Rudyard Kipling
Laertes, 2011
203 pp.
Que el mundo está mal repartido resulta cualquier cosa menos una novedad. Y que el talento no sonríe igual a todas las personas lo mismo. Un ejemplo de ello es Kipling. A sus veintitrés años era un escritor reconocido. Su fama le precedía y tenía en su haber éxitos importantes. Kipling, educado y culto era un europeo a pesar de haber nacido y vivido en la India. Su mundo es el de un occidental y la India es casi un accidente. Y lo del casi viene a cuento porque el haber nacido en la perla del Imperio británico lo marca para darle esa conciencia de superioridad natural que tiene el que lleva a sus espaldas años de civilización sobre el nativo.
Kipling joven, exitoso, desenfadadamente superior y tocado por ese humor que hacía a los ingleses enfrentarse a la vida desde la distancia, emprende a sus veintitrés años un viaje que empieza por Birmania y continúa por Japón. Y de esta segunda etapa es de lo que nos habla en este libro. Japón es para Kipling una caja de sorpresas. Todo es distinto, todo le llama la atención, todo roza un extremo en alguno de los registros con los que ve, mira y admira, a pesar de que el mundo oriental no es una novedad para él.
¿De qué Japón nos habla? Del que encuentra en 1889 y que sin duda es un país muy distinto al actual. Las ciudades son más pequeñas. No hay que decir que el desarrollo ‘técnico’ está muy lejos del de nuestros días. Pero siendo un país anclado tan sólidamente en las tradiciones muestra muchos de los elementos que todavía lo definen y no resulta extraño al lector de hoy. Ese Japón de cultura refinada que tan marcadamente recorre todos los aspectos de la vida es del que nos habla Kipling y el que interesa a quienes hoy se asoman a su libro.
Kipling va de resabiado. Juega con ese papel de manera abierta y contempla a los japoneses como corresponde al occidental que mira por encima del hombro a los indígenas. Es un juego deliberado y sin malicia que le permite dialogar consigo mismo en términos de sorpresa y de humor. Todo le llama la atención y a muchas cosas trata de sacarles punta para destacar las diferencias –las jocosas diferencias que separan a la cultura japonesa de la nuestra. “En un platillo plano –dice al hablar de la comida- traían un fragmento retorcido de una cosa translúcida que debía haber estado viva pero ahora estaba en escabeche”.
Del teatro hace una descripción magistral cuando se refiere a la sala donde tiene lugar el espectáculo, a su endeblez, construida toda ella en madera, y al riesgo de la vida que supone un público lleno de fumadores capaces de poner en llamas todo aquello atestado de gente. Pero es magistral y divertida también la interpretación de la obra a la que asiste de cuyos diálogos, por supuesto, no entiende nada pero cuya trama y personajes construye a su manera guiado por la imaginación y por los gritos, gestos, movimientos y efectos escénicos que le dan pistas, le sorprenden y divierten.
Nagasaki, Osaka, Kobe, Kyoto, Tokyo… marcan las etapas del viaje y los encuentros con lugares, monumentos, situaciones y gentes. Y dan ocasión también a mostrar una admiración profunda por una cultura singular y privilegiada.
¿De qué Japón nos habla? he preguntado más arriba dejando la respuesta a medias. Nos habla del Japón que acaba de romper con el pasado después de la revolución Meiji e inicia su apertura al exterior y su aproximación a occidente: el ejército arrincona sus brillantes banderas y vestidos para uniformarse como los occidentales, los jóvenes empiezan a vestir con pantalón y americana… hasta el Estado adopta una constitución. Y a la vista de tantos cambios Kipling se muestra cómicamente desolado por el ‘mal camino’ que emprende un país tan extraordinario.
“Saldríamos ganando –dice, apuntándose de nuevo a la clave de humor- si pagásemos al país absolutamente todo lo que pidiera a condición, simplemente, de quedarse quieto y seguir haciendo cosas hermosas…”
La fascinación de Kipling por la belleza de Japón es inmensa. A pesar del juego de desmitificación en el que sostiene su relato, a pesar del coqueteo con el absurdo que tantas veces practica, no oculta su sorpresa ante un país donde todo parece buscar la hermosura. Describe el interior de las casas con detalle y con la admiración que le despierta tanta sensibilidad y tal profusión de matices conseguida con materiales siempre livianos, combinados con una sabiduría que alcanza la perfección. Describe los templos y las ceremonias y el ambiente de luces y colores que los envuelve. Describe los paisajes naturales y los paisajes propios de la agricultura, tan perfectos que parecen creados por algún sabio a base de regla y lápiz. Describe las sedas, las antigüedades… y dibuja, con su aire de chascarrillo profano, las líneas de un país que toca la perfección de los dioses.
Viaje al Japón es una obra menor, un divertimento hecho a base de trazo rápido y despreocupado. Pero el autor es un maestro y el resultado es un relato ameno y, sin pretenderlo, profundo que sigue manteniendo hoy todo el interés para acercarse a este país insondable que es Japón.
1 comentario:
Un libro de Kipling sobre Japón, que pena no haberlo sabido antes!
Iré a por él
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