Texto: Isabel Segura
Fotografías: Pilar Aymerich
Meteora, 2008
141 pp.
Fotografías: Pilar Aymerich
Meteora, 2008
141 pp.
Viajeras a La Habana no es un libro al uso. Texto y fotografía se acompañan con eficacia singular y el resultado es una combinación espléndida. He de confesar que mi primera aproximación al libro fue con actitud precavida. A veces, los libros de gran formato –éste lo es por el tamaño y la encuadernación aunque el número de páginas, 140, sea mucho más discreto- apuestan más por la estética que por el contenido y el texto, en ocasiones notable, no pasa de ser un acompañamiento menor por aquello de que un libro debe dejar algún espacio a la palabra.
Viajeras a La Habana sorprende por la calidad del texto. O al menos a mí me sorprendió. Y sorprende por el resultado para mi imprevisto que consigue dar relieve a las palabras y mostrar a las mujeres que hablan y de las que se habla, a La Habana de otros tiempos y a la de hoy, a los sentimientos y la vida en un conjunto de apasionante riqueza.
Por Viajeras a La Habana pasa la Cuba colonial a través de la voz y de la persona de la infanta Eulalia de Borbón. Para quienes no conozcan al personaje –y éste era mi caso- es muy posible que el título les predisponga negativamente hacia cuanto pueda contar. De aquí la sorpresa de encontrar a una mujer de carácter sólido y a una escritora valiosa. La infanta habla del viaje a Cuba y de sus sentimientos, pero habla también de política y del convencimiento de que la Corona ha abandonado a los cubanos hasta el punto de que el desafecto de éstos por la metrópolis está lleno de justificación.
Eulalia de Borbón y el resto de mujeres que hablan de La Habana después de haber quedado prendidas por la ciudad, lo hacen en un juego constante con la autora del libro. Isabel Segura administra con maestría la voz de sus invitadas y la suya propia. Las deja hablar, pero habla ella misma. Deja que susciten temas y situaciones que hila a continuación desarrollándolas en el escenario que ellas proponen o trayéndolas al presente. Y así, Viajeras a La Habana no reside sólo en el pasado sino que alcanza el presente y nos habla también de hoy. Desvelar esa Habana que sedujo a quienes a lo largo del tiempo se encontraron con ella permite, con la presencia de la autora, desvelar también la Habana de hoy, sorprendente, añorada y querida.
El libro detiene la mirada en los teatros que fueron objeto de admiración por su opulencia, en el Centro Gallego y el Centro Asturiano como expresión de la sociedad de su momento, en los barrios, en las playas, en la arquitectura … También en la rumba y en la práctica de las religiones.
Pero esta mirada tiene siempre una profundidad que alcanza al sentimiento. El texto de Isabel Segura, entre cita y cita, entre recuerdo y recuerdo se desliza, sin avisar, hacia un mundo de sensaciones. Y es este mundo de sensaciones el que recrea La Habana.
Del moderno Palacio de Convenciones le interesa señalar que los árboles crecen en su interior. “No es que el paisaje entre, es que ya estaba. No es una palmera muriéndose en alguna de las terminales de nuestros aeropuertos. Es la vegetación que ya estaba allí y la construcción se incorporó a ella. [En el Palacio de Congresos] la lluvia la ves, la oyes, la hueles, y en algunas partes del edificio, si lo deseas, la sientes, te mojas”.
No todo el libro es igual. Cada mujer determina una escena. Además de Eulalia de Borbón, aparece Zenobia Campubí, la mujer de Juan Ramón Jiménez, con sus apuros económicos, la guerra civil como telón de fondo, melancólica y menos poética que la infanta. Aparece también María Zambrano, más fría, fuerte intelectualmente, reservada… Y cierra el libro María Teresa León, que acompaña a Alberti en momentos tan apasionantes como son los inicios de la revolución.
Isabel Segura habla de La Habana en los espacios que dejan al descubierto los sentimientos de estas mujeres que la acompañan. Son ellas, pero es La Habana la que aparece en todo momento desde su forma de ver y de vivir. Y son ellas también quienes muestran como son hablando de cómo ven y viven la ciudad que las enamora.
Más que una corta referencia merecen las fotografías de Pilar Aymerich, hechas ex profeso para el libro. Son una colección espléndida que da vida al texto con imágenes de la ciudad: de una ciudad que es sobre todo sus gentes.
Eulalia de Borbón, con quien empieza el libro, se despide de la Habana casi como se despide el lector después de haber paseado por sus calles y de haber recorrido los rincones y registros de su rica personalidad:
“ He llenado mis ojos una vez más con la visión del Morro… de las casas azules, blancas y amarillas, que parece estén acurrucadas bajo el peso del sol. Ahora que el cielo, enrojecido en Occidente por el sol de poniente, se ensombrece hacia el Este, ahora que las riberas de Cuba se han desvanecido en la lejanía, te escribo para decirte todo lo que me aflige el sentimiento de haber abandonado esta isla hechicera. Al partir, mi corazón se ha apretado como si nunca más tuviera que volver a pisar esta tierra tan fecunda, este país encantador donde los sentimientos son tan vivaces como las plantas de los árboles… Me ha parecido que dejaba atrás de mi algo de mi misma.”
