Jorge Moreta
Altair, 2009
301 pp.
"Ser héroe nacional en Cuba es una profesión de elevada siniestralidad. Lo habitual es no llegar a viejo"
Estamos ante un libro sobre Cuba y erudito. Aunque parezca una contradicción. O un imposible. Y un libro que merece la pena leer tanto si se prepara una visita a la isla, como si se regresó del viaje o nunca se pensó en ir allí pero se quiere pasar un buen rato disfrutando de la lectura.
Parece que lo de la erudición está reñido con el divertimento, que es -me refiero a lo del divertimento- la carta de identidad de Cuba. Y no es así. Lo que ocurre es que Jorge Moreta viaja después de haberse documentado exhaustivamente. En profundidad y con amplitud de horizontes. Y el resultado es el de un constante diálogo, en tono incisivo, entre el país de hoy, el del pasado, la política, los personajes más diversos, la gente de la calle y mil ingredientes más que condimentan el texto y lo hacen extremadamente variado y ameno.
El caso, es que entre tanta diversidad, Moreta no se anda por las ramas. Cuenta su viaje, de una punta a otra de la isla. Y lo cuenta ordenadamente. Siguiendo el recorrido que efectuó en coche, conduciendo por su cuenta por esas carreteras que atraviesan paisajes naturales y humanos extraordinarios y que aparecen llenas de baches y de carteles donde se condensa la fe inquebrantable en la Revolución. Y deteniéndose también en ciudades de todos los tamaños desde donde contemplar esa Cuba tan llena de contradicciones que convierte lo que debiera ser un viaje turístico en una enciclopedia de sentimientos, sensaciones y reflexiones.
Jorge Moreta es tan hábil con el lenguaje como lo es con las ideas. Y su capacidad por ahondar en todo cuanto contiene cada lugar que visita y cada ambiente resulta sorprendente y lleno de interés. Pero ojo, no estamos hablando de historia o de geografía. Moreta bucea un poco en todo porque domina una información masiva y de naturaleza diversa.
No es el suyo un libro amable con la dictadura. No milita en contra, ni huele a revancha ninguno de sus comentarios. Pero es implacable con ella, con sus fracasos y sus desafueros. No necesita ir muy lejos para ello ni buscar excusas. Lo que ve habla por sí solo. Pero Cuba no se agota en la tristeza de su malogrado presente y Moreta despliega su juego para sacarle el jugo a todas las virtudes que hacen de la isla un país único. También él se rinde con admiración ante la belleza de sus paisajes, el encanto y ese aura que roza el mito de algunas ciudades y la gracia y la humanidad de sus gentes.
Moreta se mueve ágilmente en ese mundo de palabras que los cubanos inventaron para hacer más sabroso el idioma castellano. Las emplea y sazona con gracejo el texto, que se contagia del alma de aquello de lo que habla y del mirar irónico e intencionado que son la chispa de la perla del Caribe. Consigue sacar a la luz todos los mitos. Lo hace dejándolos caer un poquito aquí y luego allí. Adminsitrando los recursos como un buen cocinero que reparte el condimento para que ningún bocado quede corto una vez probado el anterior.
De la Revoución habla del célebre asalto al cuartel de Moncada, y también de Camilo Cienfuegos, y de Raúl con quien claramente no congenia, y cómo no, del Che. Y claro, también de los antecedentes de los barbudos redentores que asoman en el libro, como rebeldes unos –Céspedes, por ejemplo- y como poetas otros, además de rebeldes, como José Martí del que recoge unas líneas llenas de ternura dedicadas a su hijo aun muy niño.
Y aparecen los Conquistadores españoles, para los que no ahorra reflexiones críticas pero tampoco el reconocimiento debido. Y los conquistadores cubanos que embelesarían a media España: Machín, el primero, y Compay, que merece casi un capítulo, y que es un compendio de todo cuanto hace de Cuba un lugar bendecido, irrepetible en la tierra y, en lo más profundo de cada uno, envidiable.
