C. Isherwood y W. H. Auden
Ediciones del Viento, 2008
334 pp.
Para la mitología viajera los ingleses han sido siempre pioneros y sus hazañas se mantienen como históricas y dignas de admiración. Se trata de algo parecido a lo que ocurre con la novela policíaca en cuyas raíces Sherlock Holmes reina todavía y conserva la condición de figura indiscutida.
En el elenco de esas hazañas de ingleses viajeros, tocados –para quienes no somos ingleses- con un punto de excentricidad, se inscribe Viaje a una guerra. El título describe bien el tema del que trata el libro.
Como preludio a la Segunda Guerra Mundial, Japón invade China –ha reclamado Manchuria como propia- y ha lanzado sus poderosos ejércitos para doblegarla. Occidente tiene importantes intereses comerciales en China y observa con preocupación la situación del país sujeto a un equilibrio peligrosamente inestable. El Kuomintang de Chiang Kai Chek se enfrenta a un emergente partido Comunista que mantiene una sólida actividad de guerrilla. Las ciudades, con una pequeña población ilustrada se sostienen sobre una masa miserable a la que el presente no ofrece perspectivas de redención ningunas. Y el campo, anclado en la más vieja tradición, en la ignorancia y en la extrema pobreza representa a la gran mayoría del país, sin esperanza y sin la idea clara de pertenecer a nación ninguna.
‘Si China resiste un par de años, Japón será vencido porque su economía no soportará el coste de la guerra’ anuncia un personaje de los que aparece en el libro. ‘¿Y la economía China podrá soportarlo?, pregunta el autor del libro a su interlocutor chino. ‘La ventaja de China es que no tiene economía. Es un país agrícola que mal vive de lo poco que cosecha’.
Esa China pobre y a pesar de todo enorme, vecina del imperio japonés en el que bullen deseos de expansión y vecina también de la Rusia soviética con un Stalin a la cabeza dispuesto a buscar cualquier ocasión para ampliar su influencia interesa sobremanera a Occidente. Por ello, cuando los editores encargan a Isherwood y a Auden el relato de un viaje por Asia y los autores proponen que el viaje sea a los escenarios de la guerra en China, la idea es aceptada, el viaje se efectúa con presteza y se convierte en un libro que se publica de forma inmediata.
Los autores, Isherwood y a Auden, son dos jóvenes más atraídos por el mundo intelectual, la literatura y la poesía que por el de la exploración y el riesgo. Son, como se ve a lo largo del libro, universitarios ajenos a la escena, intelectuales curiosos y distanciados de aquello que les rodea, inexpertos y con sentido del humor, ingleses conscientes de que ser inglés es también asumir un papel en esa comedia que da a los hijos de la Gran Bretaña una superioridad gratuita pero aceptada por la tradición.
No tiene Viaje a una guerra un tono jocoso, pero desprende una ironía burlona que caracteriza al relato y que llama la atención del lector. Tratándose de un tema sin duda dramático, de tanta importancia y de tanta complejidad podía haber resultado un libro con hondura histórica, social o política y no lo es.
Para los autores el viaje es sobre todo un pasatiempo. Viajan, como Phíleas Fogg, con un patrón de viajeros del siglo XIX. De viajeros ingleses, lo que significa, con un punto de vista etnocéntrico y siempre en el papel de sorprenderse por las rarezas de los demás, tan distintos de lo que corresponde a la normalidad que dicta el modo de ser británico. Isherwood y Auden no son ingenuos, por supuesto. Juegan con su propio papel y con el papel que atribuyen a los demás: a los ingleses que viven en China, a los extranjeros que encuentran y con los que entran en contacto a lo largo del viaje y a los chinos de quienes extraen la esencia del país que presentan a sus lectores.
De alguna manera, su libro es un ejercicio de estilo donde las claves se adivinan con facilidad porque son explícitas y no hay voluntad de ocultación. Isherwood y Auden entran en China como turistas curiosos y como periodistas. Periodistas que acopian información para lo que podría ser un gabinete de curiosidades al gusto inglés. Los horrores de la guerra quedan desvanecidos por la imagen mucho más real de la anécdota diaria, del absurdo que siempre tiene el comportamiento de las gentes de países lejanos, de la ironía que aparece cuando el vecino es observado con la distancia que pone el entomólogo cuando observa a un insecto y habla con la lógica del hombre a cerca del comportamiento del objeto de su atención.
Viaje a una guerra se lee fácilmente como una curiosidad. Tiene el atractivo de los relatos de otra época y dice tanto sobre China, como sobre la mirada de los ingleses cuando se interesaron por China y sobre el modo de ser de los propios ingleses en su relación con los demás.
Hay que añadir que Isherwood y Auden tampoco fueron unos ingleses cualesquiera. He hecho referencia al principio a su condición de intelectuales. Ambos acabaron en los Estados Unidos. Isherwood fue el autor de la novela que inspiró la famosa película Cabaret. Auden, que escribió poesía y teatro, fue a parar a Brooklyn, rodeado de un medio artístico e intelectual. El libro que escribieron recoge una visión de China muy particular. Pero tiene el atractivo de un relato vivido en primera persona y en un momento –el de la China capitalista- a punto de cambiar de manera radical para tomar un curso, entonces imprevisto, que ha tenido continuidad y ha marcado la realidad del mundo entero hasta hoy mismo.
sábado, 25 de octubre de 2008
Viaje a una guerra
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