Gonzalo Rueda
Estudiosos del tema, 2009
120 pp.
Voy a empezar por un consejo. Y es que no se priven del capricho de leer este libro, distinto, gracioso y culto.
No conozco al autor –Gonzalo Rueda- al que imagino de personalidad obsesiva y de complexión inagotable. Lo sugiere él en las páginas que escribe, pero es que de no ser así, el libro hubiera sido imposible. Estamos ante un diario de viajes dibujado, desde la primera a la última página. Dibujado a modo de tebeo, en blanco y negro, a pluma o con rotulador fino y con maestría indudable.
A primera vista se trata de un divertimento, de un cuaderno de apuntes con escenas de viaje. De un viaje personal, porque el autor, su pareja y los amigos aparecen en medio de las ilustraciones y expresan sus humores en cada momento. Los viajes son, al fin y al cabo, eso: cansancio, diversión, ganas de volver al hotel o saturación por tanto museo como se acumula a lo largo del día. Todo ello, con humor y sin ningún exceso, adereza las sucesivas escenas del periplo.
Pero enseguida se descubre que Gonzalo Rueda es un agudo observador y un magnífico dibujante. Y seguramente es un magnífico observador porque entre dibujo y dibujo el lector intuye que lo suyo es la cultura, que es un hombre interesado y familiarizado con la historia en general y la historia del arte en particular. Gonzalo Rueda no sólo dibuja, sino que elige los temas y los desarrolla con intención. Con esa intención que surge en quien es buen conocedor del terreno que pisa y que tiene la sensibilidad a flor de piel para disfrutar –para apasionarse- con lo que está viendo.
Los países que recorre no son para menos. Su cuaderno hace referencia a Grecia, Italia y Croacia. Y nos cuenta el autor, haciendo un guiño de humildad, frente a viajeros más ilustres de otros tiempos, que los suyos son los mismos viajes que en el XIX los ricos ingleses hacían en la juventud para conocer de primera mano las joyas del renacimiento y del barroco, tocar los restos del imperio romano y dejarse seducir por la luz del Mediterráneo y los aromas del romero y del tomillo en la Toscana o la Provenza. Ellos llamaban a sus viajes “the Grand Tour” y Gonzalo, alimentándose de pizzas y con mochila a la espalda, reconoce que juega en una liga más modesta, que los viajes son hoy más democráticos y que lo suyo son los “Petits Tours”.
Pero no debe engañarse el lector. “Petit Tour” y “petit livre” no implican calidad disminuida. Gonzalo Rueda dibuja ciudades y paisajes con una frescura llamativa y es un maestro en el dibujo de la arquitectura, que tanta importancia tiene en los lugares que visita y que tan bien describe la importancia del patrimonio artístico en los tres países de los que habla. Templos antiguos, el exterior de iglesias, su interior, detalles de esculturas o de pinturas, calles y plazas, vistas de ciudades enteras se aglomeran, se mezclan y se dispersan también en las páginas del libro que se desarrolla a medida que se desarrollaron los viajes del autor. Y todas estas imágenes surgen al mismo tiempo que surge un texto –escrito en rotulador, lo mismo que los dibujos- que da cuenta de aspectos relevantes de cada lugar.
He dicho más arriba que había que leer el libro y lo he dicho con intención, porque el primer impulso es el de mirar solamente. El de dejarse arrastrar por las imágenes. Pero los textos, sucintos, tienen importancia porque desvelan los registros que ordenan la mirada del autor y administran su interés. Son textos casi ‘orales’, inmediatos y por ello mismo espontáneos, a menudo con un toque de humor y muchas veces con un fondo casi académico que nos hace ver que a pesar del formato próximo al tebeo, no estamos ante una versión frívola del relato de viajes sino ante un ejercicio creativo, inteligente, fresco y reflexivo con el que el lector disfrutará y pasará un buen rato de entretenimiento.
Sólo un último apunte antes de terminar. Lo mismo que el Off Off Broadway servía para designar un circuito secundario para obras que no llegaban a las salas de teatro más importantes Petits Tours está en la misma onda ‘indie’ que significa que es difícil de hallar en las librerías. Merece la pena buscar allí donde lo haya y no perder la ocasión cuando se encuentre, para tenerlo entre las manos, ojearlo, leerlo, aprender y gozar de él.
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