Pablo Strubell
Niberta, 2009
131 pp.
Quienes valoren los libros cortos, que se leen poco menos que de un tirón, que avanzan de manera fluida y que mantienen despierta la atención del lector durante el recorrido entero por sus páginas encontrarán en ¡Te odio, Marco Polo! un buen motivo para la satisfacción y el entretenimiento.
A mi me gustan los libros cortos, que no se demoran ni se estancan si no hay motivo para ello. Pablo Strubell escribe como viaja. Lo hace con soltura y sin atascos. Y ese es el propósito de su libro. No pretende hacer un relato minucioso sino una selección de escenas, momentos y sensaciones que recojan el larguísimo itinerario que va desde Estambul a Xi’an que lo tuvo ocupado durante cinco meses.
Pero a pesar de la brevedad, el suyo no es un relato descafeinado. Que no esté todo, no significa que vayamos a sufrir por falta de contenido. Todo lo contrario. Pablo Strubell toma una decisión, una más, que es la de evitar un texto enciclopédico. En sus doce mil kilómetros de viaje había materia para hartar. Por eso elige encadenar momentos que desde el inicio hasta el final de su recorrido transmiten al lector continuidad y le hacen sentir los diversos sabores que tiene el viaje, que le dan variedad y que muestran las peculiaridades de la gente y de la atmósfera de lugares distintos.
He dicho que la preferencia por un libro de dimensiones reducidas era una decisión entre otras porque la primera de ellas fue la de dejar el trabajo, un trabajo formal, serio y como Dios manda, para darse el gusto de atender a una vocación: la de viajar. El relato de Pablo Strubell es el de un ser independiente. No es que viaje en solitario, que es como viaja, es que lo hace dándose prioridad a sí mismo. Lo mismo que escucha a su voz interior para dejar su trabajo, y luego la escucha para hacer un relato ligerísimo de un periplo monumental, la sigue en su propio viaje cuyo desarrollo trata de dirigir él a su gusto.
Pablo Strubell quiere perderse por las calles de las ciudades que visita, ir a su aire y a los lugares que le llaman la atención y quiere evitar las interferencias de quienes de buena fe tratan de marcarle el camino. Quien viaja es él y es su intuición o sus propios mitos quienes lo llevan de aquí para allá con determinación, contraviniendo a veces la prudencia pero satisfaciendo siempre su curiosidad.
¿A quién se le ocurre, con la que está cayendo, empeñarse en visitar el mausoleo de Iman Reza en la ciudad de Mashad? Está claro que Pablo Strubell necesita hacerlo y está claro también que extrae de la visita sensaciones profundas que lo conmueven y lo aproximan a la comunidad de hombres y mujeres cuya devoción se desborda a la vista de la tumba del santo. Resulta que Pablo Strubell no es un rebelde que se resiste a pasar por los caminos que más o menos están marcados y que suelen conducir a los viajeros. Lo suyo es la necesidad de sentir la tierra que pisa y lo que le rodea sin intermediarios, de primera mano, sin distracciones y sin nadie que desvíe su atención. Quiere marcar su ritmo. Quiere mirar y escuchar desde su propio punto de vista para comprender más y mejor. Y luego para contarlo.
Quizás lo dicho hasta aquí lleve a pensar que estamos ante un autor arisco y aislado. No es eso. Casi es todo lo contrario. Hace amigos, toma contacto con gente muy diversa, se deja invitar y les sigue la corriente para aprender de ellos. Además, se rinde ante la generosidad que a menudo le demuestran. Pero tampoco quiere que lo abrumen. Como viajero solitario que es, necesita balancear ese espacio propio que cada uno se reserva para sí, con el de las personas con las que conecta y que a veces se le ‘pegan’. Hay quien se empeña en acompañarlo y en marcarle la ruta sin que vea él el momento de darle esquinazo y de recuperar su propio camino. Y hay quien le abre su círculo de amistades y con él un mundo que el viajero de paso jamás podría entrever. Como en todos los libros de viajes, los encuentros son esenciales y abren rendijas desde las que ver, desde ángulos diversos, aspectos distintos de la realidad.
La hospitalidad de gentes humildes y cordiales en Turquía, el contacto con jóvenes iraníes que sufren los efectos de la estricta doctrina del gobierno de los ayatolas y los sortean sin remilgos, el asedio de funcionarios indeseables, los tenderos de los mercados, todo ello compone un mosaico que se va desplegando a medida que el autor avanza por esa ruta que se ha marcado y que no es otra que la antiquísima Ruta de la Seda tan cargada de historia y de historias.
Y lo compone también su encuentro con China, que colma su paciencia y con humor soterrado critica de forma inmisericorde, sin cortarse lo más mínimo y dando rienda suelta a sus humores, para que quede claro que el viajero es humano y que tanto sus pasiones como su educada contención tienen límites, que a veces es bueno traspasar para regocijo del lector.
Cualquiera que sienta el gusanillo del Asia Central y del Oriente debiera empezar a saborearlos con este libro que se desenvuelve a la manera de un trailer de esa película de verdad que es el viaje. Una selección de los mejores momentos, una acertada visión de conjunto y una amplia panorámica sin espacio para un solo momento de aburrimiento es lo que nos trae ¡Te odio, Marco Polo!
Quién sabe si después de la estimulante lectura de ¡Te odio, Marco Polo! no emprenderemos nosotros también el camino de la Ruta de la Seda. Y como la realidad de los viajes es mucho más sacrificada de lo que la mayoría de los relatos sostienen, quién sabe también, si parafraseando al autor, no acabaríamos nosotros diciendo ¡te odio, Pablo Strubell! después de terminar lo que posiblemente sea uno de los viajes más apasionantes que puedan hacerse en la vida.
lunes, 28 de diciembre de 2009
¡Te odio, Marco Polo! Un viaje tras las huellas de la Ruta de la Seda
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