lunes, 4 de mayo de 2009

Bajo el sol. Argelia 1881: de Argel al Sáhara



Guy de Maupassant
Marbot, 2009
222 pp.




Un libro de viajes por África, escrito en el s. XIX, pero no de un explorador o de un aventurero, sino de un escritor. Guy de Maupassant decide viajar al sur, a las colonias francesas, a Argelia, atraído por la llamada del exotismo. Siente tanto la necesidad de alejarse de la rutina de la vida en Francia como el deseo de dejarse envolver por ese mundo evocador y caluroso que empieza en la orilla sur del Mediterráneo. Y nos cuenta una experiencia donde se mezclan escenas y comentarios que apuntan a direcciones muy diversas y que hoy siguen leyéndose con interés.

La Argelia de la que habla Maupassant es en primer lugar la de la colonia. Es a sus ojos –y a los ojos de la gente de su tiempo- una extensión de Francia donde conviven franceses y ‘árabes’, comerciantes, emigrados, funcionarios, militares, campesinos, nómadas… en un entorno donde se mezclan ciudades de aire mediterráneo, aldeas del desierto, vergeles e inmensidades de tierra cubiertas de arena.

La curiosidad de Maupassant, su sensibilidad y su mirada cultivada lo lleva a mostrar opiniones propias y frecuentemente contradictorias con algunas de las cuales hoy podríamos coincidir y otras que no pasarían ni de lejos el filtro de lo políticamente correcto. Ser hijo de la Francia metropolitana y del siglo XIX tiene necesariamente que reflejarse en puntos de vista muy marcados cuando se hace referencia a asuntos que tuvieron que ver con las colonias.

Maupassant ve y nos cuenta los paisajes y las ciudades, los caminos y los pueblos que descubre en sus andanzas. Y lo hace con detalle, en un momento en que viajar era menos fácil que ahora. El calor insoportable, las estrellas, las casas, las enormes distancias, los campos… Pero nos cuenta también de las gentes y de sus costumbres con el mismo detalle para destacar las particularidades que le llaman la atención y que con frecuencia las separan del mundo ‘civilizado’.

Se sorprende del fanatismo. Dice, al referirse al rezo en las mezquitas, que ‘una fe salvaje planea, llena a esas gentes, los hace inclinarse y levantarse como títeres; es una fe muda y tiránica que invade los cuerpos, inmoviliza los rostros, oprime los corazones’.

Por otro lado, la imagen, teñida de fundamentalismo virtuoso, que tenemos hoy de los países musulmanes choca con el relato que en ocasiones hace Maupassant: ‘las casas de placer clandestinas, llenas de rumores, son tan numerosas que no es posible andar cinco minutos sin topar con dos o tres’. Y cuenta de las tribus del desierto tradicionalmente dedicadas, como algo de lo más natural, a suministrar mujeres a los prostíbulos, donde amasan un pequeño caudal con el que regresan a la tribu para casarse y vivir en familia.

La precariedad del poder de Francia sobre la colonia se pone de relieve a través del viaje por un territorio extenso y muchas veces hostil por los excesos del clima y la inmensidad del territorio. Maupassant sale de la región suave a orillas del mar y se interna tierra adentro. No parece que la pereza o la dificultad lo desanimen. En tren unas veces, o a caballo acompañando a alguna expedición militar otras, pasa del desierto a los oasis, de las tiendas de los nómadas a los pequeños pueblos recorriendo caminos interminables que le permiten conocer el país. 

La insurrección de alguna parte de la población contra Francia está siempre latente y los cabecillas campan por el desierto y se emboscan en gargantas de ríos secos, en matorrales y dunas para desesperación del ejército cuyos oficiales convierten su incapacidad de conocer y adaptarse al lugar en incompetencia para dominar a su escurridizo enemigo.

Hay entre los franceses desplazados a Argelia funcionarios amables y militares incapaces, campesinos arruinados, comerciantes esforzados, hombres de bien y escoria. Y hay, entre los argelinos, igualmente, personajes respetables y sujetos carroñeros. Y también locos y asesinos. Con crudeza, Maupassant expone cómo los locos del desierto pueden convertirse en santos, bajo el aura de su inexplicable estupidez, o morir abandonados, rechazados por sus familias . Es llamativa la forma como –según Maupassant- se aplica la justicia por medio de caids –jueces tradicionales- corruptos en una sociedad que ha asimilado que la mentira es una forma corriente y aceptada de desenvolverse en cualquier pleito. 

Maupassant no parece hostil a la población autóctona, pero seguramente con los ojos de su tiempo, tampoco puede evitar una condena sin matices de las formas de vida de una sociedad atrasada cuyos criterios no comparte. Ve a los nómadas como ‘un pueblo extraño, infantil, que sigue siendo primitivo como en el origen de las razas. Sus casas no son más que ropas tensadas… No hay camas, ni sábanas, ni mesas… Apenas saben curtir las pieles de macho cabrío para poner el agua, y los procesos  que emplean en cualquier circunstancia son tan toscos que nos dejan estupefactos.’

Se queja Maupassant de una sociedad tan conservadora que considera que todo trabajo es deshonroso y que desprecia a los ‘mozabitos’, los pequeños comerciantes, cuyo trajín y espíritu industrioso los lleva de un lugar a otro en una actividad próspera y elogiable.

El viaje de Maupassant nos lleva, como indica el título del libro, de Argel al Sáhara y se extiende aún a Córcega. El trayecto es largo y los ojos del autor abarcan un horizonte tan extenso como sugerente. Es de la Argelia de su tiempo de la que nos habla, aunque da la impresión de que muchas de las cosas  que relata resuenan todavía hoy en los oídos de quienes quieren acercarse al país y conocerlo. Y por supuesto habla también de una forma de ver a los otros pueblos que condicionó la  mirada de los europeos de la época en que se escribió el libro. 

Bajo el sol es un libro atractivo, lleno de temas, anécdotas, episodios e historias. Es una excelente aproximación a esa Argelia que más de cien años después sigue manteniendo muchas de las tradiciones, cultura y caracteres heredados del pasado.

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