lunes, 14 de marzo de 2011

El infierno de los jemeres rojos. Testimonio de una superviviente


El infierno de los jemeres rojos
Denise Affonço
Libros del Asteroide, 2010
249 pp.

¿Cómo pudo ocurrir?¿Y cómo pudimos no enterarnos? Son dos preguntas que surgen ante el drama de Camboya que desvela la lectura de El infierno de los jemeres rojos ...



Denise Affonço
Libros del Asteroide, 2010
249 pp.





¿Cómo pudo ocurrir?¿Y cómo pudimos no enterarnos? Son dos preguntas cruciales ante una situación dramática, de una dimensión enorme, que ocurrió en este mundo que consideramos pequeño, cada vez más parecido en todas partes, y donde las noticias circulan al instante e informan en cualquier punto de lo que ocurre en cualquier otro lugar.

¿Cómo fue que no nos enteramos? La pregunta suena con fuerza porque estamos hablando de Camboya en 1975 y de la instalación en el país de un régimen sanguinario que en el curso de poco menos de cuatro años produjo millones de muertos como consecuencia de una alocada política refundación radical del país, alimentada por el mito del maoísmo y convertida en locura colectiva.

Millones de muertos, desplazamientos masivos de la población, institucionalización de relaciones de sospecha y de sometimiento entre los adictos al régimen y los calificados de podridos por el hecho de haber vivido en las ciudades, de no pertenecer al linaje puro de los campesinos de las zonas ‘liberadas’ o de no formar parte de la guerrilla que desde regiones remotas consiguió hacerse con el poder con ayuda de China y de la inestabilidad que vivió todo el Sudeste Asiático en el conflicto que mantuvo Occidente con el mundo socialista. Todo eso y mucho más es lo que cuenta Denise Affonço en un relato espeluznante y al mismo tiempo tremendamente humano.

Denise Affonço, de nacionalidad francesa, afincada en Camboya, con un marido de origen chino, ella misma hija de madre vietnamita, empleada por el gobierno francés queda atrapada en la capital Phnom Pehn cuando entran victoriosas las guerrillas de Pol Pot en la ciudad y alumbran la esperanza de que la inestabilidad del país va, por fin, a terminarse bajo la batuta de un régimen comunista nuevo y fuerte. Pero nada más falso que este ilusorio fin de la pesadilla de la guerra, porque la paz se iba a cobrar muchos más muertos que las batallas entre los guerrilleros y los militares que apoyaban al gobierno derrotado.

La nueva Camboya de los jemeres rojos se iba a convertir en un campo de concentración con millones de esclavos que morirían en los arrozales, en huertos y bosques simplemente de hambre porque la creación de un nuevo país obligaba a destruir todo lo antiguo –ciudades, casas, propiedades, el dinero incluso- para crear una sociedad libre de la corrupción del pasado bajo la iluminada dirección de una guerrilla sanguinaria que no conocía límites en el proyecto de hacer tabla rasa y de vengar los pecados del pasado. Víctimas y verdugos convivieron durante cuatro años con penalidades infinitas de las que sorprende que no tuviéramos noticias.

Denise Affonço las cuenta al detalle porque las escribió en un cuaderno a petición de las autoridades vietnamitas cuando el ejército de este país decidió terminar con el genocidio y con el régimen de Pol Pot. Su escrito tuvo por objeto formar parte de la acusación ante un tribunal internacional para juzgar los crímenes del régimen jemer. Pero la historia fue olvidada por la propia Denise, ocupada en dejar atrás la muerte de su marido en un campo de reeducación y la de su hija en sus propios brazos por desnutrición. Dedicada también en rehacer su vida y la del hijo adolescente con el que pudo salir del país y condicionada por seguir el consejo de quienes le indicaron que no debía echar la vista atrás para revolver en los asuntos procelosos de la política.

El libro de Denise Affonço nace de la pregunta de cómo fue que no nos enteramos cuando en su nueva vida en Francia un periodista desmiente su testimonio porque sostiene que es más el fruto de los prejuicios y de la propaganda anticomunista que de la realidad. Y aquí es cuando la autora decide rescatar el viejo cuaderno que escribió bajo la iniciativa de los vietnamitas y sirvió de alegato ante el tribunal internacional de justicia para hacérnoslo llegar en forma de libro y sacar a la luz lo que fue la conocida como república de Kampuchea durante esos cuatro años en que dejó de llamarse Camboya.

