Chinua Achebe
Debolsillo, 2010
313 pp.
En La flecha del dios es África la que habla. Lo escribe Chinua Achebe, a quien todos los que conocen bien la literatura africana consideran el primer novelista. Él es quien encabeza la saga de autores africanos que se adentra en este género que en occidente se entiende como una novela.
Chinua Achebe, de etnia y de lengua ibo, escribió en inglés y eso es lo que permitió que sus libros se vendieran por millones, fueran traducidos a los más diversos idiomas y traspasaran en África las fronteras para convertirse en signo de identidad frente al colonialismo. Tal como cuenta Mandela, Chinua Achebe fue "el escritor en cuya compañía cayeron los muros de la prisión".
La flecha del dios habla de un mundo en trance de desaparecer. Relata la vida en una aldea de Nigeria hace bien poco tiempo, cuando él era pequeño. En una aldea parecida a tantas otras, porque el país era eso, un conglomerado de pequeñas comunidades esparcidas en el espacio y en contacto profundo con la naturaleza.
Se habla de Chinua Achebe como novelista, pero en sus personajes hay poco espacio para los héroes. La trama no necesita para sostenerse de individuos con grandes singularidades ni de acciones de gran mérito. Quienes aparecen son personas llanas, y sin embargo notables todas ellas. Lo que ocurre forma parte de la vida cotidiana y refleja el fluir de los días en la comunidad, con sus tensiones, sus incidencias y sus incidentes, con los acontecimientos que marcan el paso del tiempo y el precario equilibrio que sostiene la convivencia.
Un mundo desconocido se abre a los ojos del lector. Todo resulta nuevo, porque empezando por las convenciones que marcan la relación entre personas, nada es lo mismo en una aldea africana que en una ciudad europea. Estamos en el África más tradicional, la que vive de las cosechas que se repiten sin cambios desde tiempo inmemorial, la que se sostiene en tradiciones que vienen de un íntimo contacto con el mundo natural con el que se mantiene una relación antigua y respetuosa.
El encuentro entre personas, vecinos o parientes, se enmarca en una ceremonia de saludos que se desarrolla en medio de una curiosa formalidad y en la que no faltan gestos y ritos para propiciar la salud y la buena suerte. Las afirmaciones sobre temas importantes se apoyan en la autoridad de los mayores o de principios éticos que ayudan fundamentar la razón sobre bases sólidas y compartidas por la comunidad entera y que llaman la atención de los lectores que se asoman a este mundo desde perspectivas de la vida muy distintas. Los espíritus, por ejemplo, son figuras familiares, forman parte de la vida y son tanto el sostén frente a amenazas que acechan a los hombres, como el origen de peligros y desgracias cuando su naturaleza es maligna y no se ha conjurado adecuadamente su poder mediante ceremonias, ritos o jaculatorias.
La vida en la aldea discurre en torno a la vida de Ezeulu, el personaje principal, el sumo sacerdote de un pequeño grupo de pueblos que tienen a Ulu como el dios más importante, aquel del que dependen las cosechas y por consiguiente la prosperidad y la vida de la comunidad entera.
Pero en medio de espíritus o de ceremonias desconocidas la escena que se desarrolla ante el lector, con ser exótica, no le es ajena porque todos los acontecimientos son los mismos que afectan y que han afectado siempre a la vida de los hombres. La relación con los hijos es tan humana en la comunidad de Ezeulu como puede serlo en cualquier parte del mundo, la relación con las esposas –más de una en la familia-, las obligaciones de cada una y las envidias y celos, el temor al extravío de los hijos, el respeto entre unos y otros, el difícil papel del padre cuando los hijos reclaman la libertad y salen de su tutela… en definitiva, la vida misma aparece en el mundo que recrea Chinua Achebe y conecta con el lector por distante que esté de este mundo.
Pero la intención del autor va más allá de la presentación de un repertorio de costumbres hilvanadas por la trama de la novela. Tiene un contenido político ligado a la necesidad de superar la etapa colonial. En sus propias palabras “hasta que los leones creen a su propio historiador, la historia de la caza sólo glorificará al cazador”. Y este es el gran propósito de Chinua Achebe: preservar la voz africana para que suene viva y sin intermediarios.
De entrada, el texto está lleno de términos en idioma ibo que no son un simple capricho. Los días de la semana, el nombre de la casa, el de los objetos de uso cotidiano, las herramientas, las plantas o las comidas aparecen muchas veces en la lengua original y colocan al lector en medio de la comunidad ibo que marca el territorio con sus palabras y no en un lugar sin identidad ninguna. Además, la visión del mundo, por ejemplo, a través del duro trance de la enfermedad, se conserva a través de la relación con los espíritus que lo envuelven todo y contra los que el hombre forcejea con éxito incierto y con dudas acerca del remedio de los hechiceros.
Las bases sobre las que se ha sostenido una cultura a lo largo del tiempo se conservan en la literatura de Chinua Achebe que las reivindica frente a la irrupción del hombre blanco con sus dioses, sus herramientas, su administración y su enorme poder. El choque entre el mundo ibo tradicional y la poderosa influencia de Europa abre un espacio a la arbitrariedad y al dolor y anuncia la herida que acabará por deshacer el entramado de creencias, costumbres y modos de vida que florecieron en un universo genuinamente africano.
Chinua Achebe rescata a través de Ezeulu el viejo mundo ibo y relata al mismo tiempo la difícil transición, llena de claroscuros, hacia esta realidad que compone la Nigeria de hoy. Con una voz muy personal e inconfundiblemente africana nos ofrece la ocasión de acercarnos con los ojos del león y no con los del cazador a una historia muy reciente y desconocida. Chinua Achebe es por ello un clásico y esta nueva edición de La flecha del dios, corregida por el propio autor y publicada ahora en español, nos da la oportunidad de conocerlo mejor.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
La flecha del dios
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