martes, 15 de abril de 2008

Los días. Memorias de infancia y juventud



Taha Husein
Ediciones del Viento, 2004
271 pp.






Una biografía es mucho más que el relato de una historia personal. Lo es también del entorno donde se desenvuelve la aventura de vivir. Y también de las costumbres, de la cultura, de las personas, de las relaciones entre las personas que componen dicho entorno.

Los días es el fiel reflejo de la vida cotidiana en Egipto, muy a principios del siglo XX, en una aldea perdida, alrededor de una familia modesta como muchas otras y centrada en un personaje excepcional. Un niño ciego que al cabo de los años se doctoraría primero en la Universidad de El Cairo, después en la Sorbona, llegaría a Ministro de Educación y se convertiría en uno de los más brillantes escritores de la literatura moderna en lengua árabe.


Egipto, El Cairo, el ambiente rural de los primeros años, la escuela y sobre todo el aprendizaje del Corán, los estudios en la tan celebrada escuela –luego universidad- de al Azar, los vecinos, la familia… son los auténticos protagonistas de la historia a los que el niño da voz después de haberlos conocido a través del oído, del olfato o del tacto y los que generan en este niño los sentimientos, los conocimientos y las experiencias que conforman su vida.

El fluir de Los días no es lineal. Se entretiene, se agiliza, casi se atasca en algunos escenarios. Porque el relato de un ciego se rige por tiempos y por escenas, donde demora la atención, muy particulares y muy distintos de aquellos que imponen el ritmo, la atmósfera e incluso los temas de una narración escrita por por quien ve aquello de lo que habla.

Los días es una autobiografía excepcional, aleccionadora y emocionante. Y es un retrato del Egipto de la época. Sólo alcanza los años de niñez y adolescencia de Talah Husein. Pero tan corto horizonte es más que suficiente para acercar al lector a un mundo perdido en el pasado y, sin embargo, suficientemente próximo para iluminar la realidad de hoy. Un prólogo magnífico de Emilio García Gómez, traductor y extraordinario conocedor de la literatura y la cultura árabes, enriquece el texto y le añade, si cabe, mayores atractivos e interés.

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