viernes, 21 de enero de 2011

Ilustrado


Ilustrado
Miguel Syjuco
Tusquets, 2010
382 pp.

Miguel Syjuco, el autor del libro, se muestra en ésta, su primera novela, como una revelación de las letras filipinas. Porque lo cierto es que Syjuco es un personaje tan brillante como difícil de clasificar y que su novela, moderna donde las haya, obtuvo dos galardones de primerísimo nivel...

Miguel Syjuco
Tusquets, 2010
382 pp.





Miguel Syjuco, el autor del libro, se muestra en ésta, su primera novela, como una revelación de las letras filipinas, o quizás mejor de las letras en lengua inglesa y de raíces filipinas. Porque lo cierto es que Syjuco es un personaje tan brillante como difícil de clasificar y que su novela, moderna donde las haya, obtuvo dos galardones de primerísimo nivel: el Man Asian Literary Prize y el Palanca Award, el más importante premio literario de Filipinas.

No me ando por las ramas hablando del autor. De familia de emigrados a Canadá –emigrados políticamente ilustres- estudia en Manila, pasa por la universidad de Columbia en Nueva York, por la de Adelaida en Australia, reside en Montreal… Es un hombre de todas partes, pero filipino. Y en medio de esta mezcla de lugares y países que parecen desdibujar su personalidad, se convierte, él mismo, en personaje de su propia novela, porque el protagonista se llama también Miguel Syjuco, estudia en Nueva York y despliega en la ficción un conjunto de características que lo asemejan al personaje real.

La novela de la que hablamos es Ilustrado y es un reflejo, distorsionado por una trama de fantasía, de la realidad de unas Filipinas donde los intelectuales tienen mal encaje, han emigrado al mundo sajón y se enfrentan en su vida diaria a una sociedad contradictoria, desordenada y caótica.

Miguel Syjuco, el autor, y, por un efecto de cascada, el protagonista de la novela, ejerce de enfant terrible. Y lo transmite en su narración, desarrollando frentes diversos, que parecen crear un coro a distintas voces, tratando de hacerse hueco cada una de ellas entre las otras y generando una especie de griterío que sostiene discursos diversos pero relacionados. Griterío que no nace sólo de la diversidad de voces, sino, y sobre todo, de una especie de incontinencia verbal que acumula ideas, pensamientos, asuntos y situaciones que se van amontonando y crean una atmósfera de desorden hiperactivo que define la marcha de la ficción.

El protagonista es, sin duda un disparatado. Disparatado dentro de un orden, porque es un personaje de familia bien, educado, joven promesa y bohemio. Bohemio porque su vocación de escritor pasa por ajustarse al cliché del inconformismo y de cierta marginalidad. Y también "ilustrado", porque es un vivo ejemplo de esa plétora de burgueses filipinos que fueron a educarse a España, a Francia y ahora a América, para regresar al país de origen con la formación y las ideas aprendidas en los lugares donde se cuece la cultura y se adquieren las herramientas del poder.

La trama es, lo mismo que el protagonista, disparatada. Trata de un escritor de éxito, pero provocador e incómodo, que deja Manila y se instala en Nueva York con la amenaza de escribir un libro que denunciará la corrupción de políticos y de las grandes familias y pondrá patas arriba a la sociedad filipina. La muerte de este personaje peligroso pone en marcha las pesquisas de nuestro Miguel Syjuco, que intuye una mano criminal y decide buscar el manuscrito del libro que el muerto llevaba entre manos y descubrir los intríngulis del asesinato.

Filipinas, la Filipinas de hoy y también la del pasado, transita por el libro como transita el paisaje por la ventanilla del tren a medida que éste sigue su camino. Es la Filipinas de los expatriados, de gentes de la cultura, de personajes singulares. La Filipinas que se deja ver a través de un protagonista que procede de la mejor sociedad, que vive su propio país con distancia, pero que no puede separarse de él, al que regresa y al que se aferra.

Ilustrado forma parte de los raros libros de la literatura filipina contemporánea que alcanzan las librerías españolas. Y, en este caso, que viene precedido de un éxito singular y de las mejores críticas. Para el Washington Post la novela "desenfrenadamente entretenida, (…) logra un tono muy personal, gran sofisticación literaria y un humor satírico". Quien se sienta tentado por estas palabras sabe que en Ilustrado encontrará un buen rato de lectura y el reflejo de unas Filipinas que sólo llega a los lectores en lengua española con cuenta gotas y muy de tarde en tarde.

