John Steinbeck y fotografías de Robert Capa
Capitán Swing, 2012
235 pp
No está mal la idea de acercarse a la Rusia de hoy dando un salto atrás para saber de donde viene. Para conocer cómo era el país hace bien pocos años, porque la política ha condicionado la información y la propaganda de un lado y del otro acabó por crear una imagen confusa e interesada.
Algo parecido es lo que debió pensar Steinbeck cuando, al final de la Segunda Guerra Mundial decidió viajar a Rusia para contar cómo era el país y cómo era la gente. No para hablar de política, sino para hablar de personas y de la vida en el día a día.
Cuenta que la gran diferencia entre los escritores soviéticos y los americanos o los ingleses estaba en que los primeros debían apoyar al gobierno para que prosperara la revolución, mientras que los segundos debían vigilar al gobierno para evitar que el poder acabara perjudicando a la sociedad a la que debía servir.
Esta sospecha frente al poder es la que lleva a Steinbeck a querer conocer de primera mano esta sociedad soviética en la que los americanos veían al auténtico demonio. Y es la que le lleva a escribir el libro menos literario de su carrera porque más que a la razón se atiene a la descripción de los hechos, lugares y situaciones tratando de evitar las disgresiones que hubieran sido la salsa pero que hubieran quitado la neutralidad que deseaba.
Poco literario es efectivamente este viaje a Rusia, pero animado e interesante lo es sin ninguna duda. Y a ello contribuyen dos cosas. Una es la compañía de Capra el legendario fotógrafo que ha estado en la guerra de España, que ha cubierto todos los frentes y que ahora se apunta también a conocer la Rusia de Stalin. Y la otra, esa manera de Steinbeck juvenil y desenfadada, crítica consigo mismo, que le hace lamentarse con humor de sus propias desgracias y que parece más propia de un escritor principiante que de un autor consagrado que recibiría el Nobel poco tiempo después.
Con buen humor y dispuestos a la aventura se enfrentan Steinbeck y Capa a un viaje por la Rusia comunista, un país en situación precaria por su régimen político cuya burocracia lo organiza todo y dificulta muchas cosas también y por el tremendo destrozo de una guerra que ha diezmado a su población y se ha cebado en la destrucción del campo y de las ciudades.
Moscú, Stalingrado, Kiev, Tbilisi forman parte de las etapas que componen el viaje y de esa panorámica que pretende ser un resumen de la vida en Rusia. Cada lugar es distinto porque las gentes son distintas y viven de manera diferente en cada uno de ellos. Moscú es fría, la gente seria y resulta difícil encontrar una sonrisa. Stalingrado ha sido el escenario de una dramática resistencia frente a los alemanes y muestra la vida sorprendente de los habitantes que viven aún entre ruinas y salen de los mismos refugios que los protegían de las bombas para ir ahora a sus trabajos instalados en una aparente normalidad. Kiev, destruida también con una crueldad que sorprende a nuestro autor tiene sin embargo la alegría de la gente meridional, con vestidos de colores en las calles y una cordialidad en los hombres y en las familias desconocida en las gentes del norte. Y Tbilisi y Georgia entera descubren otra parte del país, marcada por tradiciones distintas, por un profundo respeto hacia la poesía, por la fama de gente indomable y de hombres seductores como sólo podían surgir en las confusas tierras del Cáucaso, en el confín de las fronteras al borde del mar Negro.
La Rusia de que nos habla Steinbeck no es, por supuesto, la Rusia que encontraríamos hoy. Es la de una generación anterior, pero es la que ha alumbrado el país que ahora vemos y la que da las claves de mucho de lo que nos sorprende hoy.
La lectura de este Diario de Rusia ayudará a situarnos en el pasado y el presente y será en muchas cosas aleccionadora. Además, y a pesar de su ‘ligereza’ literaria, será también una lectura enormemente entretenida que ofrecerá la oportunidad de curiosear en algunas fotografías de Capa que ilustran el libro y la vida de la gente de la que Steinbeck habla.
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