Adolfo Bioy Casares
La Compañía, 2010
82 pp.
No sé si puede llamarse libro a un texto que no ocupa más que 82 páginas, que incluyen un prefacio y un posfacio -que no son del autor-, unas páginas de breve presentación y unas cuantas de fotografías -éstas sí del autor.
Digamos que se trata de un librito, pero de un librito excelente, amenísimo y suelto en el que el autor se despacha con una libertad que hace de la lectura un gozo.
No hay duda de que en el texto lo principal es Bioy Casares, pero Brasil y la forma de diario de viaje, tal como reza el título, lleva a darle cabida aquí. Está claro que en la literatura de viajes hay dos registros: el de los viajeros que viajan por viajar y el de los que van a otra cosa. El caso de Bioy Casares es el segundo. Va -se cuela en realidad- en la delegación del PEN Club de Argentina que asiste al Congreso que en 1960 tiene lugar en Río de Janeiro. Y de esta corta experiencia tan enmarcada en el mundo de la literatura y en un acontecimiento tan formal nace este libro.
Bioy es un rebelde y casi un aristócrata. Exquisito, elegante, apuesto, va por libre en la vida y esa libertad que se toma es la que le hace opinar con malicia y lucidez. Brasil le sirve para comparar con Argentina y como argentino, en lugar de cargar las tintas sobre el vecino del norte mira a su propio país y no le ahorra críticas. Ve a Brasil orientado hacia el futuro, positivo, integrador de cuanto tiene a mano para sacarle provecho. Y a su lado denuncia que Argentina se estanque en la crítica, sea prisionera del pasado y del presente y, satisfecha de sí misma, rechace perspectivas distintas que puedan ponerla en el camino del progreso.
¿Profético en su diagnóstico? Simplemente observador y despegado de lealtades inútiles. La mirada de Bioy es rica para jugar con esta mezcla de tradiciones y de trayectorias que forman Brasil y Argentina. Y al lector el relato se le antoja en numerosos puntos malicioso porque Bioy va de sobrado, como se diría ahora. Ejerce de señorito que critica sin pudor pero que no se excede, que queda en el entorno de la ironía cómplice, de una mala educación cuidadosamente administrada y que no hiere.
Al hablar de Brasilia, que visita cuando está aún en construcción, se despacha diciendo que fotografió las “casas del peor (…) Le Corbusier”. Y al hablar de los norteamericanos con los que se cruza en el hotel no se corta poniéndolos a caldo sin matices: “Los norteamericanos (…) –por la fealdad de los trajes nadie duda de que se trata de norteamericanos o de rusos- pasan sin mirarme, sin dar las gracias, como reyes de pantalones bolsudos, seguros de sus derechos. Esta seguridad no proviene de la fuerza del país, sino de la estupidez del individuo.”
Fino e irónico, amigo de Borges, seguramente intratable, Bioy está en la cumbre y juega para sí con la displicencia. Porque en realidad, este diario de viaje no estuvo hecho para publicarse. Lo guardó entre sus papeles y lo editó a su costa para obsequiarlo a los amigos años más tarde. La edición que ahora sale a la luz es casi la de un escrito personal y por consiguiente sin la contención de un texto destinado a ir a la imprenta. La portada del libro señala que se trata de una exquisitez. Lo es en efecto. Una exquisitez extraordinariamente amena, vivaz y con los reflejos de un Brasil y una Argentina que destacan bajo la luminosa mirada de un maestro de la literatura.
1 comentario:
Que rico disfrutar un viaje que nos permita dispersarnos y cambiar de rutina de vez en cuando, ya que muchas veces no sacamos tiempo para nosotros mismo porque todos días trabajamos y estudiamos a la vez, y llegan los fines de semana y lo que uno piensa es descansar en la casa porque el cuerpo no da más, es por eso que rara vez pensamos en viajar pero siempre es bueno cambiar de rutina y que mejor que visitar muchas partes del mundo, Seria genial realizar un viaje así.
Saludos
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