lunes, 28 de junio de 2010

El día que Nina Simone dejó de cantar


El día que Nina Simone dejó de cantar
Darina al-Joundi / Mohamed Kacimi
Alfaguara, 2010
160 pp.

Vital, divertido, optimista, fresco así es la primera parte de El día que Nina Simone dejó de cantar, una historia que transcurre en el Líbano ...


Darina al-Joundi / Mohamed Kacimi
Alfaguara, 2010
160 pp.





Vital, divertido, optimista, fresco así es la primera parte de El día que Nina Simone dejó de cantar, una historia que transcurre en el Líbano y que relata, en primera persona –es autobiográfica- la vida de una niña y luego de una joven en los turbulentos años setenta y ochenta que sacudieron Beirut. La segunda parte del libro es dramática y refleja todos los horrores que se derivaron de la embarullada situación de violencia que vivió la región y que tuvo en el Líbano un escenario singularmente cruel.

Dos nombres figuran como autores del libro y es que su confección misma refleja el desgarro que contienen sus páginas. Darina al-Joundi llega a Francia huyendo de su país, desubicada, en situación precaria y cuenta su historia. Una historia que a Mohamed Kacimi, escritor, interesa y sobre la que se pone a trabajar lápiz en mano tomando notas que van ocupando cuartillas y que acaban en la imprenta.

La narración es impactante. Jovial, al principio, habla de un Líbano sorprendente y que nos cuesta visualizar hoy. Era el Líbano opulento y despreocupado asentado en el espejismo del dinero, de la convivencia entre comunidades diversas, de la próspera modernidad que era envidia de todo Oriente Próximo. Una gran parte del atractivo del relato nace de la personalidad de Darina: independiente, extravertida, vital. Y otra gran parte, de su familia. Su padre –nunca del todo desvelado en el libro- es un personaje muy relevante en los medios de la resistencia palestina aunque su lugar está en el mundo intelectual y del periodismo. No creyente, en una sociedad como la libanesa donde cada individuo pertenece a una esfera de religiosa que lo define y lo protege –sunita, chiita, maronita, druso, ortodoxo, católico…- tiene una consigna por encima de todas: la libertad de sus hijas a cualquier precio, en un medio donde la mujer está sometida al hombre por tradición familiar y por ley.

Darina aprende la lección y aprende a vivir con independencia en ese Beirut crepuscular que avanza hacia el desastre. En ese momento aún puede decirse parafraseando a Hemingway que Beirut era una fiesta y la casa de Darina más. Con la normalidad propia de la mirada de todavía una niña, desfilan por su casa altos prebostes de la OLP, el propio terrorista Carlos, escritores, gente de los servicios secretos… Es la época en que los palestinos, empujados por Israel se han instalado en Beirut, se han hecho allí fuertes, se mueven en grades mercedes con cristales oscuros y se rodean de mujeres vestidas de Dior. Pero el drama está servido. La frágil convivencia entre comunidades, religiones y fidelidades políticas no aguanta el peso ni de los palestinos, ni de los sirios que acuden en teoría de bomberos a apagar incendios, ni de los israelíes que apoyan y arman a las falanges y que acabarán entrando y asolando la ciudad.

El Líbano se enciende con la misma facilidad con que antes parecía convivir y aparentar una paz natural y duradera. Y la vida cotidiana se adapta a la violencia que juega con la arbitrariedad de un modo que recuerda a las películas de ciencia ficción. Mientras facciones militares se enfrentan en un barrio, fiestas de gran lujo se despliegan en los hoteles de otro para celebrar cualquier cosa.

El relato de Darina que tan bien empieza hablando de este Líbano mediterráneo y soleado, donde se bebe alcohol a rabiar, se vive en libertad y se desarrolla una activa vida intelectual se transforma casi de un día para el otro en la crónica de una ciudad descompuesta, donde los habitantes que no huyeron transitan de casa en casa y se convierten en ocupantes ocasionales a medida que los bombardeos peinan los distintos barrios y la supervivencia lleva a buscar un lugar seguro donde encontrar comida y alojarse.

Incluso para Darina, superviviente nata, dotada de recursos para salir de lo peor, acostumbrada a decidir y poco temerosa, el coste del drama es horrible. El juego diario al escondite con la muerte la iguala al resto de jóvenes que apuestan su piel con un arma en la mano detrás de un montón de basura o que transitan enloquecidos en coche eludiendo los disparos de cualquier milicia que tira sobre todo cuanto se mueve. La droga se convierte en el motor que permite digerir cuanto ocurre alrededor. Y el desconcierto y la necesidad de seguir alimentando la violencia nace cada vez que los acuerdos de paz ponen fin a la batalla anterior y dejan en suspenso esa lucha inyectada de adrenalina que se ha convertido en la cotidianidad. La sombra de la paz crea el más desesperante vacío cuando desaparece la sensación de riesgo y surge algo parecido al fin del conflicto.

La transparencia, con que Darina al-Joundi cuenta sus experiencias es apabullante. Experiencias de todos los colores y algunas de tono subido. Son éstas las que han aparecido en los entresacados de los periódicos que han hablado del libro. Pero no son ni las más importantes ni las más numerosas. Ayudan a ver el Líbano. Como ayuda a verlo también todo cuanto Darina cuenta de su niñez y todo lo que dice de la sociedad libanesa que compuso el entorno donde vivió de niña y de adolescente, en felices tiempos de paz y en penosos momentos de guerra.

El día que Nina Simone dejó de cantar se lee de un tirón. Es muy corto en páginas y su lectura es apasionante. Ha sido un libro de gran éxito en Francia y es probable que lo sea en muchos otros lugares. A través de su protagonista y de una narración fluida, donde aflora su seductora personalidad, habla de la historia reciente del Líbano y del Próximo Oriente. Y habla, sobre todo, de la vida. La mezcla ha dado el mejor de los resultados. Merece la pena no perderse el libro.

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