Carlo Collodi
Gadir, 2012
167 pp.
Tanto como un libro de viajes, que lo es, La Toscana en tren de vapor es una curiosidad. El subtítulo del libro, Una novela-guía humorística, indica ya que no es un libro al uso y que sus intenciones van más allá de contar lo que se ve y lo que se siente viajando por la mítica región italiana.
Estamos ante un libro de no demasiadas páginas, 164, hecho así con intención. Para el autor, que escribía hace más de cien años, debía servir de entretenimiento a los lectores durante el viaje desde Florencia a Liborno –o al revés- en un trayecto que, a pesar de que no se efectuaba en un tren de alta velocidad, tampoco daba para una lectura demasiado extensa.
A mediados de siglo, del siglo XIX, por supuesto, se construyó la línea de ferrocarril que unía las dos grandes ciudades de la Toscana. Florencia era la capital de la cultura, pero era una ciudad de interior con lo que ello supone a la hora de relacionarse con el mundo y de estar a la vanguardia de la modernidad. Liborno en cambio, era la vitalidad hecha ciudad, con su puerto importante, su rápido progreso y sus gentes más orientadas a la industria que a la conversación. La línea de tren, conocida como La Leopolda era un prodigio de la ingeniería en los tiempos que corrían y una obra que había costado un montón de dinero. Era un auténtico acontecimiento que había revolucionado la región.
Un librito que entretuviera a los viajeros y les contara sobre el tren, sobre los lugares que pasaba y sobre los demás viajeros resultaba un negocio al que un impresor avispado no podía renunciar. Y un escritor con desparpajo para hacer entretenida la lectura resultaba imprescindible. Debía ser un escritor ocurrente, pero tampoco tan famoso como para que su aportación costara un ojo de la cara.
Carlo Collodi fue el elegido y nadie mejor que él porque ocurrente lo era, irónico también, culto lo parecía y famoso todavía no. Famoso lo sería después de haber escrito el más célebre de los cuentos italianos: Pinocho.
La Toscana en tren de vapor es un libro irregular porque toca todos los palos y los organiza de modo que el lector –el lector de la época- más que un relato, tuviera un entretenimiento entre las manos y no estuviera obligado a mantener durante mucho rato la atención. En algún momento el libro finge ser una guía, pasando muy deprisa sobre los monumentos o los lugares más relevantes de las ciudades y pueblos por los que pasaba el ferrocarril. En otras ocasiones dirige su atención a las características del tren, a las locomotoras, a los ingenieros que lo proyectaron, a las estaciones que hubo que construir. Pero con lo que Collodi se divierte y se propone divertir al lector es hablando de la gente, de los viajeros y de los tipos humanos que viven en la región. Ahí es donde el libro juega a la parodia y con la excusa del tren se atreve a criticar a la sociedad entera y a las manías y las modas del momento.
Como diversión, arremete contra el progreso y amplifica sus malévolos efectos. Afirma con sorna que la sociedad es un campo de batalla y que la modernidad ha llevado a la gente a pertenecer o a la clase de los acreedores o a la de los deudores y que todos son presa de una fiebre universal que es la de la ganancia inmediata. En consonancia con lo moderno ensalza la máquina y lamenta la miserable costumbre de caminar: “no conozco en la faz de la tierra un ser más decaído que el Hombre-peatón”. Con humor hace al mismo tiempo una elegía al progreso y una advertencia sobre sus graves amenazas. Reclama los derechos de la tradición sobre lo que ahora llamaríamos las ‘tendencias’ y se ríe de que a lo bello, los más modernos del momento lo llamen lo ‘chic’ y que lo antes debía ser majestuoso quede reducido a lo ‘confortable’ y que la música, en lugar de ser armónica, discurra a base de chirridos para ir con el signo de los tiempos.
Un entremés de tipos humanos, de chismorreos, de temas de lo más diversos, de costumbres y manías, de historia y de historias, y de pequeñas pullas lanzadas aquí y allá ameniza el libro y el supuesto viaje de aquellos a los que iba dirigido. Hoy la lectura sigue siendo entretenida y ofrece la ocasión de asomarse a una Toscana de finales del XIX, mucho más provinciana de lo que es ahora y cuyos reflejos se encuentran solo en esta literatura curiosa sin pretensiones pero fresca y divertida.
1 comentario:
Me gustos libros que describen lugares, como la región italiana misma. Te hacen volar con la imaginación por todos esos lugares, y quién sabe, de repente un día se te da la oportunidad de viajar y terminás comprandote una guia de lugares de la región que se describía en el libro porque en tu inconsciente ya tenés una simpatía por ese país o ciudad que te fue descripto, y le tomaste cariño!
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