¿Falta lo sobrenatural? No, no. Los viejos dioses africanos salen por alguna parte del libro y sale también la Caridad del Cobre que tanta devoción despierta. Y salen negros espléndidos y mulatas de constitución tan generosa que dejan sin sentido a buen número de turistas cuyo recorrido por la isla se centra en el camino que va de la habitación del hotel al restaurante y del restaurante a la habitación del hotel con una cubana del brazo.
Imposible aproximarse a todo lo que es capaz de aflorar Moreta en torno a Cuba. Y menos reproducir su agudeza y la gracia con que escribe. Cuba más allá de Fidel es un gran libro. Está lleno de hallazgos y de entretenimiento para el lector. Y en medio del buen humor que respira, también de lecciones. Quien desee acercarse a Cuba tiene con él la mejor ocasión y la mejor de las excusas.
domingo, 28 de febrero de 2010
Cuba más allá de Fidel
lunes, 22 de febrero de 2010
Con la cabeza bien alta
Con la cabeza bien alta
Wangari Maathai
Lumen, 2007
410 pp.
"La mía era como todas las escuelas de la época. Tenía paredes de barro, el suelo de tierra y el tejado de hojalata. Cada viernes debíamos llevar cenizas de casa y dejarlas en el suelo..."
Wangari Maathai
Lumen, 2007
410 pp.
"La mía era como todas las escuelas de la época. Tenía paredes de barro, el suelo de tierra y el tejado de hojalata. Cada viernes debíamos llevar cenizas de casa, dejarlas en el suelo, ir a un río cercano a por agua y verterla en las cenizas. Entonces barríamos el suelo, una forma de limpieza habitual en aquellos tiempos que evitaba la acumulación de polvo y acababa con las plagas, como las pulgas. De junio a agosto, los meses más fríos y nebulosos del año en las tierras altas del centro, en nuestra escuela hacía un frío insoportable, de modo que durante aquellos días los profesores encendían un fuego para que nos calentáramos las manos y pudiéramos escribir."
Quien escribe esto es Wangari Maathai, nacida en Kenia en 1940, en un poblado de agricultores, sin escuela, en una familia kikuyo de corte tradicional –su padre tenía varias mujeres y entre sus hermanos los había de diversas madres-, y en un país organizado como colonia del imperio británico. Wangari Maathai cuando escribe este libro ha sido ya elegida para ocupar un puesto en el Parlamento de su país, ha sido nombrada Secretaria de Estado en el gobierno y ha recibido el Premio Nobel de la Paz. Una trayectoria excepcional para una persona ejemplar, sorprendente y sobre todo cautivadora.
Si al tratar de Con la cabeza bien alta, tuviera que hablar de sensaciones diría sin duda que es un libro luminoso. Esa fue la impresión que tuve al empezar la lectura y que se mantuvo al avanzar a través de sus páginas. En ocasiones muy contadas sorprende la facilidad con que pueden expresarse las ideas, la ligereza de las palabras y la claridad que se desprende del texto para transmitir hechos, recuerdos y opiniones. Wangari Maathai consigue todo ello en un libro que se lee con extrema facilidad y que transporta a su mundo, empezando por el de su infancia, que cambió radicalmente y del que ha surgido la Kenia de hoy. Porque Con la cabeza bien alta es, al fin y al cabo, una autobiografía.
La literatura con conciencia política africana suele ser, y es lógico que así sea, de tono militante. Quienes vivieron la época colonial, tuvieron que luchar por la independencia o asistieron a esa lucha y luego debieron enfrentarse a las enormes dificultades de consolidar un país libre. Casi todos ellos expresan esta penosa travesía en términos de heroísmo y de desgarro, porque fue el sufrimiento lo que marcó este traumático trance en la conciencia de sus protagonistas.
Wangari Maathai se sale del guión y ofrece la visión de una niña feliz y adaptada al mundo que le ha tocado vivir. Empieza Wangari Maathai por contar el medio en el que nació tal y como lo vivió ella. Y al lector se le abre el horizonte y la mente para comprender cuánto han debido de evolucionar los pueblos africanos en unos pocos años para pasar de un universo gobernado por antiguas tradiciones, por creencias nacidas del contacto inmediato con la naturaleza y por prácticas que no iban mucho más allá que ir a buscar agua o plantar unas pocas semillas, al uso del teléfono móvil y a la vida en ciudades modernas como las que podría haber en cualquier parte del mundo.
Justamente, lo que Wangari Maathai consigue es mostrar esa realidad que fue la de mediados del siglo XX en su país de forma tan natural que se vuelve aceptable y familiar a la mirada del lector. Lo apasionante de su relato es que no hay crítica sino afecto. No hay explicación sino exposición. Y es esa exposición la que permite al lector asomarse y comprender a un mundo tan desconocido como apasionante.
Como anécdota, cuenta Wangari Maathai la dificultad de una sociedad de tradición exclusivamente oral para comprender el misterio de la escritura. La necesidad de atribuir a las letras un componente mágico para explicar que un mensaje escrito por alguien en cualquier lugar pudiera ser entendido por su destinatario sin que el mensajero tuviera que abrir la boca. Nunca se había visto que las ideas pudieran transmitirse de manera distinta que a través de un sonido.
Cuenta también como era la poligamia en la comunidad kikuyo en la que ella nació. Explica que era un elemento de estabilidad y de acogida para los niños. En un mundo de recursos muy escasos donde el padre debía ausentarse para procurar medios de vida y las mujeres necesitaban para los cuidados elementales de la casa desplazarse distancias enormes, las familias compuestas por un varón y varias mujeres permitían que hubiera siempre alguna madre al cuidado de todos los niños y que los niños no extrañaran nunca la presencia de un adulto para alimentarlos o simplemente para entretenerlos por más trabajo o labores que hubiera que hacer.
La mirada ejemplarmente pacífica de Wangari Maathai no oculta la realidad de la época colonial. No esconde los sacrificios e injusticias que vive la sociedad kikuyo que es la que conoce. Pero tampoco siente necesidad de cerrar los ojos a lo que los ingleses aportaron –la educación, por ejemplo- ni a la ‘normalidad’ que ante sus ojos tenía la existencia de un mundo de blancos y otro de negros.
Explica, que tan ajenos a su mundo eran los blancos como los lúos, negros como ella, que no pertenecían a la comunidad kikuyo. Habla de la relación de afecto que había entre su padre, empleado, y el propietario inglés de la granja donde trabajaba y donde vivió con su familia, por más que fueran tremendamente injustos los términos de dicha relación.
Habla del cambio en la alimentación que se produjo cuando llegaron los indios, llevados por los ingleses como mano de obra para la construcción del ferrocarril. Y del rapidísimo cambio que se produjo en la cultura local cuyos bailes, canciones, maneras de vestir o adornos fueron desplazados por las modas totalmente extranjeras llegadas de Europa.
Es tal la cantidad y la variedad de lo que cuenta Wangari Maathai y la naturalidad y precisión de los detalles con los que relata su experiencia que construye para el lector un mundo entero, desconocido y apasionante. Un mundo humano y pacífico que nada tiene que ver con el que se construyó a través de la prensa con motivo de la rebelión de los Mau Mau y de las revueltas por la independencia. En definitiva una versión distinta de la historia, en ausencia de la cual resulta difícil desentrañar casi nada de la tremenda travesía de África desde el mundo tribal al de hoy, ocurrida en poco más de cincuenta años.
Por supuesto, Con la cabeza bien alta trata de muchos más temas además de los que rodean a los años de la niñez y de la juventud de Wangari Maathai. El relato discurre a lo largo de toda la vida de la autora. Y es imposible referirse, aunque sea sólo brevemente, a los distintos episodios y momentos de los que trata el libro: los estudios en América, el regreso a Kenia, el activismo político... Tampoco hace ninguna falta. Sin duda, hay reseñas de libros destinadas a dar a conocer de lo que tratan y ahorrarse la lectura. En este caso no es así. No habría que desperdiciar la ocasión de leer Con la cabeza bien alta. Dejará en el lector el mejor de los sabores, lo entretendrá desde el principio hasta el final y le dará una visión de África necesaria sin duda para comprenderla mucho mejor.
lunes, 15 de febrero de 2010
Adiós a China. Catorce mil kilómetros por un gigante en transformación
Adiós a China
Suso Mourelo
Interfolio, 2009
359 pp
Suso Mourelo es un viajero poco convencional. Da la impresión de que tiene una vocación sedentaria y que lo suyo es encontrarle el gusto al lugar donde está. Vivirlo sin tensión, dejándose llevar....
