Daniel Katz
Libros del Asteroide, 2011
237 pp.
Existen tantos 'centros del mundo' como lugares donde han nacido personas dispuestas a hablar de la vida y de la tierra que las rodea. Para quienes hacen literatura, incluso lugares tan inhóspitos como Finlandia -cuando lo de vivir en los países nórdicos era un martirio más que una medalla- podían convertirse en universos donde reflejar con buen humor el mundo y el transcurrir de la vida, envuelta en recuerdos y tradiciones, como si no existiera un más allá.
El de Finlandia era un mundo pequeño, pero no tan pequeño. Era pequeño, por lo que tenía de ‘local’. Pero Finlandia mantenía contactos con Alemania, por ejemplo, que caía lejos pero no tanto, o con Austria, cuyas guerras acababan por arrastrarla, o con Rusia de la que era un ducado y con la que tenía una relación más que contradictoria.
La historia es lo que al fin y al cabo hacía de Finlandia lo que era y lo que, a trancas y a barrancas, discurre en el relato de Mi abuelo llegó esquiando.
A trancas y a barrancas, digo, porque el relato de Mi abuelo llegó esquiando dispone de una lógica tan libre, y sus anécdotas están tan traídas por los pelos, que a pesar de que los acontecimientos que narra ocurrieron de verdad y figuran en los libros serios, la microhistoria que inserta en ellos los confunde y los acaba moldeando con ortodoxia bastante dudosa.
Insisto en lo de la historia, porque a ella se refiere la contraportada del libro. Y porque es verdad que todo ocurre bajo el reflujo de la guerra ruso-japonesa, de la primera Guerra Mundial y de la Segunda, por no hablar de otras intermedias y que por poco conocidas quedan en la penumbra. Pero la historia es cosa seria y a poco que se piense en ella son más las lágrimas que las sonrisas las que asoman, se mire por donde se mire.
Y es aquí donde sorprende agradablemente Mi abuelo llegó esquiando. Porque desde la primera página arranca con humor y lo mantiene brillantemente hasta el final. Mal que nos pese, la historia cuando busca lo trascendental en lo dramático es más historia, que cuando se sube a las ramas del humor y desde ellas se pone a contar lo mismo que contaría la historia seria, pero con muchas menos restricciones.
Daniel Katz el autor, finlandés, colmado de premios, es judío, lo mismo que los personajes del libro. Y porque es judío tiene recursos para hacer humor, desde dentro, sobre esta condición que tiñe con colores específicos a quienes pertenecen a ella y que se presta a hacer broma de sus manías y sus particularidades.
El libro de Daniel Katz sitúa al lector en la Europa nórdica, pero flota sobre ella. Encadena historias que por lo disparatadas, parecen tener poco que ver con la realidad. Pero el largo camino que recorre –historias del abuelo, de los tiempos del padre, del narrador mismo- se desliza por el tiempo y poco a poco construye un relato que va perfilando los rasgos del país, de Finlandia, y los de su carácter.
No es habitual la literatura con alta intensidad de humor. Mi abuelo llegó esquiando está en este género. Aunque sólo sea porque ofrece un buen rato de lectura de lo más fresco y jocoso habría que recomendarlo. Si además nos habla de un país y de una parte de Europa que por lo lejana conocemos mal y se le reconoce el mérito de ser una obra literaria excelente, habría que concluir que es de lectura casi obligada.
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