Dee Brown
Turner 2012
459 pp.
“Si un hombre pierde algo, vuelve sobre sus pasos y lo busca cuidadosamente, lo encontrará; eso y no otra cosa es lo que hacen, ahora, los indios al acudir a ti en demanda de lo que se les prometió en el pasado; y no creo que sea justo que se los trate como bestias.”
(Toro Sentado, en una reclamación al gobierno norteamericano.)
¿Son ustedes, como yo, de los que ven a los indios norteamericanos como un pueblo perdido en el pasado, lo mismo que se perdieron bosques y paisajes, como un mal inevitable de la civilización? ¿Son de los que creen, como yo, que la marea de americanos blancos no podía hacer otra cosa que arrasar las precarias comunidades indígenas para construir esta Norteamérica que conocemos y que descuella en tantas cosas en el mundo?¿Son de los que piensan en los descendientes de europeos, de africanos, de asiáticos o de hispanos, pero no de indios, cuando se habla del pueblo americano y de quienes han contribuido con su historia a forjar el país?¿Son de los que ven en los rascacielos de Manhattan, en las prósperas ciudades que rodean el lago Michigan, en las fuentes de tecnología que manan en California, en Facebook o en Boeing reflejos de las esencias de Norteamérica sin que en ellos aparezca huella alguna de las comunidades indias?
Si como yo, a primera vista, tienen esta impresión de Norteamérica les recomiendo la lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee en la seguridad de que disfrutarán de ella y de que cambiarán de opinión en lo que se refiere a Norteamérica y al pueblo indio.
Enterrad mi corazón en Wounded Knee es de alguna manera un libro aterrador. Pero es un libro necesario porque recuperar la verdad ayuda a reponer las cosas en su sitio, hace justicia a quienes fueron desposeídos de ‘visibilidad’ y por consiguiente de ‘razones’ y muestra una América más real –aunque más herida también- de lo que era mientras permanecía oculta una parte sustancial de su historia.
La llegada de los europeos a América –del norte o del sur- es tanto una gesta como la fuente de graves problemas, porque fue, al fin y al cabo el origen de una invasión. La invasión de unas tierras de las que un gran número de comunidades, articuladas en grandes y pequeñas tribus eran propietarias. Varios millones de indios constituyen la población indígena de Norteamérica y un grave impedimento para que la población de origen europeo pueda extenderse por el país. Lo que empieza, al principio de la colonización, como unas relaciones comerciales, continúa con fricciones y acaba en auténticas guerras en las que participa el ejército como cuña en territorios no pacificados donde los indios ofrecen resistencia a los blancos. El ejercito lucha, negocia, somete, planifica… aparece, en definitiva como el actor principal de lo que resulta un expolio.
Pero la lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee, que mantiene este papel protagonista del ejército, abre más puertas a la comprensión del problema. Si los indios sobran, hay que dar cobertura legal a lo que no es otra cosa que un exterminio. Y esta cobertura se construye, a base de ambiguedades, en las ciudades, lejos del campo de batalla. La construyen los ciudadanos que comulgan con el principio de la propiedad privada y que deben, por ello, reconocer al indio sus derechos. Y que, en beneficio de su propio interés, deben también conseguir que estos derechos de los indios a sus tierras y a sus vidas sean cada vez más pequeños, aunque sea recurriendo al incumplimiento de los tratados que se redactan y se firman una y otra vez, tras cada una de las batallas y que se vuelven sin excepción más severos y humillantes para cada tribu y para el conjunto de la nación india.
La derrota militar es para los indios el resultado de una derrota legal y política. Y para el pueblo norteamericano el resultado de una derrota moral. Pero su propia legalidad obliga a los norteamericanos blancos a argumentar acerca de la persecución a que someten a los indios y para ello a dejar constancia de los hechos. Hay que escribir.
Enterrad mi corazón en Wounded Knee nace de los archivos oficiales norteamericanos, de la transcripción de conversaciones, acuerdos, tratados, promesas y lamentos que quedaron escritos en el curso de la negociación –desigual- del gobierno norteamericano, casi siempre a través del ejército, con sus interlocutores indios. Y nace en torno a la fecha en que se cumple el centenario de la última batalla, en realidad de la última matanza, ocurrida en Wounded Knee, que sella la derrota definitiva de los indios.
A punto de iniciarse el siglo XX, en 1890, tiene lugar el último enfrentamiento reseñable entre norteamericanos. Un enfrentamiento tan desigual como terrible para la nación india y para el historial de la democracia norteamericana. Es la culminación de una larga relación basada premeditadamente en el engaño y en la necesidad de exterminar al pueblo indio. Mientras el discurso oficial es de exaltación del heroísmo de los colonos, de su sacrificio, del valor del individuo incansable frente al trabajo y frente a la adversidad, el lamento del indio queda reducido a una acusación que se pierde en el olvido: “Es inútil hacer tratos con los estadounidenses. Son todos unos mentirosos, nada de lo que dicen puede creerse”.
La lectura de Enterrad mi corazón en Wounded Knee abre los ojos a una realidad de sobras conocida. La trae de nuevo a primer plano y pone en un contexto humano a ese indio que los vencedores consideran una bestia y que Toro Sentado reivindica dramáticamente antes de morir y antes de la última y definitiva matanza que asola a la población india en Wounded Knee. Es una historia humillante para todos, pero es también una oportunidad de hacer las paces con el pasado y de reconocer el precio tan elevado que Norteamérica pagó para ser el país, en tantos aspectos ejemplar, que conocemos hoy.
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