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viernes, 14 de enero de 2011

Mayombe


Mayombe
Pepetela
El Aleph Editores, 2010
313 pp.

La guerra domina esta novela, y la política. Pero una guerra y una política que nada tienen que ver con la obsesión del recuerdo que afecta a la literatura que nace en los Balcanes o en Oriente Próximo. En Mayombe es un escenario distinto el que se abre y un tono distinto también, esperanzado, reflexivo...



Pepetela
El Aleph Editores, 2010
313 pp.







De nuevo es la guerra la que domina esta novela, y la política. Pero una guerra y una política que nada tienen que ver con la obsesión del recuerdo que afecta a la literatura que nace en los Balcanes, en Oriente Próximo o en Chile donde no hubo guerra abierta pero sí la profunda herida de una durísima represión militar.

En Mayombe es un escenario distinto el que se abre y un tono distinto también, esperanzado, reflexivo, liberador… Porque la guerra que sostiene el relato es la de la lucha por la independencia de Angola y por el nacimiento, a partir de esta vieja colonia portuguesa, de una nueva nación.

Y es la guerrilla la que envuelve la trama de la novela y la que se abre al lector, que seguramente no habrá tenido muchas ocasiones de conocer sus interioridades. Choca la precisión con que el autor retrata a esta especie de familia que compone un grupo de combate instalado en la selva. Y llama la atención también el juego que este pelotón de guerrilleros da a la hora de ir descubriendo temas que afectan a la política, a los hombres, a la guerra y en definitiva al país.

La guerrilla sostiene la trama y está todo el tiempo presente, pero no es el ambiente cuartelario el que domina la atmósfera. Casi al contrario. El protagonista, Si Miedo, es un intelectual maduro y alejado de todo fanatismo. Es el jefe militar del comando, riguroso y al mismo tiempo comprensivo y sabio. Un jefe de operaciones, un comisario político, un maestro forman con el comandante la élite del grupo guerrillero y los personajes cuyos puntos de vista y cuyas sensibilidades permiten explorar un mundo de sentimientos, de prejuicios y de fidelidades en los que se refleja el futuro de esta Angola que lucha por su liberación.

Por supuesto se trata de una guerrilla de corte marxista y de raíz netamente africana. Y se trata, en el discurso que aflora a través de cada personaje, de un llamativo retrato de la forma de enfrentarse a la acción y al pensamiento, marcada siempre por la fidelidad a la ortodoxia política. Puro marxismo que suena a agua pasada desde la realidad de hoy.

¿Estamos ante un panfleto? Ni de lejos. Hay que avisar que este discurso ortodoxo, que parece hoy casi teatral, en ningún momento va a empachar al lector. La novela es profunda pero resulta ligera, incluso con temas tan duros como los que trata. Y el autor es hábil a la hora de domesticar el discurso político de los personajes y la tensión militar que podrían lastrar el relato hasta hacerlo naufragar.

Pepetela –pseudónimo de Artur Pestana-, el autor, escribió la novela estando él mismo en la guerrilla. La escribió en medio de este paisaje africano de matorral, bosque y montaña donde transcurre la ficción, al borde de la frontera con el Congo. La escribe siendo responsable militar e importante cargo político del Movimiento para la Liberación de Angola. Y con ella -con la novela- consolida una carrera que cosecha los más importantes premios de la literatura en lengua portuguesa. Mayombe hace honor a estos reconocimientos porque es una novela magnífica. Resulta un relato excelente, con tensión desde la primera a la última página, y una ocasión singular para el lector de asomarse a una Angola poco conocida y que es hoy lo que en la novela no es más que un proyecto lleno de esperanzas y de incertidumbre.

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viernes, 7 de enero de 2011

El botones de Kabul


El botones de Kabul
David Jiménez
La esfera de los libros, 2010
278 pp.

Dos personajes forman los hilos con los que se teje esta novela que transcurre en el Afganistán de la época de los talibanes, hace muy pocos años. Uno es un botones de hotel. El otro un extranjero...


David Jiménez
La esfera de los libros, 2010
278 pp.