Viajeras a La Habana sorprende por la calidad del texto. O al menos a mí me sorprendió. Y sorprende por el resultado para mi imprevisto que consigue dar relieve a las palabras y mostrar a las mujeres que hablan y de las que se habla, a La Habana de otros tiempos y a la de hoy, a los sentimientos y la vida en un conjunto de apasionante riqueza.
Por Viajeras a La Habana pasa la Cuba colonial a través de la voz y de la persona de la infanta Eulalia de Borbón. Para quienes no conozcan al personaje –y éste era mi caso- es muy posible que el título les predisponga negativamente hacia cuanto pueda contar. De aquí la sorpresa de encontrar a una mujer de carácter sólido y a una escritora valiosa. La infanta habla del viaje a Cuba y de sus sentimientos, pero habla también de política y del convencimiento de que la Corona ha abandonado a los cubanos hasta el punto de que el desafecto de éstos por la metrópolis está lleno de justificación.
Eulalia de Borbón y el resto de mujeres que hablan de La Habana después de haber quedado prendidas por la ciudad, lo hacen en un juego constante con la autora del libro. Isabel Segura administra con maestría la voz de sus invitadas y la suya propia. Las deja hablar, pero habla ella misma. Deja que susciten temas y situaciones que hila a continuación desarrollándolas en el escenario que ellas proponen o trayéndolas al presente. Y así, Viajeras a La Habana no reside sólo en el pasado sino que alcanza el presente y nos habla también de hoy. Desvelar esa Habana que sedujo a quienes a lo largo del tiempo se encontraron con ella permite, con la presencia de la autora, desvelar también la Habana de hoy, sorprendente, añorada y querida.
El libro detiene la mirada en los teatros que fueron objeto de admiración por su opulencia, en el Centro Gallego y el Centro Asturiano como expresión de la sociedad de su momento, en los barrios, en las playas, en la arquitectura … También en la rumba y en la práctica de las religiones.
Pero esta mirada tiene siempre una profundidad que alcanza al sentimiento. El texto de Isabel Segura, entre cita y cita, entre recuerdo y recuerdo se desliza, sin avisar, hacia un mundo de sensaciones. Y es este mundo de sensaciones el que recrea La Habana.
Del moderno Palacio de Convenciones le interesa señalar que los árboles crecen en su interior. “No es que el paisaje entre, es que ya estaba. No es una palmera muriéndose en alguna de las terminales de nuestros aeropuertos. Es la vegetación que ya estaba allí y la construcción se incorporó a ella. [En el Palacio de Congresos] la lluvia la ves, la oyes, la hueles, y en algunas partes del edificio, si lo deseas, la sientes, te mojas”.
No todo el libro es igual. Cada mujer determina una escena. Además de Eulalia de Borbón, aparece Zenobia Campubí, la mujer de Juan Ramón Jiménez, con sus apuros económicos, la guerra civil como telón de fondo, melancólica y menos poética que la infanta. Aparece también María Zambrano, más fría, fuerte intelectualmente, reservada… Y cierra el libro María Teresa León, que acompaña a Alberti en momentos tan apasionantes como son los inicios de la revolución.
Isabel Segura habla de La Habana en los espacios que dejan al descubierto los sentimientos de estas mujeres que la acompañan. Son ellas, pero es La Habana la que aparece en todo momento desde su forma de ver y de vivir. Y son ellas también quienes muestran como son hablando de cómo ven y viven la ciudad que las enamora.
Más que una corta referencia merecen las fotografías de Pilar Aymerich, hechas ex profeso para el libro. Son una colección espléndida que da vida al texto con imágenes de la ciudad: de una ciudad que es sobre todo sus gentes.
Eulalia de Borbón, con quien empieza el libro, se despide de la Habana casi como se despide el lector después de haber paseado por sus calles y de haber recorrido los rincones y registros de su rica personalidad:
“ He llenado mis ojos una vez más con la visión del Morro… de las casas azules, blancas y amarillas, que parece estén acurrucadas bajo el peso del sol. Ahora que el cielo, enrojecido en Occidente por el sol de poniente, se ensombrece hacia el Este, ahora que las riberas de Cuba se han desvanecido en la lejanía, te escribo para decirte todo lo que me aflige el sentimiento de haber abandonado esta isla hechicera. Al partir, mi corazón se ha apretado como si nunca más tuviera que volver a pisar esta tierra tan fecunda, este país encantador donde los sentimientos son tan vivaces como las plantas de los árboles… Me ha parecido que dejaba atrás de mi algo de mi misma.”
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