Suso Mourelo
Interfolio, 2009
359 pp.
Suso Mourelo es un viajero poco convencional. Da la impresión de que tiene una vocación sedentaria y que lo suyo es encontrarle el gusto al lugar donde está. Vivirlo sin tensión, dejándose llevar.
Suso Mourelo aparenta ser el ‘hombre tranquilo’ que observa sin prisa y se mueve a un ritmo lento, alejado de la tensión. Muchas veces sin propósito definido. Cuando viaja tiene su propio método, que viene a ser –según se mire- la falta total de método con la que sorprende a alguno de sus amigos chinos que no comprenden su disposición a improvisar y con la que marca el pulso del libro. Cuenta que le gusta dejarse llevar y, así, conocer Pekín siguiendo al azar a cualquier viandante hasta llegar a su lugar de destino, y luego eligiendo a otro guía que, inconsciente de su labor, lo llevará por avenidas, calles y perdidos callejones, hasta lugares que de otro modo nunca hubiera llegado a conocer.
El aire que impulsa a Suso Mourelo es el de la curiosidad. Pero no de la curiosidad nacida del ‘deber ver’ lo que las guías o algunos viajeros famosos dicen, sino la que surge de sí mismo alimentada por su propia sensibilidad y por sus deseos, aderezada siempre por un punto de gusto por la transgresión.
Podría parecer que el tener un autor con vocación sedentaria no es el mejor ingrediente para un buen libro de viajes. Ni que tampoco lo es el no hacer caso a otros viajeros, ni la constante improvisación. Pero resulta que en este caso la combinación funciona y que es la suma de todas estas particularidades la que da lugar a un libro lleno de interés sobre un tema que no puede ser más actual: China.
La moda de China ha alimentado una amplia literatura. Ha rescatado del olvido relatos de viejos viajeros, ha recuperado narraciones de viajeros más modernos convertidas, sin embargo, en clásicos, y ha suscitado multitud de interpretaciones sobre el fenómeno de su desarrollo y de sus consecuencias. La velocidad de la evolución de China es tal que parece que la realidad hace obsoleto casi todo lo que se escribe, antes de que aparezca en las librerías. Y el libro de Suso Mourelo no sería una excepción a este hecho si no fuera porque su actualidad está precisamente en haberse detenido en el origen de esta puesta de moda. Es decir, está en tratar de la China del último año del siglo XX cuando estaban dibujados ya todos los rasgos del presente pero seguían vivos aún los que habían modelado el país hasta ese momento, habían marcado sus tradiciones y le habían dado su carácter y su cultura únicos.
El relato de Suso Mourelo es el de la fascinación ante lo que está observando:
"China cambia a cada instante, y como consigna del nuevo milenio, se ha lanzado a un mercado salvaje. Por eso nunca volverá a ser lo que siempre ha sido, lo que en tierras ajenas al turismo y al mercado global es todavía. (…) Sus mil trescientos millones de habitantes se preparan para despedirse del pasado y de millares de mitos que durante siglos los han alimentado. Mil trescientos millones de personas se aprestan a decir para siempre (…) adiós a China."
Cuando llega a Pekín, Suso Mourelo constata, más allá de las lecturas y de la información que ha recogido para preparar su viaje, el tamaño que todo tiene en China y la inmensidad del cambio que está emprendiendo. Y observa también cómo se renueva la sociedad y aparecen personajes, costumbres y figuras desconocidos hasta hace poco tiempo. Los nuevos ricos, las concubinas que los rodean, los altos cargos que descienden de coches con cristales tintados y esa nueva forma de ‘balseros’ que son los campesinos que emigran sin papeles a Pekín huyendo de la miseria componen un relato por el que discurre esa nueva China de ciudadanos orgullosos y sobre todo pragmáticos con los ojos puestos en el futuro y en el dinero.