Dos personajes forman los hilos con los que se teje esta novela que transcurre en el Afganistán de la época de los talibanes, hace muy pocos años. Uno es un botones de hotel. El otro un extranjero, de mentalidad práctica, que asume el papel de mercenario de los negocios para una ‘haliburton’ cualquiera, dispuesto a dar un pelotazo vendiendo lo que sea que los talibanes quieran comprar. Nada que reprocharse, porque al fin y al cabo se trata de comercio y de estrechar relaciones entre el régimen islámico y América.

La novela discurre en un terreno de ansiedad, porque la vida en Afganistán es dura. Lo es el clima y lo es el país sometido a una dictadura cruel. Ni siquiera nuestro vendedor, acostumbrado a faenar en plazas poco cómodas, casi siempre a la sombra de duros conflictos, lleva bien la pesadumbre excesiva que impone el régimen de los clérigos. Todo es abrupto y todo acaba por contaminarse en la realidad de un país a cuyo rigor no escapan ni los extranjeros que van a hacer su trabajo sin más preocupación que terminar cuanto antes y volver a las comodidades de la vida en occidente.

David Jiménez, el autor, conoce bien el tema. Es periodista, ha sido corresponsal en Asia y ha cubierto las guerras que durante años se han cebado con las regiones más conflictivas de continente. Afganistán ha estado en su campo de acción y ha buscado en la novela el modo de sacar a la luz la realidad cotidiana y la vida de la gente.

No hay poesía en el texto, ni recompensa por la vieja cultura del país o por la solidez de sus tradiciones, recias, antiguas y admirables. Kabul, no está para florituras porque lo que aparece a primera vista es la desolación. Es la vida cotidiana hecha ruinas, y soportada por personas que se esfuerzan por seguir viviendo en medio del desorden, en un entorno miserable. El extranjero, un norteamericano joven, empuja el desarrollo de la novela con las escenas que va abriendo su actividad comercial y con su mirada de turista como llegado de Marte a una tierra en la que es difícil entender casi todo.

El botones es el contrapunto indígena que el autor desdobla como para dar más oportunidades al país a expresarse y al lector a enterarse de lo que se cuece en él. Primero este botones es un hombre mayor que ha conocido épocas de esplendor en el mejor hotel de la ciudad. Luego es su hijo quien hereda el puesto y deja espacio a una voz joven para cubrir así una diferencia generacional, igualmente sometida y desgarrada.

Con todo su dramatismo, El botones de Kabul es una suerte de novela de aventuras que en cualquier momento podríamos ver en el cine. El guión tiene los aderezos de un relato de intriga, que deja en el lector esa inquietud melancólica de los paisajes sobre los que planea la desgracia. Desasosiego, remordimientos, ambición, amistad son los sentimientos contradictorios que van orientando la acción que aproxima a personajes tan dispares como el vendedor y el botones. Y son las lentes a través de las cuales el lector se asoma a ese Afanistán inhóspito y peligroso.

No es habitual encontrar a un autor español en un tema de ficción que nos parece lejano y más propio de escritores de países con más tradición en asuntos relacionados con el Oriente Medio. David Jiménez que publicó con éxito Hijos del monzón se ha atrevido a ello y ha conseguido una novela que se lee casi de un tirón. Intriga, por un lado, y también un conocimiento sobre Afganistán desde un ángulo poco corriente es lo que encontrará el lector en este libro, además de un buen rato de entretenimiento.

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viernes, 31 de diciembre de 2010

Mani. Viajes por el sur del Peloponeso


Mani. Viajes por el sur del Peloponeso
Patrick Leigh Fermor
Acantilado, 2010
404 pp.

Al sur del Peloponeso tres penínsulas se descuelgan y señalan el camino hacia África. La del centro, la más meridional es Mani...


Patrick Leigh Fermor
Acantilado, 2010
404 pp.






Al sur del Peloponeso tres penínsulas se descuelgan y señalan el camino hacia África. La del centro, la más meridional es Mani. Se trata del extremo sur de Europa, de la lengua de tierra en cuya punta se encuentra el cabo Matapán que los geógrafos identifican como el punto de latitud más baja del continente.

Patrick Leigh Fermor enamorado de Grecia decide escribir sobre el país. Forma parte de la generación de viajeros cultos de raíz inglesa que viajan al Mediterráneo para quedarse, si no para siempre, al menos el tiempo suficiente para empaparse de su cultura y de sus formas de vida que ven a punto de cambiar definitivamente. Nuestro autor, al final de los años 50, ve a Grecia como a una especie en extinción.

