Tom Wolfe
Anagrama, 2013
624 pp.
Con envidiable soltura verbal, sin la menor intención de morderse la lengua y con su habitual capacidad para la caricatura Tom Wolfe nos introduce en Miami y de rebote en los EEUU. Wolfe maneja la sátira con maestría y con evidente mala intención para darle agudeza al relato y se atreve a jugar con lo políticamente incorrecto apostando por la exageración y el humor y creando situaciones tan absurdas como divertidas.
La caricatura es eso, una pizca de humor y otra de exageración. Pero contiene también su pizca de realidad. O mejor, es sobre todo realidad con la distorsión de una forma de mirar distinta que el lector acepta porque sabe que se trata de un juego.
El Miami de Wolfe es sin duda una ficción. Pero es que el Miami real resulta una ficción, dentro de los Estados Unidos, de la que parece que no nos hemos dado cuenta. Los americanos, los americanos de verdad, los de piel blanca, los que crearon el país, los protestantes aunque hoy sean casi todos unos descreídos, resulta que forman una minoría en extinción en la ciudad. La mayoría, los ricos, los que llevan la voz cantante y los que tienen el futuro en sus manos son los cubanos.
El absurdo del que se cuelga Wolfe para construir su novela es justamente esa evidencia de la que los americanos no se han dado aún cuenta y que les pilla por sorpresa. Resulta que los extranjeros son ellos. Resulta que el país ya no es lo que era y se ha convertido en una fuente de desagradables sorpresas porque parece que los que triunfan –y los que mandan- ahora son otros que se colaron sin avisar. Son otros que han nacido ya en el país pero no son los de antes. ¡Jodida Miami! que es lo que sin remilgos expresa el título de la novela.
Pero no son solamente los ‘americanos’ los que se equivocan. Se equivoca todo el mundo porque todos padecen en versiones distintas del mismo mal que es la estupidez. ¿Qué les pasa a todos y qué nos pasa a todos -porque al final la crítica tampoco deja fuera al lector? El mal de todos es la miopía. Una miopía que hace a cada cual coherente en su minúsculo mundo y por ello mismo insistente en sus errores y convencido de llevar la razón. Pero que lo convierte en ridículo tan pronto el zoom se aleja un poco de la escena y se contempla el disparate de unos y de otros encerrados en sus convicciones miserables y pequeñas.
No hay compasión para Wolfe que carga las tintas en el relato y, al hacerlo, le da al lector alas para su divertimento. Porque casi siempre, esa miopía convive con todas las pasiones mezquinas que el día a día da por descontadas. Pasiones que forman parte de la vida de cualquiera, pero que, modificada la escala sobre la que se mueve la realidad, resultan campo abonado para la mirada más mordaz. No hay compasión para los estúpidos en esta comedia humana que es capaz de construir Wolfe allá donde otros no verían más que pura normalidad. (Pueden ustedes cambiar la r de pura por lo que les apetezca y estarán en el ambiente de Wolfe todavía más inmersos).
Bloody Miami es sobre todo Miami, porque en sus enredos toca los temas más diversos que dan carácter a la ciudad y que retratan a sus habitantes. Aunque no cuesta mucho extender la ácida ironía que el autor maneja magistralmente a esa América que nosotros llamamos Norteamérica y al final a todo el mundo. Bloody Miami, incisiva y malévola, ayudará sin duda al lector a pasar un buen rato de lo más entretenido.
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