Marco Avilés
Libros del K.O., 2012
187 pp.
Viajar supone moverse. El espacio es fundamental. Por ello, si hablamos de literatura de viajes, puede sorprender un libro como Día de visita que transcurre en una cárcel. De la primera a la última página el relato tiene como protagonistas a mujeres encerradas en la cárcel de Santa Mónica, en Lima. Pero ¿quién ha dicho que un penal no refleje el mundo que hay fuera? ¿Quién puede asegurar que la vida en él no sea una réplica de la que transcurre en su exterior, destacando rasgos que pasan desapercibidos para quienes viven fuera de sus muros y que en su interior se hacen visibles porque la vida es distinta y cambia las sensibilidades?
Marco Aviles, el autor, viene de la escuela del periodismo. Pero se aparta del oficio para entrevistarse, a lo largo del tiempo, con una serie de mujeres encarceladas y para contar sus vidas. Porque en Santa Mónica hay vida. Hay penadas, cada una con su historia pasada, pero sobre todo con una historia presente que muestra que no se detiene la vida. En este caso, una vida asentada en el Perú, donde todo transcurre y donde se materializan ilusiones, deseos, afectos, proyectos y también sufrimientos.
La vida en Santa Mónica es para muchas reclusas como un viaje. Es un paréntesis en el tiempo donde todas viven en un lugar que no les corresponde, lejos de de su ciudad, de sus familias, del entorno que conocen. Pero por ello mismo abierto a aventuras nuevas, a transgresiones, a comportamientos que la necesidad de adaptación pone en bandeja como medio para sobrevivir.
A través de cada una de las reclusas con las que habla y de las que habla Marco Avilés se vislumbra un pedazo de realidad. Pero lo mismo que ocurre en el viaje real, cuando se empieza a hablar el otro deja de ser el extranjero para convertirse en humano -casi en hermano. Nada hay en las mujeres que se expresan a través de Avilés de ajeno o de terrible. En todos los casos aparece una persona que cuenta su vida, su realidad.
Los días de visita en el penal son los días-río que aportan el agua a la vida que discurre en la cárcel. Son los días que tiene Avilés para hablar con las mujeres a las que pregunta, por las que se interesa y a las que pide que le escriban acerca de sus vidas y de sus circunstancias. Aunque, sobre todo, son los días en que entran las visitas, las visitas de hombres, porque en los días de visita de mujeres Avilés no está. Y los hombres, en la cárcel, son mas que nada los maridos, los novios y los amantes. Y también algunos que no son nada de eso pero que van a probar fortuna con las mujeres por aquello de ver si con pequeños regalos y zalemas resulta algún amorío. Porque la necesidad de afecto, la falta de maridos, la vida exclusivamente entre mujeres es lo que más desquicia a las internas en Santa Mónica y lo que convierte los dias de visita en una feria con destellos de luz y también de profundo desencanto.
Sobre todo Perú, pero también Sudamérica entera, asoman tras los muros de Santa Mónica. El tráfico de drogas está detrás de demasiadas de las historias que recoge Marco Avilés y tras él la necesidad de dinero en una sociedad con amplias capas de población sometidas a una vida difícil y presas fáciles para el arriesgado negocio de hacer de soldados de a pie de las organizaciones que se dedican al tráfico.
Día de visita no es un libro estremecedor porque Marco Avilés consigue convertirlo en un relato humano. No hay aleccionamiento moral de ninguna clase en él, sólo una voz -o muchas voces, cada una en su momento- y la mirada del autor que dibuja el entorno y termina de pintar el cuadro que la protagonista en cada caso ha dibujado solamente marcando las líneas maestras.
Día de visita se lee muy bien. Es, sin duda un libro insólito. Representa una mirada diferente sobre una sociedad y es una llamada a favor de las mujeres. Es un libro más que recomendable para quien quiera, acercarse desde un punto de vista ‘excéntrico’ a Perú, pero sobre todo para quien desee conocer mejor el mundo en que vivimos desde una de sus partes: desde esta extraña periferia que es la cárcel.
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