Deon Meyer
RBA, 2012
436 pp.
Como una película -una película de acción- arranca Safari sangriento. Sin introducciones ni prolegómenos innecesarios, el lector se encuentra ante un aparente intento de asesinato, con encapuchados y maneras de hacer profesionales, que encienden todas las alarmas y lo ponen en el ánimo de empezar a leer a toda prisa. Todo, nada más abrir el libro.
Una cierta dosis de intriga, un poco de emoción, son bien venidas también en la literatura de viajes para sacarla de su tono habitual, sensible a la cultura, al exotismo y a las reflexiones propias del viajero. Pero aquí la dosis es más elevada y pone de relieve que la novela que el lector tiene entre manos más que literatura de viajes es un auténtico thriller ambientado en Sudáfrica y envuelto en los problemas y en la particular situación de este país a caballo entre Europa y el África profunda.
La historia que cuenta Deon Meyer no da tregua al lector. Los sucesos que ocurren parecen exagerados y construidos para mantener en vilo su curiosidad. Parecen puro artificio. Pero Sudáfrica se va haciendo visible y la aventura a veces frenética de los personajes va cobrando realidad. El protagonista, un guardaespaldas, sigue el perfil de los detectives propios de las novelas negras más clásicas. Podría haber sido un personaje de Chandler. Y como tal, descreído, asocial y por ello distante, observa con ojos críticos el mundo que lo rodea.
Desprecia los caprichos de los sudafricanos ricos, que hicieron el dinero en poco tiempo y están cargados de vanidad. Critica el mal gusto de sus casas, los gestos que utilizan para aparentar, la imagen previsible y ridícula que forma parte de la élite de los triunfadores del país. Es una caricatura de la Sudáfrica blanca y urbana, saludable y espléndida a primera vista, pero oscura por su pasado violento, inculta por sus raíces y dividida por la vieja desconfianza entre ingleses y holandeses que sigue anidando en las conciencias.
Pero el rumbo de la aventura que despliega Deon Meyer obliga a salir de la ciudad para localizarse en un área tan aparentemente plácida como la de las inmediaciones del famoso parque Kruger. La Sudáfrica moderna, conservacionista, dispuesta para el turismo a base de lodges perfectamente organizados al gusto de los turistas americanos ricos no puede ocultar los reflejos de la violencia sobre la que se construyó el país. Las reservas naturales, convertidas en oasis de civilización en la salvaje y cruel sabana son también el campo de batalla de unas guerras que sirvieron para construir la Sudáfrica de hoy y que siguen coleando todavía.
En forma de novela, Deon Meyer saca a la luz el radicalismo de los antiguos bóeres aferrados a la tierra y a su raza, destapa el conflicto entre los funcionarios negros de provincias y la capital, recuerda el precio que pagaron las comunidades indígenas, expoliadas no hace tanto y marginadas todavía ahora. Y habla de los pozos negros del estado, instalados en la corrupción y generadores de acciones inconfesables que acaban por salir a la luz aunque sea en forma de novela porque hay temas tan oscuros que solamente a través de la ficción pueden asomar a la realidad.
Safari sangriento es un libro de éxito, apasionante, de los que es difícil dejar a medias. Posee todo el atractivo de una intriga que mantiene en vilo la curiosidad del lector hasta el final. Pero muy especialmente tiene también el interés de mostrar algo de la Sudáfrica moderna que no acostumbra a aparecer en los libros. Entre policías, asesinos a sueldo y guardas forestales pone el foco en ese ángulo ciego de la corrupción y de la violencia organizada y también en el de las conflictivas divisiones entre las distintas comunidades que componen la población, que perviven todavía de manera explícita o latente y que forman parte viva de la realidad del país.
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