Pero Pekín es sólo un episodio y la mayor parte del libro transcurre por trenes, autobuses, ciudades de provincias y pueblos aislados que dan una visión mucho más amplia del país, más rica y más ajustada también a la realidad.
La china rural que Suso Mourelo recorre en su viaje muestra una cara distinta del progreso y una enorme problemática que queda por resolver. China, dice, avanza a dos velocidades y la China anclada en el atraso, enorme y miserable, pesa sobre la otra y discurre en la incertidumbre sin ninguno de los brillos que adornan la imagen y la vida de Pekín o de Shanghai.
Suso Mourelo se ha documentado masivamente y aprendió chino antes de emprender su viaje. En su relato asoman cuentos y leyendas antiguos, referencias a la historia, conversaciones con amigos que va haciendo en el curso de su recorrido, referencia a personas con quienes tropieza por azar o le abren su casa en ejercicio de la más pura hospitalidad.
Adiós a China ofrece un paisaje extenso de esa China que acaba de despegar y que sorprende por su energía. Los diez años que separan la fecha del viaje que hizo Mourelo hasta hoy no le han restado actualidad sino al contrario. Añaden una perspectiva que de otro modo hubieran hecho el texto más plano. Adiós a China es un texto que hay que leer para acercarse sin ninguna grandilocuencia pero con abundante información, con matices y con una aguda sensibilidad, a uno de los fenómenos más extraordinarios del presente.
lunes, 8 de febrero de 2010
Bizancio. El imperio que hizo posible la Europa moderna
Bizancio
Judith Herrin
Debate, 2009
495 pp.
El Drina ha marcado para muchos la verdadera frontera de Europa, esa línea en los Balcanes donde empezaba un confuso mundo oriental de tradiciones lejanas y de desencuentros y conflictos frecuentes...
Judith Herrin
Debate, 2009
495 pp.
El Drina ha marcado para muchos la verdadera frontera de Europa, esa línea en los Balcanes donde empezaba un confuso mundo oriental de tradiciones lejanas y de desencuentros y conflictos frecuentes. Otros, en cambio, han visto en el Orontes la línea de división donde terminaba Europa, la frontera en el interior quebrado de Siria hasta donde se movieron con comodidad las legiones romanas y que defendieron como propia frente a los pueblos de Asia, dispuestos a disputar a Occidente los territorios que habían permitido hablar de un mare nostrum.
Entre una y otra se desarrolló Bizancio. Y se convirtió en una potencia que sobrevivió durante mil años. Y a lo largo de los siglos sirvió de bastión para la defensa de Europa frente al empuje de los pueblos de procedencia asiática que trataron de penetrar en el continente.
¿Cómo pudo producirse en la Europa moderna el olvido de este imperio con el que convivió durante diez siglos y con el que compartió tantos intereses y las mismas raíces?¿Quienes eran realmente estos bizantinos que desparecieron de la historia sin dejar rastro en la moderna conciencia europea?
Judith Herrin se propone, en este libro espléndido, sacar a la luz a un Bizancio olvidado y devolverlo al presente. Cuenta, solo empezar, el motivo que la impulsa: unos albañiles, seguramente turcos, le piden que les explique en cuatro palabras que es eso del imperio bizantino del que han oído hablar. Y Herrin, al escribir su libro pretende dar respuesta a esta demanda sacando a Bizancio del gueto de los libros de historia. Quiere ofrecer una visión lo más completa posible de lo que fue el imperio bizantino atendiendo a las facetas más variadas. Y lo cierto es que consigue darle vida y sacarlo del ámbito oscuro de ‘lo extranjero’ para restaurar su esencia europea y los estrechos lazos de unión que lo ligaron a nuestra historia y a nuestra cultura.