El infierno de los jemeres rojos es un libro estremecedor. Es tremendamente humano y es, sobre todo, conmovedor ante tanto sufrimiento que llega al lector por la precisión con que la autora describe las terribles condiciones de vida que le tocaron sufrir a ella y a todos cuantos compartieron con ella, día a día, una existencia de esclavitud y de desesperación, al límite de la muerte.

Emocionante, además del dolor, es el agradecimiento que expresa Denise Affonço a los vietnamitas que trataron a las víctimas camboyanas con humanidad y a los amigos, viejos y nuevos, que la ayudaron generosamente a poder alcanzar con su hijo territorio francés y rehacer su vida.

Cuando la administración norteamericana bajo la presidencia de George Bush anunció la creación de una agencia de noticias al servicio de su política exterior destinada a propagar información no cierta que favoreciera los intereses los Estados Unidos estaba dando el reconocimiento oficial a la peligrosa práctica de que los estados democráticos ocultaran la verdad cuando estimaran oportuno y la tergiversaran. El genocidio en Camboya pudo mantenerse a lo largo de tanto tiempo porque permaneció oculto -activamente oculto- y no se supo de él con claridad suficiente.

Camboya es hoy heredera de esta experiencia traumática que marca aún su presente y está en la experiencia de una buena parte de su población. En el año 2010 se dictaron todavía condenas para los responsables de hechos tan dramáticos. Por ello El infierno de los jemeres rojos es un libro de actualidad y seguramente es un relato que habrá que tener siempre presente porque la historia muestra una incorregible tendencia a repetir acontecimientos terribles que las sociedades parecen incapaces de evitar para siempre.

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domingo, 6 de marzo de 2011

Tren a Pakistán


Tren a Pakistán
Khushwant Singh
Libros del Asteroide, 2011
247 pp.

Existen tantas Indias como escritores que escriben sobre el país. Khushwant Singh es casi un clásico. El tema que elige para su novela es el de una pequeña aldea, a orillas de un enorme río, pero sobre todo, a orillas de la vía del ferrocarril...


Khushwant Singh
Libros del Asteroide, 2011
247 pp.





Existen tantas Indias como escritores que escriben sobre el país. Khushwant Singh es casi un clásico, reconocido como uno de los grandes escritores contemporáneos. Diplomático, político, educado en Inglaterra es un intelectual de enorme prestigio. Y es además un hombre de visión aguda capaz de tratar temas complicados con un trasfondo de humor que los convierte en humanos.

El tema que elige para su novela es el de una pequeña aldea, a orillas de un enorme río, pero sobre todo, a orillas de la vía del ferrocarril. El momento no puede ser más amenazador. Lo que cuenta ocurre cuando el país decide escindirse en dos para resolver el conflicto religioso que lo asola. Pakistán, recién creado, será el hogar de los musulmanes y la India el de los hindúes, los sijs y demás indios que profesan otras religiones. Es fácil de entender que el divorcio no es pacífico ni que la decisión de ir a él es resultado de un ejercicio teórico. Cuando se decide la separación es porque la convivencia se ha hecho insostenible y los atropellos de unas y otras comunidades sobre sus enemigas amenazan con incendiar el país y con hacerlo inviable al poco tiempo de su nacimiento.

El drama está servido y argumentos para el horror los hay de sobra. Pero Khushwant Singh no nos arrastra a la catástrofe sino a la vida de unos pocos vecinos enzarzados en su cotidianidad y rodeados de negros nubarrones que no impiden que los acontecimientos triviales de la convivencia sigan marcando relaciones y aventuras varias.

El universo aldeano en el que se mueve la novela permite dibujar una India abarcable para el lector. Tanto en personajes como en acontecimientos. Y permite dar colorido a cada incidente y a cada pieza de la narración deteniéndose en él y perfilándolo con precisión para traerlo a la vida. La agricultura, el río, el monzón construyen el espacio de esta India de campesinos modestos en la que conviven, todavía en paz, musulmanes, hindúes y sijs como han venido haciéndolo desde tiempo inmemorial. Los propietarios de las tierras –pequeños propietarios, por supuesto-, los aparceros, el imán de la pequeña mezquita y el encargado del templo sij, el recaudador de impuestos, el prestamista, incluso el maleante… todas las figuras desfilan en la narración y componen un relato próximo.

