza de las imágenes y formas que condensan la vida actual con sus salones de bodas, coches de ricos, deshumanizados bloques de hormigón y la turbia dureza de las relaciones condicionadas por los negocios y el dinero.
Bulgaria ayer y hoy resumida en el acontecer de Plóvdiv, en la dura experiencia del progreso, si es que es siempre progreso el discurrir del pasado a la actualidad, y en el devenir de la vida desde la infancia a la madurez de los personajes de esta historia. Wagenstein es un maestro de la narración, sensible, profundo, inteligente, irónico y sabio como los personajes que crea. Lejos de Toledo es una novela excelente. Como Un puente sobre el Drina es una lección para quienes saben aprender de las historias que recrean la vida.
lunes, 12 de julio de 2010
La vida en espiral
La vida en espiral
Abasse Ndione
Miscelánea, 2010
376 pp.
Se publica ahora en español La vida en espiral, que sigue siendo de lectura obligada para quien desee sumergirse en una cierta mirada acerca de Senegal y muy probablemente acerca de África entera....
Abasse Ndione
Miscelánea, 2010
376 pp.
Abasse Ndione es seguramente el escritor de Senegal más conocido en el extranjero. Saltó a las páginas de los periódicos hace un par de años con la publicación de Ramata, una novela inquietante y dolorosa.
Se publica ahora en español La vida en espiral, que es su primera novela, un libro de éxito que permitió al autor dedicarse de lleno a la literatura y que a pesar de ser anterior a Ramata no ha perdido frescura, interés, ni actualidad. Sigue siendo de lectura obligada para quien desee sumergirse en una cierta mirada acerca del país y muy probablemente acerca de África entera.
Al hablar sobre el libro, el propio autor hace una alusión muy ligera a la novela negra. El tema no es baladí y conviene prestarle atención al comentario. ¿Se imaginan ustedes una novela negra africana? En las raíces del género negro es imposible evitar el recuerdo de los clásicos americanos, con detectives torturados, delincuentes perversos, personajes secundarios de moralidad confusa, con una atmósfera pesada donde la sospecha se añade a las miserias –personales y económicas- del día a día y con una trama tortuosa que transita entre las brumas que envuelven a la delincuencia.
La vida en espiral se despliega alrededor de registros completamente diferentes. Delincuentes los hay, no cabe ninguna duda. La novela gira en torno a una historia de tráfico de marihuana. Pero aunque ésta sea la actividad que acompaña al personaje principal, y de la que no consigue apartarse, seguramente tampoco es el eje alrededor del que gira la atención del lector.
No hay negrura en la novela de Ndione. No hay pesadumbre asociada a la delincuencia. Nuestro protagonista es un tipo alegre, franco, despreocupado, optimista. Mira por él, pero es generoso y casi diría el lector que es un tipo 'legal'.
Aquí la voz del narrador no es la que corresponde a la novela negra. No es la del policía o el detective. Es la del delincuente. Y el relato no parte de un entorno urbano opresivo y oscuro. Transcurre al aire libre, en compañía de los amigos, con una transparencia que descarga al propio lector de la pesadumbre de los ambientes cerrados.
¿Será que estamos hablando de África? ¿Será una vez más que, por encima de la trama de tinte criminal, prima esa condición de la novela negra que consiste en reflejar el país, la ciudad, el barrio, el ambiente y, en definitiva, la vida en la que se mueven los protagonistas?
Nuestro traficante habla en primera persona. Cuenta sus aventuras, lo que piensa y lo que siente. Nos da noticias de la población donde vive, de su familia, de los vecinos. Y, claro está, nos habla de sí mismo. También está apesadumbrado, como ocurre en la novela negra tradicional, teme a la policía que le pisa los talones, teme la cárcel. Pero su tiempo, me refiero al espacio temporal en el que vive, es el presente. No hay memoria en forma de experiencia o de escarmiento que condicione sus actos en cada momento. No hay nada de lo que ocurre que lo convierta en un hombre calculador o simplemente prudente. Ni tampoco hay previsión con la que mida el riesgo de sus aventuras. Es el ahora lo que rige el comportamiento y lo que alimenta la decisión tomada al vuelo sin más consideración que el impulso del momento.
Llama la atención en el libro esta confiada despreocupación ante el riesgo, ese merodear alrededor de la fiera protegido por la ingenua entrega a la suerte. ¿Pero se trata de un rasgo de carácter personal o de algo extensivo a buena parte de la juventud de Senegal? Es muy probable que se trate de las dos cosas. No puede extraer el lector la idea de que Senegal entero se dedica al consumo y al tráfico de marihuana, ni que la juventud entera vive en el estado de infantil despreocupación que muestra nuestro protagonista. Aparecen en la novela otros personajes que no son así. Vemos también conductas que se rigen por otros parámetros. Pero sin duda en nuestro traficante y en sus amigos Ndione refleja una realidad profunda y fuertemente reveladora acerca de la sociedad senegalesa.
Frescura y con frecuencia humor encajan mal en el modelo de novela negra a la que estamos acostumbrados. Y por ello habrá que convenir que o bien dejamos a La vida en espiral fuera de este género literario o bien, en un escenario africano, debe ampliarse el modelo y dejar así espacio a una realidad distinta, mucho menos contenida y más vital.
lunes, 5 de julio de 2010
India
India
V. S. Naipaul
Debolsillo / Random House Mondadori, 2007
733 pp.
"Dios no existe en absoluto. Quien inventó a Dios es un imbécil. El que difunde a Dios es un canalla." Y, sin embargo, si hay un país donde Dios está presente en todas partes, es la India...
