martes, 20 de abril de 2010

El faro de los libros


El faro de los libros
Aravind Adiga
Miscelánea, 2010
350 pp.

El faro de los libros vuelve a ser, en algunos aspectos, un libro divertido, ocurrente y transgresor. De nuevo Arabind Adiga se muestra aquí tan atrevido como en Tigre blanco y tan ingenioso a la hora de idear situaciones y personajes....


Aravind Adiga
Miscelánea, 2010
350 pp.





La India resulta una mezcla en la que todo es posible. Seguramente contribuye a ello esta insólita religión milenaria que no fue fundada por un enviado de Dios o por profeta alguno, que a falta de una autoridad que dicte la ortodoxia ha estallado en tantos matices, prácticas y devociones como practicantes tiene y que acaba por ver a Dios en todas partes y a todo –lo mejor y lo peor- como expresión de la divinidad suprema y como una pieza insustituible y respetable entre todas las que conforman el universo.

Anticipo esto para introducir El faro de los libros, la segunda entrega de Aravind Adiga que nos regaló con un buen número de sonrisas y a veces carcajadas con la lectura de Tigre blanco.

El faro de los libros refleja el microcosmos de una pequeña ciudad del sur de la India, a orillas del mar Arábigo, donde arraigaron los cristianos, algunos dicen que convertidos por el mismísimo Santo Tomás primero y por los portugueses después, convivieron con los hindúes y con los musulmanes y dieron lugar a una mezcla que explica muchas de las particularidades de esta región de la India y, por extensión, del país entero.

El faro de los libros vuelve a ser, en algunos aspectos, un libro divertido, ocurrente y transgresor. De nuevo Aravind Adiga se muestra aquí tan atrevido como en Tigre blanco y tan ingenioso a la hora de idear situaciones y personajes. Pero a medida que avanza la lectura, se hace patente el desánimo y la desesperanza de una inmensa población a cuyas espaldas recae el peso de la miseria, de la falta de futuro y de la desesperanza.

Los disparates se mezclan ahora con las diversas expresiones de la desgracia y las barbaridades se matizan por la necesidad de sobrevivir a la contrariedad y de sacar fuerzas de flaqueza un día tras otro.

Ahora no hay sólo chanza en el tono de Aravind Adiga, hay también compasión. Hay un tono benevolente que tiene que ver con el sentimiento de hermandad y con la tolerancia que está en las raíces místicas de la India y que el autor manifiesta en la comprensión con que son tratados los personajes, buenos –algunos- y menos buenos –muchos más- , la justicia –poca- y la injusticia –generalizada-, las virtudes y los defectos. Todos son parte del mismo universo, opresivo y sin salidas para los desheredados, y todos, de la casta, de la religión o de la condición que sea, componen el entramado complejo de esta pequeña ciudad donde nadie es del todo inocente.

Tolerancia, compasión y humor, sobre todo, en la primera parte del libro. Humor que entona la visión de esa pequeña ciudad, que bien podría representar toda la India, que relativiza las cosas y que coloca al descreído autor del libro en situación de hacer incursiones por cuantos disparates se le ocurren: los funcionarios corruptos, el ridículo de la escuela de los jesuitas, los borrachos musulmanes, los hijos de familias pudientes, los bandidos hindúes, los charlatanes …

Todos transitan por un libro de apariencia inocente, que incluso en la forma se desmarca de la narración habitual. Aparentando a instalarse en la máxima objetividad, recurre al juego teatral del construir con detalle el escenario donde se desarrolla la historia, describiendo con minuciosidad los barrios de la ciudad –por supuesto, ficticia-, las calles, los monumentos y las situaciones que envuelven a los distintos episodios, del mismo modo que lo haría un guionista o un dramaturgo antes de sacar a escena los personajes de su obra. Y sobre este despliegue de decorados propone, a modo de cuentos, una sucesión de historias en cuyo final predomina el sabor amargo y resuena en los oídos del lector ese mensaje, propio también de mucha de la novela picaresca, que afirma que la bondad se ve siempre y sistemáticamente defraudada.

La India del sur, con sus particularidades, nos llega a modo de caricatura de la mano Aravind Adiga con El faro de los libros. Quien quiera conocerla –aunque no sea una India del todo real- y pasar sin duda un buen rato de sabores agridulces no debiera perderse su lectura.

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