Pero no estamos ante una novela que calificaríamos de étnica. Porque la realidad exterior desborda el pequeño horizonte de la aldea. Justamente la poca distancia que la separa del ferrocarril y de la estación permite que por ella lleguen a la aldea reflejos del mundo exterior. Un mundo distinto y que no se rige ya por las costumbres ni por las fidelidades tejidas desde antiguo entre los vecinos. Un mundo lleno de malos augurios, incomprensible y revuelto.

A través del juez, de la policía y del ejército aparecen la administración y la cultura del orden y el rigor que aportaron los ingleses. Esa misma cultura que da lustre a los oficiales y a los funcionarios del Estado y que da pie a atropellos y a injusticias que Khushwant Singh resuelve con ironía, sin restarles importancia pero con la mirada pícara de quien prefiere dejar que el aroma del sainete matice la realidad y exprese esa sabiduría que bendice a las gentes viejas y sensatas. Ironía, picaresca, traición a los principios y, al final, desolación y drama componen esta imagen de la India sensible, emotiva y certera que muestra el duro sacrificio que imponen los demonios desatados del odio, del miedo y de la necesidad de venganza hacia los demás.

Tren a Pakistán es una emotiva novela que nos ayuda a comprender la riqueza y complejidad de la India, dice la contraportada del libro. Y es una magnífica historia cuya trama resuena todavía en el presente, que conserva vivo el odio entre comunidades y mantiene nuevas y viejas heridas abiertas con amenazadora actualidad.

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domingo, 27 de febrero de 2011

Doña Bárbara


Doña Bárbara
Rómulo Gallegos
Siruela, 2010
375 pp.

Doña Bárbara es un novelón. Es una obra maestra de la literatura venezolana y es la mejor expresión de esta infinita región de esteros y sabana que es el Llano...

Rómulo Gallegos
Siruela, 2010
375 pp.






A pesar de las novedades, de vez en cuando hay que regresar a los clásicos para volver a encontrar el placer de la lectura. Me refiero a clásicos de la literatura en general más que a la literatura de viajes. Y me refiero a Rómulo Gallegos, autor de una espléndida novela ambientada en Venezuela.

Cada país ofrece mil escenarios donde colocar acción y personajes y donde construir una historia. En Doña Bárbara es el Llano el espacio donde se desarrolla la novela.

Venezuela, hacia los años 30 muestra mundos muy dispares. Caracas es un pueblo, tan grande como provinciano, la región selvática de la amazonia, lo mismo que la del delta del Orinoco, viven aisladas, envueltas en una vegetación impenetrable. El Caribe mira hacia otro lado y el Llano, enorme, se extiende por el centro del país con sus horizontes inabarcables. Paisaje de sabana, aridez, pero también inundación de marisma, paludismo y, más que sobriedad, pobreza y trabajo duro componen los decorados que acompañan en la novela a los personajes y condicionan sus vidas.

El lenguaje es lo primero que llama la atención, después de un prólogo excelente de la mexicana Carmen Boullosa. Porque Rómulo Gallegos es un maestro en el uso de la palabra y porque el hablar de los llaneros nos acerca a un idioma castellano, cultivado en América, rico en particularidades que reflejan una cotidianidad propia –los animales, el trabajo con los animales, las plantas, el río…- tanto como unas relaciones entre personas y de personas con el mundo entero que las rodea que sólo se pueden nombrar llamándolas cultura.

El Llano y su naturaleza y esa cultura de gentes nacidas en la sabana, grande e indomable prestan su concurso al conflicto sabiamente administrado que tiene a Doña Bárbara como protagonista principal y a Santos Luzardo como colaborador necesario.

Drama. La tensión que se apunta desde el primer momento sólo puede desembocar en tragedia, porque Doña Bárbara es una fuerza de la naturaleza con todos los atributos de la perversidad. Manipuladora, sin escrúpulo alguno, ambiciosa, bella y desalmada y Santos Luzardo con quien se enfrenta se dibuja como sensible, idealista, cultivado y débil frente a su oponente.

