John Lanchester
Anagrama, 2013
608 pp.
Londres. ¿Cómo es hoy Londres, cómo es su gente, qué les mueve todas las mañanas al levantarse, cómo son sus vecinos, en qué piensan? Hay un montón de novelas que, cada una a su manera, podrían dar respuesta a estas preguntas. Novelas ambientadas en la ciudad y en una época para ofrecer un fresco de la vida de sus habitantes, de sus preocupaciones y de su particular manera de ser. Y Capital podría ser una más entre todas ellas. Una más, aunque hay que decir que muy especial y singularmente amena.
Capital es una caricatura del Londres de hoy. De un Londres que podría ser cualquier otra capital, al menos en algunos aspectos, porque la globalización nos ha hecho a todos sino iguales muy parecidos. Las caricaturas, las buenas caricaturas, si son ácidas mucho mejor. Y Capital lo es. Y si el lector conoce las claves para sacarles el jugo a las distorsiones con las que el autor redibuja la realidad para exagerarla, mejor todavía. Y el lector dispone de ellas porque si de algo sirve la globalización es para que nos parezcamos cada vez más los unos a los otros.
Una calle en un barrio cualquiera de Londres sirve de escenario al arranque de la novela. Una calle que ha ido a más y que por ello reúne a vecinos de extracciones muy distintas: una viuda anciana que ha vivido allí toda la vida, un ‘broker’ envuelto en los tejemanejes del dinero en la city, una estrella en potencia del fútbol llegado de un país africano con un contrato millonario, el tendero de la esquina, musulmán y con una corte de parientes…
John Lanchester, el autor, es un virtuoso de sacarle punta a las situaciones y de ir extendiendo la trama como se extiende la mala hierba, lenta pero inexorablemente. Poco a poco, la pequeña colección de personajes con los que arranca la novela se va ampliando y da entrada a otros nuevos que van complicando el argumento, o mejor los argumentos porque hay muchos. Y sin que el lector se de cuenta crean lo que es el ‘suelo’ sobre el que se apoya la novela: el caos.
Pero no. No es un caos espectacular y explícito. Es un caos interno, subterráneo, esencial que conduce la realidad al absurdo y que crea en el lector la sensación de que va a ser inmanejable. Es decir, como la realidad misma. Caos en la entrega de los pedidos por Internet, caos en el metro, caos en el despertar del tendero, caos en la vida de nuestro futbolista arrancado de un pueblo de África por un club de primera división de Londres, caos en las cuentas del broker con un nivel de vida tan estratosférico como insostenible.
La visión de John Lanchester es cínica y coloca al lector ante acontecimientos que conoce por los periódicos o por su propia experiencia. Lo coloca ante estas situaciones que forman todas juntas los polvos de los que acaban por salir estos lodos que componen el paisaje de todos los días. Con habilidad y con un humor que está siempre presente en el libro, Lanchester extiende hasta el dominio de la moral el caos que parece gobernar el mundo físico y la sociedad. Otra vez un caos sutil, digamos incierto, confuso mas bien, pero suficiente para dibujar una realidad perversa donde no se sabe dónde están los ‘buenos’ y todos quedan marcados por el ridículo de llevar en su interior mucho de lo que hace malos a los ‘malos’.
La sociedad desaforadamente opulenta de la que venimos está en el origen de este Londres jocosamente desquiciado que encontramos hoy. ‘Había algo básicamente fallido –dice Lanchester- en una cultura que disponía de tanto trabajo y tanta riqueza sobrante, (…) casi como si el dinero cayera del cielo”. Una cultura que ha creado a este monstruo a mitad divertido y a mitad despiadado que son estas sociedades que nos dan cobijo.
Marx escribió el más exhaustivo análisis crítico del capitalismo de su época y lo llamó El Capital. Lanchester, con toda la socarronería, ha jugado con la ambigüedad de la capitalidad que enaltece a Londres y de un análisis igualmente radical del sistema de valores y de la economía que tortura a la gran ciudad. Quien quiera asomarse a la catástrofe con una sonrisa y alguna que otra carcajada tiene ahora la mejor ocasión para hacerlo.
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