Debiera haber empezado declarando que el Bizancio de Herrin es un libro extraordinariamente ameno. Es preciso insistir en ello porque pudiera parecer que el tema es abstruso y difícil de abordar. Nada de eso. Herrin se propone ser didáctica, a pesar de ser una de las grandes autoridades en la materia, y para ello planifica su libro fijando su mirada en temas diversos que desarrolla cuidadosamente y que van iluminando parcelas de la realidad distintas que acaban componiendo una visión de conjunto completa y clara.
Por supuesto, el libro empieza por la fundación de Constantinopla, es decir por el Imperio Romano, y al hacerlo no destaca tanto su fracaso para contener a los enemigos exteriores que presionan sobre las fronteras, como el éxito de una política de adaptación a las nuevas realidades de Europa para sobrevivir a los tiempos. Bizancio es Roma. Y esta evidencia, que hemos olvidado la mayoría de europeos, es la que sostiene el relato que hace Herrin y la que nos descubre que en este espacio comprendido entre el Drina y el Orontes hubo un imperio que hasta 1453 mantuvo firme la cultura y la presencia de Europa.
La vida en Constantinopla cobra realidad en el libro de Herrin. Se sacan de la anécdota asuntos como el pan y el circo que se elevan a instituciones que cohesionan a la sociedad y contribuyen, como en la más pura tradición romana, a asegurar la fidelidad de los individuos al estado. El juego político, a través de asociaciones ligadas a los espectáculos, cobra vida y muestra una organización sofisticada que encauza –y desborda a veces- la lucha por el poder y que está a años luz de la pobre situación en la que vive el occidente de Europa. El mantenimiento del derecho que hereda la práctica romana y se desarrolla en el mundo bizantino con nuevas contribuciones y ordenamientos se destaca como contribución que aprovecha occidente entero en ese ‘derecho romano’ que inspira a tantas de sus legislaciones y que es en realidad bizantino.
El apasionante asunto de la religión y de los concilios que nos hemos acostumbrado a ver como luchas por el poder de obispos y patriarcas, pero que son igualmente una herencia del rigor intelectual del pensamiento griego y romano aplicado al desarrollo de la doctrina. Por cierto y como curiosidad, nuestro San Isidoro cayó en el pecado de heregía al traducir que el Espíritu Santo nació del Padre y del Hijo cuando lo suyo hubiera sido reconocer que nació del Padre a través de Hijo, tal y como quedaba expresado en griego, que fue la lengua que acabó imponiéndose en este imperio hasta sucumbir frente al empuje otomano.
Seguramente nadie de los que hayan leído el libro de Herrin viajará a Turquía y la verá con los mismos ojos que antes de esta lectura. La influencia de Bizancio en Europa se muestra con fuerza. Lo mismo que su progresivo declive a medida que la Europa bárbara se hace fuerte, reconstruye sus propias instituciones, eleva su cultura y organiza su ambición de poder. El saqueo de Bizancio y su ocupación por parte de los ejércitos cruzados expresan el repudio de los propios cristianos al imperio de Oriente. Ese mundo griego y ortodoxo del este de Europa dejó de ser reconocido como propio y pasó a ser objeto de la codicia de los reinos de occidente como lo era también de los turcos que lo asediaban.
Pero la distancia que los siglos fueron creando, no impide -como bien muestra Herrin- que rasgos fundamentales de la cultura, las tradiciones, los intereses y la historia fueran compartidos entre los dos extremos de Europa. Y no puede evitar tampoco que la Turquía laica y a la vez musulmana de hoy sea en muchos aspectos hija de este imperio que hunde sus raíces en Roma.
martes, 2 de febrero de 2010
El secreto del calígrafo
El secreto del calígrafo
Rafik Schami
Salamandra, 2009
412 pp.
Con fuegos de artificio inicia su andadura El secreto del calígrafo, que en unas pocas páginas coloca al lector en estado de curiosidad absoluto y le anuncia una aventura que lo tendrá sujeto al libro hasta terminarlo....
Rafik Schami
Salamandra, 2009
412 pp.
Con fuegos de artificio inicia su andadura El secreto del calígrafo, que en unas pocas páginas coloca al lector en estado de curiosidad absoluto y le anuncia una aventura que lo tendrá sujeto al libro hasta terminarlo.
La intriga está servida desde el principio. Pero el supuesto thriller cambia enseguida de ritmo y se modera. Se podría decir que cambia de género y que, antes de terminar regresando a la intriga intensa con la que empieza, se serena y se convierte en un fresco sobre la vida en Damasco.
La acción transcurre en torno a la mitad del siglo XX. Habla de un mundo reciente que Rafik Schami desarrolla con cuidado introduciendo a los personajes en su ambiente, en el de sus familias, en el barrio, entre vecinos, en contacto con los tenderos del mercado...
Se diría que El secreto del calígrafo son dos libros que dejan el uno espacio al otro y se complementan. El exotismo de Damasco anima el interés del lector. Pero no estamos ante un libro que descubre lo pintoresco. Estamos hablando de un mundo visto de cerca y que se comprende bien. Incluso que reconocemos en alguna medida como propio. Y que tiene rasgos que transmiten ese sabor oriental que resulta seductor y que enlaza con una cultura y unas tradiciones distintas de las nuestras y evocadoras.
Digo que es un Damasco que se comprende bien porque seguramente la distancia que la separaba de las capitales europeas era menor en esa época de los años cincuenta de lo que se hizo años más tarde, cuando los conflictos y la política aislaron de Europa, en lugar de acercar, a los países del oriente mediterráneo.
La narración que va desgranando Rafik Schami se llena de escenas de la vida cotidiana. Salen a relucir las costumbres, detalles de los pequeños comercios, el placer infantil de las golosinas, la escuela, el bazar... Y como el discurrir de la acción es lento y la preparación del escenario es minuciosa, la trama da pie también a vislumbrar aspectos de la sociedad menos explícitos pero que el lector contempla como la relación entre ricos y pobres, la miseria de muchos y sus penalidades, la observancia, en la época laxa, de los mandatos de la religión, el juego de los niños y la forma como se relacionan unos con otros.
Lo muy concreto y lo más etéreo articulan el relato y dan pistas al lector para componer esa sociedad damascena de la época. Muchos elementos apelan directamente a los sentidos y hablan de esa morosidad oriental que venera la lentitud y el disfrute del momento. El murmullo del agua de un humilde surtidor en el patio de la casa, la sombra de un árbol, o el color del cristal de una ventana construyen la atmósfera que envuelve a una ciudad y que hace que algunos no puedan abandonarla porque les parece en si misma el mejor de los mundos.
La aventura que cuenta Rafik Schami tiene además, un aspecto particular y que llama la atención. Discurre en buena medida en un ambiente cristiano. Por supuesto, totalmente integrado en la vida siria porque forma parte de ella. Pero que retrata a una comunidad identificada con un credo que la hace distinta, no sólo en su devoción, sino también en sus costumbres más arraigadas. Rafik Schami no lo dice, y es posible que ni siquiera sea consciente de ello, pero cuando habla de la educación pone de relieve esa condición de los cristianos en Siria que en Europa ha sido propia de los judíos: son particularmente sensibles a la educación porque es el único patrimonio que podrán llevarse a cuestas si, siendo una minoría, tienen que salir corriendo.
La otra pata del libro, la de la aventura y la intriga, es la que da ritmo a la acción. Pone el acento en una narración de buenos y malos, enraizada en hechos que ocurrieron mucho tiempo atrás y que conecta con el género de ficción histórica. Gustará a quienes disfruten con un poco más de velocidad en el relato y con el gusanillo de saber qué hay detrás de ese secreto que anuncia el título del libro y de cómo va a acabar.
Rafik Schami es un escritor justamente celebrado y que administra bien sus cartas a la hora de escribir. Con él, además del juego de la intriga, tenemos una visión de Damasco próxima, detallada y llena de matices. El conjunto seducirá al lector. Lo mantendrá con la curiosidad alerta y lo transportará a esa capital de aromas tan intensos que brilla y que sigue marcando la vida del Oriente Próximo.