Paul Theroux
Alfaguara, 2010
671 pp.
Theroux es uno de los grandes de la literatura de viajes y en Tren fantasma a la Estrella de Oriente lo confirma. A cualquier aficionado a este género, la lectura del libro le resultará en extremo gratificante. Y a un lector menos inclinado al asunto de los viajes, seguro que también. En una reseña acostumbra a recomendarse la lectura de un libro al final, en el capítulo de las conclusiones. Saltándome la norma, voy a hacerlo al principio, para que quien prefiera no seguir leyendo sepa a qué atenerse.
¿Y cuál es el secreto de Theroux? Pues, probablemente que es un excelente escritor. Y ser un excelente escritor es una condición que combina el talento para manejar bien tanto el lenguaje como las ideas. Theroux juega con uno y otras con soltura y construye un libro que cuesta dejar de leer. Un libro grueso, de los que requieren tiempo desde que se empieza hasta que se llega al final. Pero importa poco, porque la lectura, como el viaje mismo, hay que hacerla paso a paso y admite el permitirse paradas para descansar o para reflexionar a lo largo del recorrido.
Theroux hace en Tren fantasma a la Estrella de Oriente un ‘remake’. Regresa al camino que recorrió treinta años atrás cuando escribió En el Gallo de Hierro. Pero lo que podría ser una repetición ampliada resulta un libro totalmente nuevo porque ha cambiado el autor y también el mundo. En El Gallo de Hierro había un Theroux joven, tenso y poco predispuesto a disfrutar, según el mismo reconoce. Ahora el autor emprende el viaje con sosiego, con mirada más tranquila y con más experiencia también. Se reconoce más de acuerdo consigo mismo, más próximo y seguramente más en paz con cuanto le rodea.
Su itinerario arranca de Londres y no terminará hasta regresar a casa después de alcanzar Japón y de tomar de vuelta el Transiberiano. Viaja sobre todo en tren, pero también en autobús y en coche y en avión cuando no hay más remedio y a medida que avanza en su camino nos va contando, un poco de todo. Nos ofrece un relato que tiene que ser necesariamente variado porque los lugares por los que transita lo son y de un extremo de Europa al otro extremo de Asia el abanico de escenarios es enorme.
Pero además porque ese Theroux que se viste de simple viajero no es un personaje cualquiera. Primero, además de escritor de viajes, es un novelista singular y su escritura posee una extraordinaria habilidad para componer situaciones y escenas que ponen al lector en contacto directo con aquello de lo que habla y le transmiten sensaciones tanto como informaciones. Segundo, porque siendo un personaje famoso tiene acceso a personas o a lugares que no estarían al alcance de cualquier escritor. El encuentro con Pamuk, por ejemplo, en Turquía, es del mayor interés. Tercero, porque posee una mirada amplia y buen conocimiento de la historia y de los asuntos de actualidad y goza de esta habilidad del viajero curioso que le lleva a preguntar a la gente y a introducirse en lugares recónditos para extraer de ellos información y también opinión que da color a su relato.
París con manifestaciones en la calle, primero, Budapest y luego una Rumanía decrépita, Turquía sorprendentemente viva y contradictoria, Georgia atenazada por el pasado a pesar del espejismo modernizante de la capital, Azerbayán encajado entre países poco amigos en ese espacio difícil que es el Cáucaso, Turkmenistán con un régimen tan censurable como disparatado, Uzbekistán… Países y más países desfilan en el libro y todos ellos con aproximaciones distintas que dan a la lectura variedad y al lector la oportunidad de asomarse a mundos siempre diferentes.
Diría que Tren fantasma a la Estrella de Oriente ha pasado entre nosotros de manera algo desapercibida. No hubiera debido ser así porque es un libro excelente, una buena ocasión para conocer el mundo a través de un magnífico escritor y una magnífica oportunidad para disfrutar leyendo. ¿Hacen falta más argumentos para recomendar un libro? Seguro que no.
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