Ignacio Jáuregui Real
Edita Ignacio Jáuregui, 2009
239 pp.
Para el visitante occidental la India es abrumadora. Lo es la vida que se despliega en las calles de ciudades y pueblos, lo son los dioses y los lugares sagrados cuya presencia aparece en todas partes, lo es la arquitectura de monumentos y de templos. Y es de alguna manera abrumadora también la sensación que tiene el forastero de no entender casi nada de lo que ve: la evidencia de que le faltan demasiadas claves para formarse juicio, acostumbrado como está a viajar opinando, comparando y comprendiendo todo cuanto ocurre ante sus ojos allí donde va.
La entrada a un templo pone a prueba la sensibilidad del visitante. Las líneas de las perspectivas nada que ver tienen con las que está acostumbrado a encontrar en otros edificios que conoce próximos a su cultura. Pilares y columnas ritman el vacío con una sensibilidad desconocida y las aberturas al exterior crean manchas de luz y sombras que modulan la continuidad del espacio y le dan vida. Los techos, planos, desaparecen en el encuentro con pasos que se abren en otras direcciones y dejan un lugar a cúpulas poligonales que juegan con diversas alturas y también con proyecciones distintas de la luz. Menos el suelo, las superficies de la construcción se pueblan de figuras divinas, se supone, aunque quien no sea experto tendrá la tentación de pensar que son profanas por sus formas o por los personajes de apariencia poco espiritual que representan.
¿Cómo encaja esta India sensual y excesiva, incluso en los lugares más sagrados, con la de la renuncia y el desapego hacia la materia? ¿Cómo distinguir lo que es repetición de cánones una y otra vez materializados de lo que es arte y sutileza? ¿Cómo definir a artesanos y a reyes que mantuvieron lo que pueden ser formas de expresión sublimes hasta épocas en las que el mundo ha avanzado tanto que las ha dejado atrás como residuos propios de un plagio?
Todas estas reflexiones vienen a cuento y las suscita este libro que no dudo en calificar de extraordinario. Un libro singular y agraciado desde todos los puntos de vista. Humilde porque es un ‘gran formato’ en tamaño casi de bolsillo pero espléndido en la edición y en el concepto.
Lo escribe Ignacio Jáuregui. Y lo hace en un tono poético, y pausado, personal, reflexivo y resultado de una mirada penetrante y ávida. Sé que decir de un libro que está escrito en un tono poético no es hacerle un favor. Y por eso mismo al resaltarlo quiero advertir que se trata de una virtud y no de un defecto. Como rasgo muy destacado hay que decir que Ignacio Jáuregui es arquitecto. Un arquitecto al que le gusta mirar y que dispone de un modo de componer la mirada que la hace a la vez analítica y ordenada. Sin duda aprendió el método en la escuela y en su oficio después de familiarizarse con los espacios y de haberse ejercitado en entenderlos en todas sus partes, en las relaciones entre ellas, con el paisaje, con las gentes, con la historia, con quienes los crearon, con los significados que el tiempo les ha dado...
Tal como anuncia Ignacio Jáuregui el suyo es el papel del paseante. De quien se detiene ante lo que ve y lo degusta. Y al buscar su sabor y sus aromas imagina cómo debió ser todo aquello tiempo atrás, por qué es como es y no de otra forma, cómo son y cómo lo ven las personas que lo rodean y que componen su entorno.
Cuando he adelantado que, en un tamaño casi de bolsillo, estamos en realidad ante un libro de gran formato no he hablado de la edición ni de las fotografías que acompañan al texto. El autor se ha lanzado a editor y se ha ocupado de conseguir una maquetación de exquisito gusto. Las fotografías son numerosas y cuidadosamente elegidas. Fotos de perfiles precisos a veces, desdibujadas muchas más por el efecto de veladuras, de colores sutiles siempre y motivos y composiciones sabiamente encontrados. Son del propio autor. Rozan la perfección a pesar de que la calidad de la impresión quede por debajo del estándar al que nos han acostumbrado los libros ilustrados. No importa. Son un prodigio de sutileza. Y dialogan con el texto porque, en lugar de adorno, representan aquello de lo que la narración habla y permiten al lector comprender la cuidadosa descripción del viajero que desgrana los detalles de cuanto ve, que es lo mismo que está viendo el lector a través de la imagen.
India, primera mirada, es un libro extraordinario. No habría que perderse la ocasión de disfrutarlo. Es, como el subtítulo indica, la reflexión de quien se satura de todo cuanto le rodea y en su pretensión de convertirse en ‘paseante invisible’ desea ser cualquier cosa menos protagonista. Y sin embargo su voz y su penetrante mirada lo convierten en personaje principal y en el guía que lleva de la mano al lector a través de un amplio recorrido por esta India opaca e incomprensible en tantos aspectos y, sin embargo, tan seductora y tan apasionante.
Más información: Ver entrevista al autor en Periodista digital.
domingo, 24 de enero de 2010
India, primera mirada. Cuadernos del paseante invisible
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