Javier Reverte
Plaza y Janés, 2011
448 pp.
“Creo que nada hay más alejado de lo humano y más temible que este paisaje de los salvajes mares árticos. ¿Cómo los hombres se han atrevido a retar la ferocidad de un mundo tan inclemente?”
Son palabras de Javier Reverte que nos habla de un lugar desconocido para él hasta este momento y, seguramente, para la mayor parte de los lectores. El norte de Canadá, allí donde no hay prácticamente ciudades ni pueblos, donde el frío y la oscuridad reinan durante casi todo el año es el destino de un viaje que emprende en 2007 con objeto de recorrer en barco el paso que une por el mar ártico el Atlántico y el Pacífico.
Hemos leído de Javier Reverte las experiencias de sus viajes por África o por América, por desiertos, por paisajes de selva o a orillas del mar, pero casi siempre con la sensación de encontrarnos en lugares cálidos, o de estar en paisajes –como en el norte de América- donde el frío alimenta a la naturaleza y la convierte en el reino de bosques espléndidos. Pero ahora es justamente el contraste con con esos mundos dominados por el calor o por la vitalidad de la naturaleza lo que sorprende a Reverte cuando tropieza con la literatura que habla del ártico y se deja tentar por la curiosidad.
Un mundo totalmente distinto del habitual, riguroso en extremo, sin concesión a nada que favorezca a la vida es el que se encuentra cerca del polo. Y es el que decide visitar el autor contratando un pasaje en un barco que atraviesa de este a oeste por el laberinto de islas que compone la costa norte de Canadá.
Pero Reverte sabe que el trayecto que hace el buque ruso en el que se embarca, además de brutal por lo que a paisajes y condiciones climáticas se refiere, lleva a sus espaldas una larga historia de exploraciones casi todas con final trágico. Aventuras dramáticas que forman también parte de ese paisaje real y de la desolación que lo acompañan. Y por ello lo que nos cuenta en su libro son en realidad dos relatos que discurren en paralelo: el de su viaje hoy con sus sensaciones, con sus experiencias inmediatas y con la noticia de cuanto ve por los lugares por donde transita y las expediciones anteriores, durísimas, emprendidas con el objetivo de explorar espacios que la naturaleza situaba en el dominio de lo prohibido.
Javier Reverte es un excelente narrador y domina el oficio de contar sus viajes. Su relato de este Canadá que el clima sitúa más allá de la frontera, brumoso, desértico y frío, del que prácticamente no hay noticias porque prácticamente tampoco hay ni población ni facilidades que inviten a visitarlo es revelador de un mundo desconocido. Desconocido y en buena parte artificial porque aprendemos, leyendo a Reverte, que incluso los inuit, los habitantes indígenas, ocupan esas tierras como resultado de una repoblación moderna porque o no sobrevivieron o abandonaron los territorios inhóspitos donde vivieron en el pasado tan pronto tuvieron la ocasión de instalarse en lugares más benévolos.
Pero a este abandono, le correspondió en sentido contrario el interés de Europa por colonizar el lugar y abrir rutas que comunicaran por el norte el Atlántico con Oriente. La competencia con Portugal y con España primero y el temor a la expansión rusa siglos después movió sobre todo a Inglaterra a la conquista de rutas marítimas en aguas polares. Una tras otra, desde el siglo XVI se fueron sucediendo expediciones en busca de un paso navegable. Y una tras otra las tierras árticas fueron devolviendo a los marineros convertidos en héroes o fracasados pero siempre derrotados en el intento de atravesar un mundo hecho de hielo y sufrimiento. La narración de Reverte es en alguna medida la de la historia de la navegación. Una historia concentrada en un espacio pequeño y condensada en sus dificultades y rigores por el frío extraordinario y por la hostilidad y la peligrosidad del entorno.
El lector cree descubrir a través de Reverte una hazaña en la tierra parecida a lo que es hoy la aventura espacial. Porque la aventura en el Ártico suponía abandonar el mundo civilizado y lanzarse a un viaje que podía durar dos, tres o cuatro años, sin contacto con el resto del mundo, sin posibilidad de hacerse con provisiones con las que sobrevivir, sujeto a condiciones imprevisibles y donde un error de cálculo resultaba en muchas ocasiones fatal. El éxito en adentrarse por canales y estrechos para cartografiar el territorio y ayudar a los componentes de la siguiente expedición a avanzar aún más lejos, se convertía en una trampa si llegaba el frío y durante años no se producía el deshielo que permitía regresar o seguir adelante. Los osos, los indígenas, el frío, el temible escorbuto o simplemente el hambre diezmaba expediciones que regresaban con noticias de nuevos descubrimientos o que se perdían para siempre entre los hielos.
Relato terrible a veces, novedoso otras y muy interesante siempre es el que compone Javier Reverte en este último libro. Los aficionados a la literatura de viajes lo leerán con deleite, quienes deseen conocer una historia poco divulgada también, quienes se dejen seducir por las grandes hazañas y por la aventura del conocimiento de un mundo tan diverso como el nuestro lo disfrutarán, sin duda. En definitiva, quien quiera pasar un buen rato leyendo sobre viajes pasados y presentes tendrá la ocasión de hacerlo con este libro tan bien documentado como ameno.
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