V. S. Naipaul
Debolsillo / Random House Mondadori, 2007
733 pp.
"Dios no existe en absoluto. Quien inventó a Dios es un imbécil. El que difunde a Dios es un canalla."
Si hay un país donde Dios está presente en todas partes, es la India. Las piedras, los animales, las plantas, los caminos, las personas… todo parece remitir a Dios, o a los dioses, y en todas partes, una mancha de pintura, un color, una guirnalda, un dibujo hecho de harina en el suelo, un hilo de algodón teñido, un pequeño monolito, una charca, la acción de barrer un escalón… son indicios de la presencia de Dios que los devotos veneran discretamente y a través de rituales antiquísimos.
El viajero dispone de algunas claves sobre la India que le permiten interpretar lo que ve y penetrar en un mundo en muchos aspectos totalmente distinto al suyo, cargado de exotismo y de sorpresas. ¿Pero es eso realmente la India?¿Cabe ese subcontinente de mil millones de habitantes, con tantas minorías religiosas y étnicas, con enormes regiones que hablan idiomas incomprensibles para las demás, atravesada por estas castas que no han dejado todavía de existir, cabe esta complicadísima mezcla en esa idea que tenemos los extranjeros y esas claves con que pretendemos descifrarla?
Naipaul escribió en 1990 un libro al que constantes reediciones ponen una y otra vez de actualidad. Es India, un libro de longitud casi enciclopédica que le permite abordar el conocimiento del país desde mil ángulos distintos y dar una visión del mismo extraordinariamente amplia.
Naipaul nació en Trinidad, en el Caribe, en el seno de una familia de emigrantes india. En su formación confluyeron las dos corrientes culturales, la de su país de nacimiento y la de las tradiciones familiares, vivas en alguna forma dentro de su ambiente doméstico. Con los años, Naipaul visita la India. Y lo hace en diversas ocasiones. Su mirada es casi la del extranjero. Extranjero porque desconoce el presente, porque desconfía de lo que ve y quiere llegar más al fondo. Y extranjero porque reconociendo sus raíces y recordando escenas familiares de sabores indios, necesita ahora penetrar en la India real para conectar esos recuerdos y esas raíces con todo aquello con lo que se encuentra.
No hay ficción en el libro de Naipaul ni tampoco un torrente de información elaborada. Lo que hay, y lo que lo hace tan atractivo, es un sin fin de encuentros con personas, casi de entrevistas, a través de las cuales va abriendo ventanas sobre partes de la realidad. A veces Naipaul deja el texto en manos de quien habla y transcribe sus respuestas y comentarios de modo literal. Deja que su personaje se exprese sin intermediarios y deja así que afloren matices y sentimientos que de otro modo se perderían. A veces él mismo cuenta lo que le cuentan o comenta la reflexión que el traductor hace de la respuesta de la persona que habla. Según y como, se trata de un libro de entrevistas. Pero al modo indio, sin prisas, a lo largo de encuentros mantenidos en varios días, para dar tiempo al tiempo y para dar la oportunidad de que aflore el fondo además del dato. Muchas veces es el mismo Naipaul quien reflexiona, pero en voz baja, para introducir los temas o perfilar el contexto que envuelve la conversación.
Quienes hablan no solo dejan sentir su voz. Naipaul describe el escenario del discurso, la casa –si es una casa donde tiene lugar el encuentro-, las personas que asisten a la entrevista o que inesperadamente pasan por allí, el ambiente, el barrio a donde ha tenido que desplazarse para hallar a su personaje, las características y las condiciones de vida de los vecinos… Y sobre todo Naipaul dirige sus preguntas para sacar a la luz las mismas raíces de su interlocutor, para conocer su biografía, para destacar su trayectoria personal, cómo era su familia, cómo fue su educación, qué fueron de sus trabajos, cuáles sus aspiraciones…
De esta forma nada convencional Naipaul despliega un abanico donde aparecen aspectos y niveles de la realidad totalmente distintos y una imagen de la India que poco tiene que ver con la que la mayoría de viajeros tiene.
La frase "Yo desprecio a Ghandi… Detesto la idea de la no violencia" expresada por un político de relieve o la que encabeza esta reseña con un arrebato antirreligioso radical son también la India y ayudan a entender la enorme complejidad que para muchos es una amenaza a modo de olla a presión que bien pudiera terminar explotando.
Dirigentes del partido nacionalista indio radical, jainistas, mafiosos, sacerdotes, guionistas de cine, oficinistas convertidos en hombres santos, políticos relevantes de los que no sabemos nada, antiguos militantes de organizaciones extremistas, editores, trabajadores de la industria cinematográfica, comerciantes musulmanes, funcionarios sij y muchos otros personajes hablan de sus vidas, sus trabajos, sus familias y sus creencias y dan, de la mano de Naipaul, una visión de la India, si no completa, al menos muy amplia.
No sé si es excesivo decir que la India de Naipaul es un libro de obligada lectura para quienes deseen conocer el país. Muchos otros libros hablan de la India y muchos de ellos son magníficos. Pero insisto en recomendar esta India en la seguridad de que dará a quien la lea información abundante, diversa y extraordinariamente interesante sobre el país, le permitirá acercarse al mundo de la calle o si se quiere de muchas de las calles que componen la India y le asegurará un rato prolongado de lectura que estimulará su curiosidad y le ayudará a estar más cerca de comprender este lío formidable al que se ha dado la categoría de subcontinente.