Isabel Núñez
Alba, 2009
365 pp.
La paz es la continuación de la guerra por otros medios.
Me gustaría dejar un amplio espacio de silencio tras esta frase que aparece en las primeras páginas de Si un árbol cae pronunciada por un bosnio.
Viajé a Croacia en la primavera de 2002, muy pocos años después de finalizar la guerra. Y encontré un país agradable, lleno de energía donde los testimonios materiales de la destrucción y de la violencia pasadas habían casi desaparecido. La ‘normalidad’ había aflorado de nuevo y el destino trágico de los Balcanes se apagaba después de un dramático período de inflamación.
¿Por qué hablar aquí y ahora de la guerra en los Balcanes, a la que hace referencia Si un árbol cae? Seguramente porque a esta interpretación que da por definitivamente cerrada una etapa marcada por la guerra, se le puede oponer otra que vendría a decir que las furias desatadas en el conflicto de los Balcanes volvieron, como el genio, a la botella de la que no debieron salir, pero siguen ahí, latentes, y contagiando la realidad de hoy con su veneno.
Estamos ante un libro sobresaliente que no hace solamente historia del pasado. La hace del día de hoy. Nos habla de las personas, mayores y jóvenes, que viven en Croacia, en Bosnia o en Serbia a quienes la contaminación de la guerra persigue y afecta de modo irremediable en su vida cotidiana, en sus recuerdos, en sus relaciones, en su manera de estar en su propio país y de verse a sí mismos y a sus vecinos. Para el viajero, sería ésta una guía subterránea de lo que los ojos no pueden ver.
Isabel Núñez quiere entender qué ocurrió realmente. Quiere conocer los porqués de esta guerra enmarañada entre conciudadanos que se tenían por europeos, educados y cultos, de costumbres modernas, admiradores de Lou Reed, cosmopolitas y tolerantes. Quiere saber cómo la vivieron quienes tuvieron que soportar su horror. Y se interesa también por la huella que dejó en las personas y que las ha marcado a fuego hasta hoy.
La guerra de los Balcanes fue una guerra culta. A la cabeza de tanto horror había médicos, profesionales liberales, intelectuales… Hubo escritores. Y a escritores es a quienes la autora se dirige para que le cuenten. Toma notas, les graba la voz y los filma. Y su relato, el relato de su experiencia personal, de cómo lo vieron entonces y cómo lo ven ahora es lo que da contenido al libro.
Un libro duro. No por trágico, que no lo es. Duro por denso. Nada es liviano. Se habla en él de lo fundamental. Da la impresión de ser un libro de sustantivos, de unos sustantivos tanto más sólidos cuanto son temas fundamentales –la vida y la muerte, la convivencia, la esperanza, el odio, el respeto..- los que lo nutren.
Hay en Si un árbol cae materia muy enjundiosa para reflexionar sobre los nacionalismos. La hay también sobre lo que supuso en los Balcanes el abandono del socialismo. La hay –y resulta desesperanzador- sobre el impacto de la corrupción que asola a los países que surgieron de la antigua Yugoslavia una vez terminó la guerra.
Y sorprende al lector la llaga que dejó el conflicto en las generaciones jóvenes. Parece que las generaciones próximas a la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, las que se batieron el cobre apoyando a Tito o resistiéndosele estaban mejor preparadas para salir indemnes de tanto horror. Pero los jóvenes no tenían experiencias desde las que articular una defensa con que soportar la barbarie.
Terminado el conflicto, al menos en términos militares, la degradación se impuso. Se ha impuesto, si hay que ser fieles a quienes prestan su voz al libro. La corrupción, el victimismo, la pérdida de los mejores valores de modernidad y de progreso de la sociedad balcánica forman la herencia de quienes sobrevivieron y de la que les va a costar desprenderse al fin.
Conmociona oír el relato de los que ven con nostalgia los momentos más dramáticos de la guerra, de esos meses negros en que Sarajevo estuvo en el punto de mira de los ejércitos que la cercaban. Entonces salió lo mejor de las personas, todo era real, la vida era un ejercicio de voluntad soportado minuto a minuto con conciencia plena y con extraordinaria dignidad. En aquellos momentos, para muchos la voluntad de vivir desplazaba al odio.
Pero el tiempo y la normalidad que siguió a los acuerdos de paz contribuyeron a degradar a las personas y a las relaciones. Y el peso de la culpabilidad también. Los Balcanes dieron un paso atrás. Imposible distinguir entre amigos y enemigos. Imposible despejar el resentimiento. Imposible regresar a la sociedad cosmopolita y mezclada de etnias, religiones e ideologías distintas que se proyectaba en familias, barrios o pueblos y componía un rico espacio de convivencia desprovisto de conflicto. El futuro deberá ser el terreno donde jugar la larga partida de recomponer laboriosamente todo lo destruido en el curso de la guerra.
Quienes hablan de Serbia, Croacia, Eslovenia, Kosovo, Bosnia, Montenegro… son testigos singulares del presente en estos lugares y de su pasado reciente. Su oficio de escritores les hace articular un discurso sólido y meditado que no esconde las dudas, la incomprensión, la sorpresa y la amargura. Entre todos componen el relato de una guerra y de una paz, y con el concurso hábil, incisivo y lúcido de Isabel Núñez dan vida a un libro soberbio que no habría que dejar de leer.
2 comentarios:
Estupenda entrada. He dado con ella porque estuve viendo por segunda vez la película "En tierra de nadie" y me dio por buscar más información sobre Los Balcanes.
Interesante libro, todos deberíamos buscar la raíz de los conflictos.
Enhorabuena por la página, saludos.
Gracias por la lectura atenta!
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