Wojciech Jagielski
Debate, 2009
413 pp.
Hay otros mundos además de éste. La globalización parecía habernos enseñado que nuestro planeta había acabado siendo igual por todas partes porque se habían extinguido las diferencias que antes distinguían un lugar de otro. Pues no. Al margen de este mundo globalizado, al menos hay otro mundo y está en el Cáucaso.
La verdad es que lo conocíamos a través de los periódicos, pero las noticias se difuminan cuando pierden rabiosa actualidad y parece que la realidad se oculta. La mini-guerra que tuvo lugar en Georgia hace sólo unos meses y la tragedia que se vivió en Chechenia hace algo más nos pusieron sobre la pista de situaciones complicadas en una región de la que sabemos poco.
Un espacio montañoso, arbolado a veces como si fuera Suiza, con numerosos pueblos relativamente aislados, con culturas y tradiciones propias, asentados en el lugar desde tiempos inmemoriales, situados en un rincón apartado del mundo, podría hacer pensar en un territorio idílico. Y sin embargo no es así.
Wojciech Jagielski se ocupa de proyectar luz sobre el Cáucaso y lo hace con ojos de periodista que ha recorrido la zona durante años y conoce bien de lo que habla. Su condición de polaco lo ayudó sin duda cuando la región dependía todavía de la Unión Soviética y el comunismo hermanaba a quienes procedían de países situados en a órbita de Moscú. La estela de Kapuscinski, convertido en maestro del género, parece que orientó igualmente su camino.
Un buen lugar para morir se lee casi de un tirón. Preside todo el libro la experiencia personal del autor que relata de primera mano lo que ha vivido día a día y lo que ha aprendido en sus andanzas como reportero de medios de comunicación europeos. Personajes de lo más diverso –autoridades, funcionarios, políticos, soldados, guerrilleros, negociantes, tenderos, amigos, chóferes, gentes encontradas al azar- se asoman al libro y a través suyo permiten mostrar la realidad. Una realidad singular y dramática, tratándose del Cáucaso.
Pero el dramatismo lo pone el lector ante los acontecimientos que se le desvelan y que dibujan la situación de unos pueblos históricamente condenados al conflicto. Porque Wojciech Jagielski es todo menos dramático o melancólico. Al contrario, él mismo es un superviviente de ese mundo que pasa de la crisis a la guerra y de la guerra a la crisis en un bucle al que no se ve salida y que afronta con guiños de humor y con la distancia que necesitan los que están envueltos en la situación para hacerla soportable.
Más que resignación ante la tragedia, lo que hay es sentido común frente a un disparate histórico que tiene rehenes a todos los pueblos que componen la región. Cuenta Wojciech Jagielski, para situarnos, que para los pueblos del Cáucaso, los agravios de muchos siglos atrás se mantienen vivos como si fueran de hoy. Y explica los motivos -algunos de los motivos, al menos- para que sea así. El Cáucaso, puente entre Europa y Asia ha sido el lugar de paso de invasores que lo han arrasado una y otra vez. Y ha sido la frontera disputada entre potencias (Irán, Rusia, Turquía…) que en diversas épocas se establecieron en su periferia. Siempre ha vivido bajo la bota de alguno de sus grandes vecinos, de manera que sus diversos pueblos nunca pudieron ajustar las cuentas que se traían entre ellos. Y que estos ajustes, guardados en la memoria secular como pendientes, afloraban siempre que las potencias dominantes por debilidad o descuido perdían el control y su capacidad de imponer el orden.
La caída de la Unión Soviética significó una pérdida de poder de la potencia ocupante y por ello mismo una bocanada de aire para reactivar los conflictos no resueltos entre etnias, naciones y pueblos vecinos.
La mayor parte del libro se dedica al país que más presencia tiene en los periódicos en la actualidad: a Georgia. Aspectos jocosos ilustran acontecimientos gravísimos y dan también medida de los hechos. La oposición amotinada decide tomar las armas y atacar con fuego de mortero el edificio del parlamento. Pero la ineptitud de los sublevados es tal que tratando de hallar un buen ángulo de tiro disparan tan alto que acaban por darle al farol que tienen sobre sus cabezas con el resultado que el lector puede imaginar.
Pero hay episodios más serios como la dramática huída del presidente Shevarnadze de Sujumi, la capital de Abjacia donde ha ido a restablecer la paz, perseguido literalmente a tiros por la guerrilla independentista apoyada por Rusia. O la ocupación de esta misma ciudad por los ‘voluntarios’ en su mayoría chechenos a quienes, como compensación, se concede tiempo para saquearla antes de que el ejército separatista entre en ella y restablezca una administración.
“Desde hace algunos años, las naciones del Cáucaso y de Asia Central sufren permanentemente el azote de la guerra. En cualquier punto entre el Mar Negro y el Pamir se oyen disparos. Anatolia, Abjasia, Georgia, Alto Karabaj, Armenia, Azerbaiyán, Tayikistán, Afganistán, Cachemira…” En este mar de guerras no hay posibilidad de establecer la paz. Tal como reconoce Vazén I, el ‘papa’ de la iglesia Armenia, “Se ha derramado demasiada sangre. El dolor y la desesperación oscurecen la mirada de la gente, hacen ver al prójimo como odioso enemigo al que no basta con vencer, sino que debe ser aniquilado, exterminado. Es como una locura, una obsesión. La gente quiere escapar de todo esto pero a veces resulta demasiado tarde. A menudo, ya no son capaces.”
Un buen lugar para morir resume la situación. Deja, como es lógico, muchos ángulos sin tocar. Pero da las claves para empezar a comprender las interioridades de un haz de conflictos enraizado en ese espacio que une Europa y Asia y para acercarnos, a través de la vida de numerosos protagonistas, a una realidad cotidiana que marca el carácter de una zona crucial en el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario