lunes, 18 de enero de 2010

Tierra dorada


Tierra dorada
Norman Lewis
Altair, 2009
326 pp.

Quien haya visitado Birmania, o quien haya oído hablar del país a quienes sí lo han hecho, casi seguro que reconocerán poco de lo que cuenta Norman Lewis después de su viaje...

Norman Lewis
Altair, 2009
326 pp.





Quien haya visitado Birmania, o quien haya oído hablar del país a quienes sí lo han hecho, casi seguro que reconocerán poco de lo que cuenta Norman Lewis después de su viaje.

La Birmania sonriente y serena, que se llevan en el recuerdo los viajeros de hoy, la gente suave, atenta e industriosa que encuentran en sus paseos por pueblos y ciudades contradicen buena parte del relato de nuestro autor.

¿Tanto ha cambiado el país desde que él conoció Birmania?

Norman Lewis es uno de los grandes de la reciente literatura de viajes. Es un observador experto y un buen conocedor de la realidad. La experiencia que lleva a sus espaldas como viajero y como escritor lo acreditan como persona curiosa, informada, acostumbrada a vencer obstáculos, a ir al fondo que hay detrás de las apariencias, y nada ingenua.

Ha actuado como informador para los servicios secretos en la Segunda Guerra Mundial y al término de ella, ante el avance del comunismo en el Sudeste Asiático, decide viajar a Birmania antes de que la situación política se complique e impida hacerlo. Y a su regreso cuenta en Tierra dorada lo que encuentra en el país.

Su relato es el de un occidental, como no podía ser de otro modo, pero sobre todo es el de un observador racional que evita dejarse seducir por el romanticismo de lo exótico. Su discurso no es el de quien se entrega al efecto embriagador de Oriente sino el de quien toma notas y extrae consecuencias, porque no deja de comparar lo que ve con la cultura y las costumbres de Occidente.

No es habitual en la literatura de viajes una visión tan crítica o, mejor dicho, tan fría. Pero es interesante para el lector escuchar la voz de quien se sitúa en una posición tan contrastada porque a pesar de lo dicho, nuestro autor no es en absoluto hostil ni deliberadamente ajeno al mundo del que habla.

Tierra dorada se escribe cuando en Birmania no hay todavía nada parecido a lo que llamamos turismo y cuando viajar por ella es una actividad difícil, en buena medida peligrosa y nada favorecida por la burocracia oficial, que entiende mal que nadie quiera aventurarse fuera de la capital Rangún.

Norman Lewis se las arregla para viajar por todos los medios y a los más diversos lugares. De todos ellos cuenta todo lo que encuentra. Y en ese ir contanto, poco a poco, salpica el texto con temas de la vida del país que lo convierten en un extenso repertorio de informaciones jugosas e interesantísimas.

Habla, críticamente, del occidentalismo que se impone en la sociedad. Habla de las fiestas populares. Se refiere a cómo son los noviazgos, los matrimonios y cómo funcionan las herencias. Cuenta cómo se hacen las casas y cuales son los requisitos mágicos que sirven para proteger a sus habitantes. Explica el estado de la seguridad en los caminos, cómo se mueven las guerrillas y la amenaza de los ladrones que asaltan a los viajeros y entran en las ciudades. Cuenta sobre la reforma agraria. Se entretiene en hablar del nombre de las personas. Describe los anuncios de los comercios que le llaman la atención cuando anda por las calles…

Pero en su narración Norman Lewis no puede evitar que su mirada se detenga también en los ‘pecados’ de los birmanos. Destaca la costumbre aceptada, hasta fechas muy recientes, de los sacrificios humanos que acompañan a los actos solemnes para conjurar la desgracia y atraer la fortuna. La crueldad de los poderosos sin respeto ninguno por la vida de los demás. Critica la pasión por el juego que arruina a las familias del país entero. Pone de relieve la incapacidad de la población para mejorar su vida y la desidia que ha permitido a los indios quedarse prácticamente con toda la tierra cultivable, en perjuicio de la población autóctona. Y expresa su decepción ante un panorama con tantos defectos por lo que entiende es un fracaso enraizado en lo más hondo de la cultura en la que se ha educado la población.

“Los birmanos (…) eran prisioneros de una cosmología compuesta de sistemas entrelazados, todos completos y perfectos, y fundamentados en el error. Todo se había decidido y establecido de forma definitiva dos mil años antes. Ninguna pregunta se había dejado sin respuesta. Todo estaba en las Tres Cestas de la Ley, sus crónicas y subcrónicas… Aunque Birmania era una nación joven, había heredado una civilización con las arterias endurecidas de la senilidad.”

Una mirada, exenta de poesía, sin ninguna vibración romántica, sin calor muestra Birmania y a los birmanos como un país de “muchedumbres dóciles, dispuestos a aceptar cualquier entretenimiento, sin expresión, con aparente indiferencia” ante todo.

¿Es exagerada la visión de Norman Lewis? Seguramente no. Refleja uno de los ángulos posibles de la realidad y una posición de desapego poco habitual entre los autores de la literatura de viajes. Al lector le toca juzgar y seguramente hilar fino, con las noticias que tiene de una Birmania cincuenta años después de la que conoció Lewis. Pero seguro que disfrutará con el libro, que encontrará cargado de información, mucha de ella poco conocida, sorprendente y siempre muy interesante. Merece, sin lugar a dudas la lectura.

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