Patrick Leigh Fermor ha recorrido el país entero y se dispone a escribir un libro que saque a la luz su profundo atractivo.

“Todo en Grecia es cautivador y gratificante –cuenta-. Apenas hay un peñasco o un riachuelo sin una batalla o un mito, sin un milagro, una anécdota lugareña o una superstición; y conversaciones o incidentes, en su mayoría curiosos o memorables adquieren densidad en torno al camino del viajero, a cada uno de sus pasos.”

Pero el tema se le va de las manos, porque conoce demasiado y disfruta de cada momento con tanto detalle que la escritura se le alarga. Y de la minúscula península de Mani que hubiera debido ocupar una pequeña parte, sale un libro entero, cargado de asuntos diversos en los que el autor se entretiene sin prisa, como se entretiene la conversación de las gentes que encuentra sentadas al sol alrededor de unas tazas de café o de unos vasos de ouzo.

El objetivo de Patrick Leigh Fermor es “descubrir lo que queda de vivo de la Grecia tradicional, que pudo mantenerse por su relativo aislamiento y está a punto de desaparecer.” Por eso, dice, su libro es lo opuesto a una guía. Ninguno de los grandes monumentos de la civilización griega está en peligro. Lo que reclama su atención es lo intangible.

Nos habla el autor, de los nombres de familias y personas que derivan todavía de los bizantinos. Nos habla, de las supersticiones que arraigan en los pueblos y que mantienen la creencia en el mal de ojo y en los demonios. Emergen en el texto recuerdos de la guerra civil que enfrentó al país a finales de los 40, y referencias a la monarquía y a la cuestión de Chipre, tan viva en esa época.

Asoma la relativa juventud del estado griego moderno con menciones a la guerra de la independencia y al sentimiento de resurgir griego que floreció a finales del XIX. Resuenan en alguna parte los ‘años oscuros’ bajo dominación turca en que Grecia pareció eclipsarse y quedó en el recuerdo como tierra dominada por eslavos.

Patrick Leigh Fermor recorre Mani a pie buena parte de las veces, se encarama en sus duras montañas y bordea la costa también moviéndose entre pueblos que miran al mar y entre pastores que resisten tierra adentro. Siempre saboreando el aislamiento de este rincón del mundo y la hospitalidad de las gentes, atentas y curiosas ante la llegada del viajero.

Mani no es un libro para prisas. Todo es lento en él, como el paso del tiempo en la tierra de la que habla. Los cambios son de matiz. El autor es despacioso en su viaje y su relato lo es también. Lo que debía ser un panorama sobre una Grecia extensa y variada se convierte en una mirada pausada sobre un territorio minúsculo en cuya aridez destaca la riqueza que se descubre cuando lo que cuenta es la profundidad del tiempo.

Nada ha cambiado de la geografía dura del Peloponeso del que nos habla Patrick Leigh Fermor. Más visitada por los turistas, mejor comunicada, sigue siendo hoy una península aislada y sigue conservando trazos del carácter del que quiso dejar constancia el autor. Para un lector sin prisas, dispuesto a dejarse llevar por ese Mediterráneo profundo y azul con el que se identifica Grecia, Mani le abrirá los ojos y le ayudará a conocer el país. Le llevará de la mano en un viaje que hoy podría hacerse todavía si se cuenta con las claves que nos da un autor tan extraordinario como Patrick Leigh Fermor.

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miércoles, 22 de diciembre de 2010

Unos días en el Brasil (Diario de viaje)


Unos días en el Brasil (Diario de viaje)
Adolfo Bioy Casares
La Compañía, 2010
82 pp.

No sé si puede llamarse libro a un texto que no ocupa más que 82 páginas. Digamos que se trata de un librito, pero de un librito excelente, amenísimo y suelto en el que el autor se despacha con una libertad que hace de la lectura un gozo...



Adolfo Bioy Casares
La Compañía, 2010
82 pp.





No sé si puede llamarse libro a un texto que no ocupa más que 82 páginas, que incluyen un prefacio y un posfacio -que no son del autor-, unas páginas de breve presentación y unas cuantas de fotografías -éstas sí del autor.

Digamos que se trata de un librito, pero de un librito excelente, amenísimo y suelto en el que el autor se despacha con una libertad que hace de la lectura un gozo.

No hay duda de que en el texto lo principal es Bioy Casares, pero Brasil y la forma de diario de viaje, tal como reza el título, lleva a darle cabida aquí. Está claro que en la literatura de viajes hay dos registros: el de los viajeros que viajan por viajar y el de los que van a otra cosa. El caso de Bioy Casares es el segundo. Va -se cuela en realidad- en la delegación del PEN Club de Argentina que asiste al Congreso que en 1960 tiene lugar en Río de Janeiro. Y de esta corta experiencia tan enmarcada en el mundo de la literatura y en un acontecimiento tan formal nace este libro.

Bioy es un rebelde y casi un aristócrata. Exquisito, elegante, apuesto, va por libre en la vida y esa libertad que se toma es la que le hace opinar con malicia y lucidez. Brasil le sirve para comparar con Argentina y como argentino, en lugar de cargar las tintas sobre el vecino del norte mira a su propio país y no le ahorra críticas. Ve a Brasil orientado hacia el futuro, positivo, integrador de cuanto tiene a mano para sacarle provecho. Y a su lado denuncia que Argentina se estanque en la crítica, sea prisionera del pasado y del presente y, satisfecha de sí misma, rechace perspectivas distintas que puedan ponerla en el camino del progreso.

¿Profético en su diagnóstico? Simplemente observador y despegado de lealtades inútiles. La mirada de Bioy es rica para jugar con esta mezcla de tradiciones y de trayectorias que forman Brasil y Argentina. Y al lector el relato se le antoja en numerosos puntos malicioso porque Bioy va de sobrado, como se diría ahora. Ejerce de señorito que critica sin pudor pero que no se excede, que queda en el entorno de la ironía cómplice, de una mala educación cuidadosamente administrada y que no hiere.

Al hablar de Brasilia, que visita cuando está aún en construcción, se despacha diciendo que fotografió las “casas del peor (…) Le Corbusier”. Y al hablar de los norteamericanos con los que se cruza en el hotel no se corta poniéndolos a caldo sin matices: “Los norteamericanos (…) –por la fealdad de los trajes nadie duda de que se trata de norteamericanos o de rusos- pasan sin mirarme, sin dar las gracias, como reyes de pantalones bolsudos, seguros de sus derechos. Esta seguridad no proviene de la fuerza del país, sino de la estupidez del individuo.”

Fino e irónico, amigo de Borges, seguramente intratable, Bioy está en la cumbre y juega para sí con la displicencia. Porque en realidad, este diario de viaje no estuvo hecho para publicarse. Lo guardó entre sus papeles y lo editó a su costa para obsequiarlo a los amigos años más tarde. La edición que ahora sale a la luz es casi la de un escrito personal y por consiguiente sin la contención de un texto destinado a ir a la imprenta. La portada del libro señala que se trata de una exquisitez. Lo es en efecto. Una exquisitez extraordinariamente amena, vivaz y con los reflejos de un Brasil y una Argentina que destacan bajo la luminosa mirada de un maestro de la literatura.

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jueves, 16 de diciembre de 2010

Tren fantasma a la Estrella de Oriente


Tren fantasma a la Estrella de Oriente
Paul Theroux
Alfaguara, 2010
671 pp.

Theroux es uno de los grandes de la literatura de viajes y en Tren fantasma a la Estrella de Oriente lo confirma. A cualquier aficionado a este género, la lectura del libro le resultará en extremo gratificante....


Paul Theroux
Alfaguara, 2010
671 pp.







Theroux es uno de los grandes de la literatura de viajes y en Tren fantasma a la Estrella de Oriente lo confirma. A cualquier aficionado a este género, la lectura del libro le resultará en extremo gratificante. Y a un lector menos inclinado al asunto de los viajes, seguro que también. En una reseña acostumbra a recomendarse la lectura de un libro al final, en el capítulo de las conclusiones. Saltándome la norma, voy a hacerlo al principio, para que quien prefiera no seguir leyendo sepa a qué atenerse.

¿Y cuál es el secreto de Theroux? Pues, probablemente que es un excelente escritor. Y ser un excelente escritor es una condición que combina el talento para manejar bien tanto el lenguaje como las ideas. Theroux juega con uno y otras con soltura y construye un libro que cuesta dejar de leer. Un libro grueso, de los que requieren tiempo desde que se empieza hasta que se llega al final. Pero importa poco, porque la lectura, como el viaje mismo, hay que hacerla paso a paso y admite el permitirse paradas para descansar o para reflexionar a lo largo del recorrido.

Theroux hace en Tren fantasma a la Estrella de Oriente un ‘remake’. Regresa al camino que recorrió treinta años atrás cuando escribió En el Gallo de Hierro. Pero lo que podría ser una repetición ampliada resulta un libro totalmente nuevo porque ha cambiado el autor y también el mundo. En El Gallo de Hierro había un Theroux joven, tenso y poco predispuesto a disfrutar, según el mismo reconoce. Ahora el autor emprende el viaje con sosiego, con mirada más tranquila y con más experiencia también. Se reconoce más de acuerdo consigo mismo, más próximo y seguramente más en paz con cuanto le rodea.

Su itinerario arranca de Londres y no terminará hasta regresar a casa después de alcanzar Japón y de tomar de vuelta el Transiberiano. Viaja sobre todo en tren, pero también en autobús y en coche y en avión cuando no hay más remedio y a medida que avanza en su camino nos va contando, un poco de todo. Nos ofrece un relato que tiene que ser necesariamente variado porque los lugares por los que transita lo son y de un extremo de Europa al otro extremo de Asia el abanico de escenarios es enorme.

Pero además porque ese Theroux que se viste de simple viajero no es un personaje cualquiera. Primero, además de escritor de viajes, es un novelista singular y su escritura posee una extraordinaria habilidad para componer situaciones y escenas que ponen al lector en contacto directo con aquello de lo que habla y le transmiten sensaciones tanto como informaciones. Segundo, porque siendo un personaje famoso tiene acceso a personas o a lugares que no estarían al alcance de cualquier escritor. El encuentro con Pamuk, por ejemplo, en Turquía, es del mayor interés. Tercero, porque posee una mirada amplia y buen conocimiento de la historia y de los asuntos de actualidad y goza de esta habilidad del viajero curioso que le lleva a preguntar a la gente y a introducirse en lugares recónditos para extraer de ellos información y también opinión que da color a su relato.

París con manifestaciones en la calle, primero, Budapest y luego una Rumanía decrépita, Turquía sorprendentemente viva y contradictoria, Georgia atenazada por el pasado a pesar del espejismo modernizante de la capital, Azerbayán encajado entre países poco amigos en ese espacio difícil que es el Cáucaso, Turkmenistán con un régimen tan censurable como disparatado, Uzbekistán… Países y más países desfilan en el libro y todos ellos con aproximaciones distintas que dan a la lectura variedad y al lector la oportunidad de asomarse a mundos siempre diferentes.

Diría que Tren fantasma a la Estrella de Oriente ha pasado entre nosotros de manera algo desapercibida. No hubiera debido ser así porque es un libro excelente, una buena ocasión para conocer el mundo a través de un magnífico escritor y una magnífica oportunidad para disfrutar leyendo. ¿Hacen falta más argumentos para recomendar un libro? Seguro que no.

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martes, 7 de diciembre de 2010

La tragedia del Congo


La tragedia del Congo
G.W. Williams, Roger Casement, A. Conan Doyle y Mark Twain
Ediciones del Viento, 2010
419 pp

La última novela de Vargas Llosa, El sueño del celta, ha puesto de actualidad el asunto del Congo y ha desvelado a los lectores de hoy una catástrofe olvidada y de enorme magnitud...


G.W. Williams, Roger Casement, A. Conan Doyle y Mark Twain
Ediciones del Viento, 2010
419 pp.






La última novela de Vargas Llosa, El sueño del celta, ha puesto de actualidad el asunto del Congo y ha desvelado a los lectores de hoy una catástrofe olvidada y de enorme magnitud. Y por ello mismo ha dado fuelle a este libro, La tragedia del Congo, que documenta de manera precisa una parte sustancial de lo que el reciente Nobel cuenta desde la óptica mucho más libre del novelista.

Los aficionados a la literatura de viajes sabíamos de ese Congo del s.XIX por la impronta que dejó en nuestra imaginación El corazón de las tinieblas, un alegato extremadamente duro. Tan duro e incomprensible que se instalaba en el terreno de la irrealidad, de los mundos de ficción ante tanta crueldad y opresión como destilaba el texto.

El libro del que ahora hablamos es todo lo contrario en cuanto a sensaciones, aunque no en lo que se refiere a la realidad de la que habla. Es todo "luz y taquígrafos", porque los autores, salvo Mark Twain, actúan de notarios y elevan informes en los que buscan claridad. Quieren detener el horror, juntar pruebas y denunciar del modo más eficaz posible un atentado contra la humanidad que exige testigos solventes y claridad en las explicaciones. Las evidencias del desafuero son abrumadoras y el sufrimiento de la población negra inmenso.

En diez años, de 1893 a 1903 la población de Botumu paso de 500 a 80 habitantes, la de Ngombe de 500 a 40, la de Irebu de 3.000 a 60, la de Boboko de 300 a 35, la de Nwebe de 700 a 75... y así hasta agotar el nombre de pueblos y ciudades. ¿Y donde están las personas que faltan? Murieron o desaparecieron como consecuencia de la colonización.

¿Estamos ante un libro curioso sobre la rebelión de algunos intelectuales frente a un hecho que pasó a la historia? No, La tragedia del Congo es mucho más que eso. Habla de una catástrofe cuyos efectos se prolongaron a lo largo del tiempo. Se refiere a un viejo acontecimiento que presenta una viva actualidad para el lector. Cuenta cómo fue la colonización. Cómo era la vida en los países africanos cuando llegó el hombre blanco. Habla de países y de gentes de los que nos separan solo cien años. Habla, tanto como de historia, de la más pura actualidad. Escarba en las raíces que dan sentido a ese lamento o a ese reproche que afirma que "de aquellos polvos estos lodos".

Cuatro autores se reúnen en este libro para componer un sólido abanico de denuncias. Cada cual con su estilo y todos ellos de interés. El primero es G.W. Williams, militar norteamericano, negro y universitario -toda una excepción en la época- que escribe al rey Leopoldo de Bélgica después de haber visitado la colonia. Escribe a la máxima autoridad, que es al mismo tiempo el máximo instigador del atropello, su primer responsable. Lo hace sin pasión, ciñéndose a los hechos, con el respeto debido a un superior, y sin concesión alguna al apaciguamiento. Es la objetividad en estado puro y la denuncia fría y literal.

Casement, el segundo de los autores, es el protagonista de la novela de Vargas Llosa. Pero en el libro que nos ocupa es un personaje bien real. Cónsul de la Gran Bretaña escribe un extenso informe oficial sobre los desafueros de la colonización belga. Pretende acopiar datos para una intervención de su gobierno y para una movilización internacional. Destaca los horrores, habla con la gente, cita nombres, transcribe conversaciones, detalla atropellos terribles -torturas, mutilaciones, secuestros y encarcelamientos, quemas de pueblos enteros, robos- y toda clase de calamidades…

Conan Doyle vuelve sobre el tema. Pero no es una repetición de lo anterior lo que cuenta. No es una denuncia al rey causante de los estragos, ni un informe al gobierno para que intervenga. Elabora los hechos, y saca a la luz lo que ahora definiríamos como causas estructurales de este episodio de la colonización tan exageradamente perverso. Como nota curiosa, habla con respeto de quien fue la mano derecha del nefasto rey Leopoldo, el famoso explorador Stanley que entró en la nómina de colonizador para negociar con los indígenas contratos que eran en realidad expolios, dejándose sorprender, según Conan Doyle, en su buena fe.

Y por último, el libro recoge un texto de Mark Twain, que en tono de ficción recrea un soliloquio de Leopoldo, enloquecido y consternado por lo que ocurre y por la magnitud de lo que le reprochan como dueño de esa colonia -en realidad, posesión personal - que era el Congo.

Casi todo el mundo conoce la época dorada de la colonización europea de África. Pero han sido muy pocas las noticias concretas sobre cómo se desarrolló y aun menos las que documentan la magnitud de la tragedia que supuso. El caso del Congo ha pasado a la historia por ser de una crueldad extrema. Pero es el espejo que con matices refleja también la historia de una buena parte de África. A pesar de su dureza, La tragedia del Congo es un libro ameno y con el atractivo de descubrir una realidad que no nos es nada ajena. Su lectura está llena de interés y es más que recomendable.

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