Pero esta tragedia se modera, no sé si por efecto del trópico o de la reverberación de esa utopía que alimentó a los intelectuales sudamericanos que bebieron de los principios éticos de la Revolución Francesa. La cuestión es que la fiereza del llano que aparece con Doña Bárbara y con sus acompañantes y el ideal de civilización que porta en su interior Santos se combinan en medio de la aspereza de los días y del paisaje para dar a luz a un porvenir nuevo, confuso aún, pero esperanzado que anuncia un mundo mejor y lleno de promesas.

Doña Bárbara es una obra maestra de la literatura venezolana y es la mejor expresión de esta infinita región de esteros y sabana que es el Llano. Es una novela de intriga, de pasiones sórdidas, de personajes insólitos, de segundas y de terceras intenciones, de lucha por ideales y de traiciones. En definitiva es un pedazo de novela, llena de emociones que seguro no va a defraudar.

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domingo, 20 de febrero de 2011

Fotografía de viaje


Fotografía de viaje
Richard l'Anson
Geoplaneta/Lonely Planet, 2009
368 pp.

¿Compraría usted un libro dedicado a la fotografía de viajes?¿Y si el autor del libro es un fotógrafo estrella de Lonely Planet y sus imágenes ilustran una buena parte de sus guías?...



Richard l’Anson
Geoplaneta/Lonely Planet, 2009
368 pp.





¿Compraría usted un libro dedicado a la fotografía de viajes? Depende. Cuesta pensar que el hecho de viajar a cualquier lugar, estar de vacaciones, vivir sobre escenarios distintos de los que encuentra uno en su entorno habitual afecte a la fotografía. Y esta duda persigue al aficionado cuando encuentra un título tan simple como Fotografía de viaje.

Pero puede empezar a disiparse cuando el autor del libro es un fotógrafo estrella de Lonely Planet y sus imágenes ilustran una buena parte de sus guías y de la galería de fotos que cuelgan de la web de los editores más importantes de guías de viajes.

Seguramente, no hay reglas que se apliquen solamente a la toma de fotografías cuando se viaja, pero puede haber una experiencia casi ilimitada que haga aconsejable prestar atención a lo que cuenta un experto como es Richard l’Anson, el autor del libro.

De hecho, l’Ansom es consciente desde el principio de esta especie de suplantación que se produce cuando el viaje abarca a toda la realidad. Lo que vale para los viajes, dice a poco de arrancar el libro, vale para casi todo tan pronto como uno se aleja del garaje de su casa. Pero como su pasión va ligada a los viajes –y su medio de vida también- hace un recorrido de la A a la Z de todo lo que considera debe conocer el aficionado y de todo lo que para él constituye la práctica de su profesión.

No sé si quien lea el libro se va a convertir de un fotógrafo sobresaliente, pero sí es seguro que prestando atención a todos los asuntos de los que trata tendrá criterio para orientarse en un mundo que quien no ha pasado por una escuela maneja a base de intuición y que el profesional, además, ha sistematizado para no cometer errores y para mejorar paso a paso la calidad de su trabajo.

Como anunciaba la célebre película de Woody Allen, todo lo que usted quisiera saber sobre fotografía … aparece en este libro. Nos habla de cámaras, de objetivos, de filtros, de carretes para los nostálgicos y de tarjetas de memoria. Nos habla de formatos digitales y de los metadatos que acompañan a la información de cada imagen. Y aunque las ‘technicalities’ ocupan un lugar importante, se ocupa también de lo que no es pura técnica y que hace la diferencia entre las fotos mediocres y las excelentes.

Después de aleccionarnos sobre máquinas y accesorios sorprendentes nos devuelve a la realidad del fotógrafo y enfría nuestro entusiasmo cuando nos advierte de que “pueden hacerse buenas fotos con cualquier cámara y por cualquier medio. En los últimos ciento ochenta años –nos dice- se han realizado muchas fotografías memorables con las máquinas de cada momento…”, de modo que el secreto está en otra parte.

Y ahí empieza con un exhaustivo repaso de la luz, de la composición, del punto de vista, de los contenidos… y de los temas. Temas de todos colores y variedades saca Richard l’Anson a relucir, cada uno con su matiz y su intención, y todos desde la experiencia de quien se ha enfrentado a ellos y ha tratado de sacar lo mejor de cada uno. Cuanto más grande es el mundo, más numerosos los temas y cuanto más se acerca uno a ellos más derivadas encuentra, todas ellas con sus particularidades: la ciudad, el campo, la vida animal son algunas de ellas. Pero, a continuación, se multiplican y dan lugar a otras mucho más precisas que hay que ‘comprender’ para extraer de ellas esta foto que sorprende y embelesa.

