Carlos Manuel Álvarez Rodríguez
Sexto Piso, 2017
257 pp.
Cuba vuelve a estar de moda en el campo editorial porque parece que el país se mueve, aunque no se entienda muy bien en qué dirección ni se sepa a qué ritmo. El caso es que van apareciendo libros, en buena parte arropados por ese aroma familiar y exótico al mismo tiempo que a los españoles nos tiene prendados.
Cuba no sería lo que es sin unas señas de identidad que acaban apareciendo en todo relato y que se apoyan en una tradición que viene de lejos. La bonhomía de la gente, su buen humor a pesar de las adversidades, la querencia por la música, la familiar convivencia entre blancos y negros, las raíces africanas de tantas creencias religiosas, la voluptuosa sensualidad que suele acompañar al ambiente y la Revolución vivida desde la cotidianidad forman parte de un relato al que nos tiene acostumbrados la literatura.
La tribu habla de Cuba igualmente, pero de una forma distinta. Se diría que estamos habituados a que le llegue al lector la voz de una Cuba más antigua de la que emplean los jóvenes escritores bien asentados en el siglo XXI y buenos conocedores del mundo que los rodea. Cuba sigue siendo una isla pero no tanto, porque la información circula y la insularidad física y social se ha deshecho a medida que se han hecho permeables las barreras que la sostenían o que la forzaban.
Con el subtítulo de Retratos de Cuba, Carlos Manuel Álvarez, construye su libro a base de asuntos de tono y de tema muy diverso y que sin embargo representan la vida del país. Relatos anecdóticos -tampoco cortos- entre los muchos que pudieran imaginarse, y que componen, desde la diferencia de unos y otros, una realidad que el lector sabe encajar descubriendo una especie de coherencia entre ellos.
Por la singularidad de los temas, habría que hablar de relatos periféricos o de relatos accidentales, pero justamente esa línea que pone límites a lo que podríamos entender como el meollo de Cuba o de los cubanos es lo que une al conjunto, lo que define a esa tribu variopinta que da vida al país.
Una sucesión de escenarios abre los ojos sobre experiencias humanas suficientemente diversas como para ofrecerle al lector un amplio abanico. Experiencias que hacen frecuente referencia al mundo más allá de la frontera. Un mundo vedado a los cubanos hasta hace poco pero que ha entrado en la vida de muchos y les obliga a digerir la contradicción de estar pero no estar en el mundo.
El regreso a casa de una estrella del beisbol que ha jugado en las ligas norteamericanas, o el del prófugo de la justicia americana convertido en pieza de negociación entre gobiernos, el recorrido del emigrante por México, por Colombia, Panamá, Perú, Costa Rica tan disparatado como dramático hablan de una mirada puesta más allá de la propia frontera y de noticias que llegan desde lejos y componen el día a día de esta Tribu que sigue viva y zarandeada por los acontecimientos.
Aunque no todo es mirar afuera. Volviéndose hacia casa el autor dedica un magnífico espacio lleno de registros musicales a Juan Fornell, el líder de los Van Van, y, en el otro extremo de la escala de la sensibilidad, lo dedica también a la vida en un basurero donde unos pobres diablos intentan ganarse la subsistencia aunque sea al nivel más miserable en una vida que se ha hecho llevadera a base de renuncias y de resignación.
No hay en La tribu espacio para esa célebre mecedora en la que se refugia el cubano más clásico para pasar las horas mirando a un horizonte cualquiera, como tratando de prolongar el pasado, borrar el presente y evitar un futuro del que no se espera nada. No hay sosiego ni ensoñación. Con Carlos Manuel Álvarez entramos en un mundo donde el tiempo y el entorno están vivos y donde el futuro se vislumbra porque ha entrado a formar parte ya del presente.
Un excelente texto, mejor literatura, tema interesante es lo que encontramos en esta tribu que retrata a la gran isla del Caribe con una mirada actual y que el lector va a percibir como diferente a lo que le han contado hasta ahora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario