J.M.G. Le Clézio
Tusquets, 2012
254 pp.
Con un viaje a África cargado de esperanza es como arranca Onitsha, una novela en la que Le Clézio vuelca sus recuerdos juveniles. Le Clézio siente un respeto especial por este continente en el que pasó parte de su infancia. Lo conoce bien. Lo que cuenta no es de oídas, sino el fruto de su propia experiencia. Una experiencia que lo marcó hondamente porque le mostró el contraste entre el mundo europeo y el africano y le permitió reconocer en este último una riqueza y unos valores tan profundos como admirables.
Fintan, el protagonista de la novela, todavía niño, acompañado de su joven madre, negra, va a una pequeña ciudad próxima a la desembocadura del Niger a encontrase con su padre, un blanco al que no conoce. Para él, más que el padre, es África el objeto de esta aventura que supone cambiar un continente por otro y soñar con el mito de un lugar primitivo y primigenio donde la naturaleza es virgen y la vida discurre envuelta por la felicidad de un estado natural.
Le Clézio sabe jugar con las fantasías del niño y con las de la madre que contienen la imagen idílica de un paraíso lleno de esperanzas. Pero sabe también cuándo hay que dar un giro a su historia para vislumbrar una realidad más inquietante, que poco a poco diluye las ilusiones y muestra un continente amenazador y plomizo. No tarda nada el autor en mostrar un rostro de África donde el calor 'pesa', el cielo es denso, el aire irrespirable y la luz cegadora. Le Clézio va llevando a la conciencia del lector un África maldita, presa por una energía indomable y oscura en la que resuena, una vez más, esa ponzoña que destilaba 'El corazón de las tinieblas'. África abrasa como un secreto, como una fiebre, dice Le Clézio tan pronto el viaje de nuestros personajes se enfrenta a la realidad de una tierra que se ha hecho hostil y que exige a los que viven en ella un fuerte sacrificio.
El relato de Le Clézio es en realidad un doble relato. Se articula como una historia dentro de otra historia. Es al mismo tiempo, el viaje de Fintan -primero por mar y luego vital para convertirse él mismo en un niño africano en Onitsha- y el viaje de la humanidad africana retomando un oscuro mito que habla de la epopeya de los viejos egipcios, empujados a una horrible travesía por el continente, desde Etiopía hasta las orillas del Níger, a donde huyen para rehacer el hogar del que fueron expulsados. El curso de la vida en África ha sido el curso de una larga travesía por desiertos y peligros, envuelta en las mayores penalidades, cuyos restos, hoy, son un pueblo tan orgulloso como empobrecido.
Ambas historias, una presente y otra pasada, tienen un punto de encuentro en la naturaleza, potente y sutil al mismo tiempo, por la que asoman dioses poderosos, misterios y mitos que los africanos perciben y los extranjeros no entenderán jamás. Junto al ambiente mundano y cruel de la colonia europea que aplasta con su bota a África, el mundo de los africanos sigue manteniendo creencias, ritos y gestos tan antiguos que rozan los orígenes mismos de la humanidad, pero que acaban por mostrarse frágiles y vulnerables cuando se enfrentan al poder irrevocable de la civilización que ha nacido en América o Europa.
Desde este observatorio que es la pequeña ciudad de Onitsha, con su vida tantas veces agobiante, acompañada del fluir constante del río y sujeta a la tiranía del calor o de la lluvia, Le Clézio levanta un fuerte alegato contra la invasión arrolladora del mundo colonial de mitades del siglo XX, contra "aquella sociedad de sabihondos y tediosos funcionarios, vestidos con ridículos trajes y tocados con cascos, que se pasaban todo el tiempo jugando al bridge, bebiendo y espiándose". Pero sobre todo lanza una denuncia desgarradora por lo que vino a continuación, por lo que sustituyó a la cruel arbitrariedad de los funcionarios ingleses, por las guerras que nacieron de la explotación de los recursos naturales en las que las grandes compañías armaron ejércitos, hicieron y deshicieron gobiernos, sembraron la destrucción y la muerte y dejaron a la población exhausta en una tierra donde ya no era posible vivir.
Un tributo a África, cargado de respeto y de admiración, y al mismo tiempo doliente, es el alma de esta novela magnífica y llena de sutileza con la que Le Clézio nos ofrece los recuerdos de buena parte de su infancia. Un África herida y también espléndida condenada al fracaso y que emocionará, sin duda ninguna, al lector.
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