Todas las fotos, nos viene a decir l’Anson, están ya hechas. Pero hay aún un hueco en el que explorar y donde encontrar una imagen extraordinaria y todavía inédita. Fotografía de viaje quiere ayudar al lector a encontrar este camino y aporta para ello una información verdaderamente masiva. Cuenta los ingredientes y explica el camino para componer la fórmula. Pero el resultado dependerá también del cocinero, de su inspiración y de esa práctica insustituible que hace al buen fotógrafo: tirar miles de fotos para aprender de todas ellas y acercarse a ese mito que es la perfección.

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martes, 15 de febrero de 2011

Un general confederado de Big Sur


Un general confederado de Big Sur
Richard Brautigan
Blackie Books, 2010
167 pp.

Ni un cinco por ciento de los libros que pueden tener que ver con la literatura de viajes muestran algún género de humor. Éste lo tiene a raudales y por esto merece que se le preste atención...


Richard Brautigan
Blackie Books, 2010
167 pp.





Ni un cinco por ciento de los libros que pueden tener que ver con la literatura de viajes muestran algún género de humor. Éste lo tiene a raudales y por esto merece que se le preste atención.

¿Pero es sólo eso? Ni mucho menos. Resulta que el autor, es un escritor, como se llama ahora, de culto. Un hombre rematadamente maldito, de la generación de los que se dedicaron a la contracultura, entre hippy y ácrata, absolutamente inapropiado en sus opiniones y aficiones y olvidado, para más señas. Y que sigue una tradición literaria que viene del humor inglés, que entiende que el humor es legítimo y un signo de inteligencia. Y viene también del humor de la ‘colonia’ norteamericana, que además se siente libre para explorar temas y situaciones sin cortapisas morales, hijas todavía del “qué dirán”.

Mark Twain asoma tras Un general confederado de Big Sur con la picaresca descarada de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn. Y todavía más, se hace presente en las páginas de este libro que comentamos Tom Sharpe o John K. Tooke y su Conjura de los necios hecha de personajes desharrapados, directamente desagradables, pero hilarantes en su cutrería, falta de escrúpulos y de criterio, y adaptados a su manera a la realidad en la que deben vivir, una vez ‘tuneada’ para hacerla no sólo tolerable sino apropiada a sus experiencias y desvaríos.

Richard Brautigan, el autor de nuestro “general confederado”, inventa una trama, pero se diría que es él mismo quien está en el centro del relato. Un relato norteamericano hasta la médula. Californiano, soleado, libre-libertario y enloquecido que discurre alrededor del Big Sur.

¿Sabe alguien qué es el Big Sur? Brautigan lo rescata del olvido como manifestación del absurdo. Es un pedazo de tierra que presenta como desértica, perdida en mitad de ninguna parte entre el Pacífico y la sierra de Santa Lucía, olvidada en el camino entre San Francisco y Los Ángeles, convertida en secarral donde sólo algunos gatos, y unos desheredados –felices a pesar de todo ¿o no?- viven y despliegan los mitos de ese viejo (¿?) país que es Norteamérica, construido a base de batallas medio olvidadas y de personajes confusos que ayudan a huir de la realidad y crear otra absurda en la que se mueven nuestros personajes.

“La primera vez que oí hablar de Big Sur no sabía que había formado parte de los difuntos Estados Confederados del América, un país que pasó de moda igual que pasan las ideas, las pantallas de las lámparas o un tipo de comida que la gente ya no cocina.”

Con esa aproximación, Brautigan nos habla del envés de esa moneda cuya cara brillante es Sausalito, el Silicon Valley o la universidad de Stanford y que en nuestro caso muestra la vida mísera, tramposa e improvisada de personajes de derribo envueltos en el humor que genera el absurdo.

Una cara de América poco habitual es la que se muestra en Un general confederado de Big Sur . El título ya es desmitificador porque el lector se entera pronto de que el general es una entelequia: que no existió nunca. A lo sumo hubo un soldado fuera de lugar con vocación de cualquier cosa menos de héroe. Un buen tazón de una América sin gloria es lo que nos ofrece Richard Brautigan y un buen rato de lectura también entre sonrisas alimentadas por una sucesión de situaciones disparatadas.

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domingo, 6 de febrero de 2011

Calle Amazonas. De Manaos a Belém por el Brasil olvidado


Calle Amazonas
Bernardo Gutiérrez
Altair, 2010
198 pp.

Equipado con un cuaderno de notas, una cámara de fotos –profesional- y con tiempo por delante, Bernardo Gutiérrez se sitúa en la Amazonia y nos la cuenta. Oficio tiene para ello...



Bernardo Gutiérrez
Altair, 2010
198 pp.





Equipado con un cuaderno de notas, una cámara de fotos –profesional- y con tiempo por delante, Bernardo Gutiérrez se sitúa en la Amazonia y nos la cuenta. Oficio tiene para ello. Es periodista y viajero. Ha publicado en Nacional Geographic, en Geo, en El País, en La Vanguardia… hasta en Playboy. Y ha vivido cuatro años en Brasil. No es pues un recién llegado al mundo de la escritura ni a ese otro mundo vital y rico en paisajes, en gentes y en historia que es el gigante brasileño.

Todo lo que rodea al Amazonas está envuelto por el mito. El río es el más largo del mundo. Sí, sí. Bernardo nos lo cuenta, porque no hace mucho, los cartógrafos descubrieron que su nacimiento estaba en un lugar distinto del que se creía y desde su nuevo origen añade suficientes kilómetros a su curso como para ponerse en el primer puesto del ranking mundial. Bien. Río largo, caudaloso, rodeado de selva, lleno de vida, desconocido, impenetrable e inexplorado en algunas de sus regiones, dueño de una riqueza a ojos vista y de tesoros no desvelados aún, pero que se suponen inmensos, el Amazonas está rodeado de un halo que hace difícil distinguir donde acaba la imaginación de los hombres y donde empieza la realidad de la imagen que nos llega.

Por ello Bernardo Gutiérrez se propone borrar la amazonia ficticia y esforzarse por contarnos lo que hoy es. Quiere bajarnos del cómodo sillón de espectadores de una selva literaria e idealizada para devolvernos a la realidad. “La selva no es tan solo un santuario de la biodiversidad. Es mucho más. Principalmente, el hogar de millones de seres humanos.” Y para ello, emprende un recorrido que empieza en Manaos para terminar en Belém, a orillas del Atlántico, embarcando en naves grandes y chicas, incómodas casi todas, y deteniéndose en los más diversos lugares para conocer rincones y gentes que el viajero no suele encontrar en los recorridos turísticos.

Manaos es el origen, porque es la gran capital y porque está en el imaginario que todos tenemos de esa relación entre la mayor masa de verde y de agua dulce del planeta, la mano del hombre y la ambición por dominar la naturaleza. Sirve para hablar del pasado y del presente. Y para advertir de los quiebros de la historia que sin avisar apenas conduce a la mayor opulencia, lo mismo que a la ruina y busca caminos inéditos como el de la alta tecnología para dejar de extraer madera y sacar, en cambio, de la selva chips, motocicletas y software.

Pero Manaos, su espléndido teatro y los ecos de Fitzcarraldo son sólo el principio. Tras él se desarrolla un largo viaje que da pie a hablar de muchas cosas más, siempre con el tono real de la experiencia vivida y del testimonio de lo que cuentan –y de lo que callan- las personas que se van encontrando a lo largo de los días y de las sucesivas etapas.

La matanza –por millones- de indios que acompañó a la colonización de la Amazonia surge tras rascar sólo un poco en la memoria. Los mitos indígenas y la indigencia absoluta en que vivieron algunas tribus, los intentos de interpretación de los blancos que vinieron de fuera, con resultados y con intereses tan diversos: Levi Strauss, por el lado académico, Casaldáliga comprometido, optimista y solidario, las instituciones, provisoras en origen y criminales con el paso del tiempo después de asociarse a intereses perversos… van encontrando hueco en las páginas del libro

La vida en la Amazonia ha cambiado a pasos agigantados y la cultura urbana ha planchado las formas tradicionales a una velocidad y con una contundencia inapelables. En mitad de la selva, lejos de la ciudad, las camisetas ‘urbanitas’, los piercings, las crestas punkis, las bolsas de basura y la música a todo volumen de nuevos grupos a la moda se mezclan con el mensaje de las sectas evangelistas y contribuyen a la extinción de una cultura que estuvo viva hasta hace muy poco tiempo.

“El primer contacto (con la civilización) para muchas tribus indígenas significa una hecatombe.” Pero Calle Amazonas, no es un libro que se deje llevar por la catástrofe, ni melancólico. Cuenta esta hecatombe sin dejarse arrastrar por ella porque habla además de la vida y de cómo ella descubre nuevos cursos a medida que el entorno va penetrando las fronteras, en el pasado impermeables, que hacían de la Amazonia un mundo poderoso y aparte.

Calle Amazonas es un excelente libro de viajes y un testimonio singular de la realidad que surge en torno al gran río brasileño. Es un relato con opinión que ayuda a entender ese mundo poco visible y en evolución que es la Amazonia y que se desarrolla dentro de ese otro mundo lanzado hacia el futuro que es Brasil. Quien sienta curiosidad, nostalgia o interés por acercarse al Amazonas llevado de la mano de un guía bien dispuesto y buen conocedor de lo que habla, tiene ahora con Calle Amazonas la mejor ocasión de satisfacer sus deseos.

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domingo, 30 de enero de 2011

Nueva York


Nueva York
Henry James
Sexto piso, 2010
695 pp.

El título no puede ser más explícito. Hablamos de Nueva York. Pero de un Nueva York en segunda o en tercera derivada. Es decir, de un Nueva York esencial, próximo a las raíces que lo animan...


Henry James
Sexto piso, 2010
695 pp.





El título no puede ser más explícito. Hablamos de Nueva York. Pero de un Nueva York en segunda o en tercera derivada. Es decir, de un Nueva York esencial, próximo a las raíces que lo animan, que desvela el ámbito profundo de su carácter y el de sus gentes. Lejano, pero real todavía.

Henry James conoció Nueva York de pequeño, una ciudad que nada tenía que ver con la que unos años más tarde creció de forma espectacular para saturar con sus calles y edificios la isla de Manhattan, hasta entonces pueblerina y ‘natural’. Los años centrales del siglo XIX fueron de frenético desarrollo para la ciudad, que cambió de aspecto y de población a medida que los emigrantes llegaban a su puerto de manera continua y aglomerada, animados por una actividad y por una creación de riqueza desbordantes.

Pero James no nos habla directamente de ello. Sus personajes son neoyorkinos de verdad, habitantes de la ciudad y no notarios. Y en consecuencia desarrollan sus vidas con la naturalidad de lo cotidiano, en medio y a pesar de tanto movimiento como se produce a su alrededor.

James es sobre todo un creador de tramas. Inventa historias en cuyo interior se desenvuelven los personajes, arropados por una sociedad que los anima y los justifica. Es un observador de comportamientos que dibujan relaciones, caracteres, formas de vivir y de ocupar un espacio entre otros personajes. Y ahí es donde asoma este Nueva York que da título al libro. Son los particulares neoyorkinos que pueblan los relatos de James quienes reflejan esa ciudad en la que viven. Una ciudad 'antigua' porque los habitantes viven de tradiciones y de fórmulas sociales generadas por el tiempo, pero inédita también porque todo es nuevo y está en la conciencia de muchos que la ciudad crece desaforadamente y que la 'colonización' de las tierras baldías del norte con más calles y edificios es imparable.

Aunque todo ocurre en Nueva York, sólo algunos indicios permiten visualizar la ciudad. En algún momento aparecen en el texto imágenes de guardias vestidos de blanco y con sombrero de paja, de los ómnibus que recorren las calles, del cerco de madera que protege el centro de Washington Square, de las casas color chocolate que hoy llamamos ‘brownstones’... Pero poco más nos conduce a lo concreto, porque este NY que da título al libro no está hecho de accidentes sino de esencias.

Nueva York de Henry James se presenta como una antología. Es una meditada selección de relatos con historias diversas. Relatos vinculados todos ellos y de distintas maneras a la ciudad, de longitud desigual y algunos editados por primera vez en castellano. Ofrece una mirada cargada de sentimiento al Nueva York de ayer y ofrece también la ocasión de aproximarse a la obra de uno de los mejores novelistas norteamericanos. Es literatura y nostalgia. Dicen los críticos que es un ajuste de cuentas entre el autor y la ciudad. Es, desde luego, una buena ocasión para entretenerse en el alma de una capital, de vida intensa, que no ha parado de reinventarse desde que nació.

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