Siruela, 2010
375 pp.
A pesar de las novedades, de vez en cuando hay que regresar a los clásicos para volver a encontrar el placer de la lectura. Me refiero a clásicos de la literatura en general más que a la literatura de viajes. Y me refiero a Rómulo Gallegos, autor de una espléndida novela ambientada en Venezuela.
Cada país ofrece mil escenarios donde colocar acción y personajes y donde construir una historia. En Doña Bárbara es el Llano el espacio donde se desarrolla la novela.
Venezuela, hacia los años 30 muestra mundos muy dispares. Caracas es un pueblo, tan grande como provinciano, la región selvática de la amazonia, lo mismo que la del delta del Orinoco, viven aisladas, envueltas en una vegetación impenetrable. El Caribe mira hacia otro lado y el Llano, enorme, se extiende por el centro del país con sus horizontes inabarcables. Paisaje de sabana, aridez, pero también inundación de marisma, paludismo y, más que sobriedad, pobreza y trabajo duro componen los decorados que acompañan en la novela a los personajes y condicionan sus vidas.
El lenguaje es lo primero que llama la atención, después de un prólogo excelente de la mexicana Carmen Boullosa. Porque Rómulo Gallegos es un maestro en el uso de la palabra y porque el hablar de los llaneros nos acerca a un idioma castellano, cultivado en América, rico en particularidades que reflejan una cotidianidad propia –los animales, el trabajo con los animales, las plantas, el río…- tanto como unas relaciones entre personas y de personas con el mundo entero que las rodea que sólo se pueden nombrar llamándolas cultura.
El Llano y su naturaleza y esa cultura de gentes nacidas en la sabana, grande e indomable prestan su concurso al conflicto sabiamente administrado que tiene a Doña Bárbara como protagonista principal y a Santos Luzardo como colaborador necesario.
Drama. La tensión que se apunta desde el primer momento sólo puede desembocar en tragedia, porque Doña Bárbara es una fuerza de la naturaleza con todos los atributos de la perversidad. Manipuladora, sin escrúpulo alguno, ambiciosa, bella y desalmada y Santos Luzardo con quien se enfrenta se dibuja como sensible, idealista, cultivado y débil frente a su oponente.
Pero esta tragedia se modera, no sé si por efecto del trópico o de la reverberación de esa utopía que alimentó a los intelectuales sudamericanos que bebieron de los principios éticos de la Revolución Francesa. La cuestión es que la fiereza del llano que aparece con Doña Bárbara y con sus acompañantes y el ideal de civilización que porta en su interior Santos se combinan en medio de la aspereza de los días y del paisaje para dar a luz a un porvenir nuevo, confuso aún, pero esperanzado que anuncia un mundo mejor y lleno de promesas.
Doña Bárbara es una obra maestra de la literatura venezolana y es la mejor expresión de esta infinita región de esteros y sabana que es el Llano. Es una novela de intriga, de pasiones sórdidas, de personajes insólitos, de segundas y de terceras intenciones, de lucha por ideales y de traiciones. En definitiva es un pedazo de novela, llena de emociones que seguro no va a defraudar.
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