Sergio Álvarez
Alfaguara, 2013
505 pp.
Parece que hay acuerdo sobre el hecho de que el humor es subversivo. Trastoca las normas, modifica la lógica y entre disparates y bromas presenta lo más duro de la realidad sin pelos en la lengua, de forma lúcida aunque distinta de cómo se haría desde el terreno de la seriedad.
35 muertos discurre en esta línea, sin ser ni mucho menos una obra de humor. Está más cerca de la novela picaresca que ahonda sobre asuntos dramáticos, aunque los saca del dominio de la resignación y del lloro y los pone del lado de la vida. ¿Qué es el humor sino eso, aunque se trate de un humor de baja intensidad, deliberadamente contenido, administrado con sordina para que el lector no pierda el vértigo que produce la maldad o el trágico desamparo derivado de un mundo inestable, peligroso y pervertido?
Colombia es uno de estos mundos cuando se habla de los años –nada lejanos- de esa guerra civil que implicó a traficantes, militares, guerrilleros, políticos, negociantes y simples ciudadanos que tuvieron que nadar en las aguas revueltas de los atentados, los secuestros, toda clase de delincuencia y el quehacer cotidiano. Y Colombia es el escenario donde se desarrolla este 35 muertos cuyo título indica ya que la cosa no va de aroma de rosas sino todo lo contrario. Muchos son 35 muertos para que todos vengan por el mismo camino, para que el origen sea uno solo y no un amplio espectro de podredumbre que afecta al país entero.
Pero la gravedad de este trasfondo no debiera inducir al lector a pensar que la lectura lo enfrentará al sufrimiento que nace del caos y del dominio del mal. Nada de eso. Ha quedado claro que 35 muertos va de otra cosa y que lo que desde fuera se parece al caos, desde dentro tiene un sentido distinto. Forma parte de la vida donde los individuos deben espabilar si quieren sacar sus castañas del fuego.
Como en el Lazarillo, la novela de Sergio Álvarez sigue sobre todo el rastro del personaje principal desde que es niño, acosado por diversos accidentes que le procura su entorno. Colombia en esos años es un buen semillero de acontecimientos adversos lo mismo que de oportunidades perversas a las que nuestro héroe se agarra para navegar en la corriente que lo envuelve y arrastra.
Todo en 35 muertos tiene un aire de caricatura y todo tiene su punto de absurdo. Todo tiene además el tinte de la desconfianza que nace de comprobar una y otra vez que nada bueno es duradero porque algún cataclismo del destino arruina lo que hubiera podido ser un espacio de tranquilidad donde rehacer la vida. Nada dura, cualquier instante de felicidad acaba por abrir una nueva escena donde todo vuelve a estar patas arriba y obliga otra vez a encontrar una vía de escape para sobrevivir.
Una sucesión de estas escenas va componiendo la novela y renovando el interés porque cada una es distinta y cada una es un reflejo de esta Colombia desencajada que, vista desde el lado del humor, es puro disparate. La relación del héroe de la novela con su exuberante tía, su activismo político cuando sólo es un chaval, su vida de pandillero y de ladrón, el paso por la universidad, el paso por la guerrilla y por las filas del ejército, la actividad de titiritero, el embrollo de los atentados, la vida en un ashram… van dando color al relato y certifican que el autor tiene imaginación, habilidad provocadora y humor soterrado a gran escala. Sólo las escenas del asalto guerrillero al palacio de justicia y de la intervención del ejército a continuación muestran la capacidad de despropósito de Sergio Álvarez para tratar una realidad desquiciada y justifican la lectura del libro entero. Por no hablar de las escenas de sexo, peliagudas todas ellas y contadas con tan poco rubor que el lector acaba sorprendido y regocijado por el atrevimiento del autor también en este dominio.
Colombia, con todos sus demonios, aparece en este retablo pesimista, moral a su manera y al mismo tiempo vital. Todas las contradicciones servidas a un tiempo para componer una narración llena de interés, de sorpresas y de guiños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario