Beatriz Pitarch
Laertes, 2012
242 pp.
¿Alguien conoce a alguien que haya estado en Corea del Norte? Seguramente no y de ahí que Cerrado 24 horas tenga, de entrada, el mayor interés. Porque quien lo escribe, Beatriz Pitarch, contactó por internet con una agencia de viajes que programaba recorridos por la Corea al norte del paralelo 17, se sacó un billete de avión hasta Pekín, no cuenta si se encomendó o no a algún santo, pero el hecho es que consiguió el visado y vio como se allanaba el camino para su objetivo de visitar el país más aislado del mundo.
Es verdad que tuvo que asegurar que nunca había roto un plato, según el modo que los coreanos tienen de entender lo que es eso. Dijo que no escribía libros, que no se dedicaba al periodismo y que no le interesaba la fotografía. Y con este currículum convenció a quien hizo falta de que le abrieran las puertas de la muralla.
Cerrado 24 horas es el relato de este viaje, de un viaje de diez días por Corea del Norte. Diez días es verdad que no son muchos, pero son una eternidad comparada con quienes solo han podido escribir asomándose a los periódicos y al testimonio de los desertores del paraíso comunista. Diez días de viaje y además con limitaciones porque quien va a la Corea de la que estamos hablando debe hacer el recorrido que las autoridades marcan y debe andar siempre de la mano de los 'guías' que acompañan al grupo y que tienen el loable cometido de velar por la 'seguridad' de su rebaño.
Pero aquí las limitaciones son también parte del país. Forman uno más de los componentes que hacen de la Corea comunista un país tan extraño y sorprendente. Un país tan milimétricamente controlado y tan puntualmente riguroso que Beatriz cuenta que se parece más a un videojuego que a la realidad. Las normas a las que se compromete el viajero forman parte del exotismo que acompaña al país y obligan a quien viaja a participar en esa enorme ficción que representan a diario millones de coreanos adoctrinados desde la cuna y convertidos en algo parecido a robots.
¿Está Beatriz Pitarch reproduciendo el discurso de quienes decían lo mismo de la Rusia soviética o de Cuba? Podría sonar parecido pero no tiene nada que ver. Y ahí está la gracia de su libro, que parece a ratos una excursión por el surrealismo más exagerado.
Sólo llegar a Corea le advierten de que tiene que estar pendiente de no doblar los periódicos. ¿Y eso? Es que los periódicos contienen siempre fotografías del Querido Líder y doblarlas, aún inconscientemente, es un signo de desatención que se interpreta como un desprecio. Y los desprecios en Corea se tratan con la expulsión del extranjero o con un campo de reeducación cuando uno es nacional. También aprende que al máximo dirigente llamarlo Querido o Amado Líder no es un simple cariño, sino una obligación cuyo olvido tampoco augura nada bueno a quien incurre en él. Sabe que si se salta una de las visitas programadas, en un gesto inocente que no implique desquerer hacia el país y sus dirigentes, se quedará encerrada en el autobús bajo la atenta vigilancia del conductor sin poder pisar la calle. Y está avisada de que debe llevar en la maleta un vestido elegante porque la visita al mausoleo del Eterno Presidente exige vestido elegante a las mujeres y traje y corbata a los varones.
¿El Eterno Presidente? Aunque aparente ser una extravagancia, el lector aprenderá que el Eterno Presidente es eso: eterno. Lo sigue siendo del país a pesar de haber fallecido hace años y sería un gesto de pésima consideración nombrar a otro por el simple hecho de haber pasado a la otra vida. ¿Y el presidente actual? El que hay ahora es un digno sucesor de su padre y de su abuelo, pero el Presidente sigue siendo el primero y lo será hasta el final de la Historia.
Beatriz Pitarch decide, para contar su aventura, dar también voz a los que formaban su pequeño grupo de compañeros de viaje, una argentina, un mejicano, un belga, una joven y despampanante rusa, un norteamericano... con lo que los puntos de vista se ensanchan y el país asoma desde opiniones diversas. Y pone en primera línea de fuego a los guías del grupo, que como a nadie se le oculta, son los comisarios políticos y resultan la imagen viviente del inquebrantable espíritu de la revolución coreana.
El relato es tan interesante como insólito y divertido. La escritura es distendida y fresca. Beatriz Pitarch asegura a quien quiera oírla que no está dotada para la ficción, que lo suyo es contar lo que ha visto y de la forma que le ha parecido que han transcurrido las cosas. La verdad es que lo consigue con gracejo y que el tema de Corea del Norte sopla a su favor porque el país tiene miga.
Es muy probable que ningún lector de Cerrado 24 horas haya tenido verdadero propósito de viajar a Corea. No estoy seguro de que después de leer el libro no haya más de uno a quien se le hayan resquebrajado las convicciones. Beatriz consiguió viajar a Corea del Norte y cuenta de su viaje cosas extraordinarias que parecen venir de otros mundos. ¿Quién diría que no a la posibilidad de ser testigo, él también, de semejantes maravillas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario